A partir de cierto momento, la insistencia en el rescate de todas las minorías "oprimidas", si bien cabe aclarar que las mujeres no son una minoría, puede convertirse en algo asfixiante, sobre todo para los hombres, aunque no nada más para ellos.
En principio, el rescate se hace para compensar a esta gente por la opresión sufrida, poniendo, nótese bien, el acento particular en su carácter de "especie" y no en la universalidad de su pertenencia a algo que no es "la especie", sino el género humano. No se señala a tal o cual, para bien o para mal, por sus cualidades o sus defectos humanos, o incluso por su inhumanidad, sino que se hace pasar primero y ante todo su condición particular: que es mujer, que es afrodescendiente, que es pueblo originario, que es LGBTTTQI+...En este sentido, no hay secreto: se trata de introducir, muy al estilo Demócrata estadounidense, la discriminación positiva (la preferencia por los sujetos enumerados y sus derechos), como ocurre por ejemplo en la diferencia que se introduce en el castigo por feminicidio. En cierta forma, se multiplican las excepciones a la regla que puede decir que "los Hombres nacen libres e iguales en derechos", entendiendo por Hombres a todos los miembros del género humano y cualquiera sea su color de piel o preferencia sexual o de género (o como se diga). No hay que ser un genio para entrever cómo se desliza aquí un dejo de discriminación hacia el hombre (varón) o hacia el blanco, o el heterosexual, máxime si debe aguantarse una buena rociada diaria de inculpaciones ("heterocapitalistas", "patriarcales", “opresores”,etcétera). Todo ésto no deja de tener de superchería: si bien todos son en abstracto humanos, no todos los blancos, ni los heterosexuales, ni todos los varones son iguales, de la misma manera en que no todos los originarios, los negros, los LGBTTTIQ+ o las mujeres son iguales, salvo que alguien reclame ternura para Catalina Creel, etcétera. Lo que indica lo dicho hasta aquí es que la discriminación positiva puede partir de premisas erróneas, pero que nadie se toma la pena siquiera de discutir. Si alguien sale con que los hombres blancos son malos por definición y los negros buenos por la misma razón, se trata de una persona que desconoce todo de lo que es la Humanidad.
Luego está el argumento de los llamados "demócratas liberales", para quienes lo bueno de su sistema es que cada quien puede escoger lo que mejor le plazca "mientras no dañe a otros" o "no les impoga sus preferencias". En estas condiciones, si soy varón, blanco y heterosexual, nadie puede acusarme de nada por mis preferencias, de la misma manera en que no puedo acusar de nada a alguien por el solo hecho de ser indio, negro, gay o mujer. Nadie tampoco puede violentarme con pseudoteorías que suponen que porque estoy en ni sé qué "clóset" no quiero admitir al gay que llevo dentro, al colonizador que habita en mí o cantarme "el violador eres tú". Todo el mundo tiene el derecho a la presunción de inocencia y al beneficio de la duda, salvo que estemos -y el problema es que podríamos estarlo- en un ambiente a lo Salem. Simplemente, por tratarse en principio de igualdad entre todos los seres humanos (insistamos: "todos los Hombres nacen iguales y libres en derecho"), la discriminación, por lo demás anticonstitucional y consagrada como tal en muchos países, me impide preferir, por ejemplo en un concurso de carrera, a un hombre sobre un homosexual si el primero no tiene méritos, y a la inversa, en nombre de la discriminación positiva.
El asunto llega más lejos, puesto que se supone que en una democracia liberal hay debate, salvo que se trate de otra cosa: de consensuar o legitimar una imposición, por ejemplo la "agenda" de tal o cual instancia internacional. Los debates sirven para procesar desacuerdos y llegar a establecer verdades mínimas, dando por sentado que nadie está "poseído" por la verdad, mucho menos absoluta (ni siquiera las feministas, por ejemplo), salvo que se considere agachando que la verdad es la última imposición o moda, en cuyo caso no queda más que "darle trámite" sin discutir nada. El problema es que, a muchos niveles, el debate no pareciera importar más que acomodarse a la imposición o la moda y evitarse todavía más el esfuerzo de formarse un criterio individual, sobre todo en un sistema que reivindica al individuo y sus “derechos y libertades”.
En este mismo orden de cosas, yo puedo -y tal vez debo- argumentar mi preferencia por ser heterosexual. Como se trata de preferencias y en principio de libertad de elegir, en los términos de los "demócratas liberales" soy libre de afirmarme como heterosexual y además de argumentar que no me gustan las prácticas homosexuales (como la confusión del aparato reproductivo con el excretor, etcétera ). El hecho de que en lo personal no me gusten y las descarte para mi, además argumentándolas, no me convierte en homofóbico si sigo concibiendo a cualquier homosexual ante todo como ser humano igual a todos los demás, y con los mismos “ derechos y libertades “ que cualquiera. De la misma manera, el hecho de que me exprese mal de una mujer como ser humano (por considerarla cruel, por ejemplo) no me convierte en misógino. Dicho de modo más simple: que yo no apruebe las torturas de la señora Isabel Miranda de Wallace no me convierte ni en misógino ni en "irrespetuoso con las damas" (aunque sea porque defiendo a una víctima fabricada mujer, por ejemplo Brenda Quevedo Cruz). De la misma manera en que, como lo dijeron atinadamente algunos derechistas para disgusto de gente activista LGBTTTIQ+, no se agarran puestos según con quien te acuestas o lo que crees que tienes entre las piernas, nadie está en el derecho de inculparme por los supuestos "secretitos" patriarcales, colonialistas, racistas, etcétera, que "no me quiero confesar", salvo a convertir el mundo en un diván de psicoanalista infernal. Así pues, soy libre de decir racionalmente, de la misma manera en que los llamados "demócratas-liberales" al sugerir optar entre "helado de vainilla o Corea del Norte", que prefiero la heterosexualidad a la sodomía, por ejemplo, a reserva de que haya heterosexuales sodomitas ( suele ser parte del machismo). Estoy en democracia en plena libertad de expresión. A lo que no tengo derecho es a investigar a fondo quién es sodomita para tronármelo a balazos. De igual modo, puedo formarme un criterio sobre la homosexualidad y pensar que obedece a múltiples razones, y no estar de acuerdo con muchas de ellas, por lo demás expresándolo sin ser tachado de homofóbico.No puedo obligar a nadie a una horrible terapia de conversión, pero soy libre de pensar y buscar demostrar que más de un homosexual no nace, sino que se hace, y de la misma manera, soy libre de pensar que hay negros u originarios que no son de fiar, como tampoco muchos blancos, sin ser acusado de racista. El interés en democracia (salvo que no la haya) está en debatir, sobre todo si, como lo argumentan los partidarios de la "inclusión" y la "visibilización", hay diversidad, pluralidad y se debe ser tolerante . Un político debe estar en su perfecto derecho de considerar pero también de decir que no le gusta la homosexualidad ni el lesbianismo y no ser tachado de “ homofóbico “, de la misma manera en que otros rechazan la heterosexualidad y pueden ( y deberían) argumentarlo en santa paz. Si doy respeto y tolerancia a un miembro de alguna minoría enumerada, estoy en derecho de recibir lo mismo así sea porque considere, para ponerlo en términos "demócratas liberales", que los costos de la homosexualidad superan ampliamente a los beneficios, en el margen, el punto de equilibrio o donde sea. No estoy en derecho de chantajear -como lo hacían los nazis, por ejemplo- a un homosexual por ser tal, y del mismo modo nadie puede extorsionarme poniéndome la etiqueta de "misógino, homofóbico, racista, patriarcal", etcétera. Como decía el gran futbolista Bora Milutinovic, "yo respeto, tú respeta". Es decir: no te estoy descalificando como ser humano aunque ni comparta ni me guste tu ideología de género, y no me vengas a descalificar en nombre de tus respetables creencias. Salvo que la diversidad sea para todos menos uno. Lo mismo vale para otros temas: si la ciencia me apoya, estoy en mi derecho de decir que no hay más que de dos sopas, hombre o mujer, aunque respetaré el derecho de cualquier adulto a considerarse cualquier otra cosa. También debe haber debate sobre el aborto y no imposición de posturas que se consideran "la verdad de la mujer" (por ser mujer). Una persona de creencias religiosas es libre de tenerlas y defender sus puntos de vista, aunque no sea el caso aquí, puesto que se es laico.
Lo que no se puede es dar por única verdad la de las minorías enumeradas, sin siquiera argumentar. Se hará en otra ocasión, pero se puede demostrar sin mucha dificultad que dichas minorías no han sido eternamente oprimidas, como tampoco las mujeres. El asunto está en permitirse debatir, salvo que no se esté en democracia. Formalmente, si hay igualdad entre todos en la pluralidad, la diversidad, etcétera, no deben existir imposiciones: de nadie. Así, nadie puede imponerme la aceptación del homosexualismo o el lesbianismo, etcétera, mucho menos sin tomarse la pena de debatir.Estoy en mi derecho de decir que no me gusta lo LGBTTTIQ +: exactamente, mientras no dañe a nadie.
Así pues, soy libre de decir que no me gusta que el gobierno de la Ciudad de México haya aprobado el derecho a la "identidad de género" a partir de los 12 años, al grado de tener el derecho a procedimientos administrativos como cambios de actas de nacimiento. Tengo igualmente libertad de expresar que no me gusta que se quiera hacer lo mismo con menores de 12 años, que menos aún tienen una identidad de género plenamente formada. Es lastimoso, por decir lo menos, que gente de izquierda (el antropólogo Héctor Díaz Polanco y otros) aplaudan estas medidas por lo que parece ser o demagogia, o miedo a quedar "fuera de la ola", o por alguna forma de ignorancia. No se puede inducir a los niños y adolescentes en temas que podrán decidir si se les pega la gana a partir de los 18 años, y de preferencia informados y en un ambiente responsable, empezando por el familiar. De otro modo, no se trata más que de dos cosas: Milton Friedman al paroxismo ("libertad de escoger"), y efectivamente un énfasis hartante en "lo que la gente tiene entre las piernas". Es igualmente lamentable que alguien tan capaz como el periodista Hernán Gòmez Bruera, cercano al lopezobradorismo pero abierto al debate, dé cabida a programas sobre “ políticos LGBTTTIQ+” cuando ya han sido electos y, por lo demás, interesa su actuación como políticos, no “ lo que tienen entre las piernas “.
¿O detrás de ellas? Es por aquello del autor de Etica marica, para quien todos los seres humanos son iguales por tener ano. Los animales también lo tienen, al igual que sentimientos, al menos el "sentimiento de sí mismo", según Hegel. El género humano no es una "especie animal" parte de otras entre las que se encuentran los "animales no humanos", sino el resultado de una evolución que lleva a tener conciencia. Si hay gente que está lista a renunciar a ella, a enajenarla y a renunciar al criterio propio, debe seguramente llegar a estar al tanto, como lo sugería el humanista Pico della Mirandola, que el ser humano tiene libre albedrío: puede escoger la abyección, y entonces simplemente que asuma las consecuencias. Pero hay más: en abstracto, todos los seres humanos son iguales entre sí en el capitalismo, como personas, en la forma (lo que no es poco). Creer en ésto no puede llevar a no saber que entre los mismos seres humanos hay comportamientos humanos y otros inhumanos (como el de lanzar cócteles molotov a policías desarmadas). Si, más allá de la igualdad formal, no se puede distinguir el comportamiento humano del inhumano, es que se ha perdido la capacidad de discernimiento. No es cosa menor.
Je suis Monique.