Ya lo había hecho el Grupo de Puebla y lo hizo recientemente el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva en una entrevista con la escritora mexicana Sabina Berman: distanciarse del gobierno sandinista de Daniel Ortega en Nicaragua. En estos días, el gobierno Demócrata del presidente estadounidense Joseph Biden ha venido poniendo más sanciones contra el oficialismo nicaraguense a poca distancia de las elecciones en el país centroamericano, a celebrarse en noviembre. La idea es la misma que en las sanciones aplicadas contra Cuba por Biden: castigar a las autoridades y dar la impresión de estar así del lado del pueblo en una oposición completamente maniquea entre éste y aquéllas.
Palabras más, palabras menos, Lula dijo que cuando alguien comienza a sentirse insustituíble, lo que sería el caso de Ortega, se convierte "un poco en dictador", por lo que más bien le vendrían bien a Nicaragua "la alternancia democrática" (sin que quede claro cómo la entiende Lula), "no abandonar la democracia" y dejar en pie "la libertad de expresión". Este tipo de cosas no son nuevas en Lula, quien declaró por lo demás que es gracias a "la democracia" -no a la lucha ni las conquistas de nadie- que un obrero metalúrgico como él pudo llegar a ser presidente, o un indio como Evo Morales a la presidencia de Bolivia, como sin tampoco contaran la experiencia sindical y la inclinación popular...Hasta ahora, no ha funcionado tan mal la intentona Demócrata estadounidense de separar a gobiernos como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua (por cierto que muy disímiles entre sí) del progresismo al estilo mexicano o argentino. Miembros de la Internacional Progresista ya han enfilado contra Nicaragua, como ocurrió por ejemplo con el intelectual estadounidense Noam Chomsky. Otros progresistas latinoamericanos, como José Mujica, se han pronunciado en el mismo sentido. Seguramente no haga falta señalar que los mencionados se encuentran en la misma posición que los autodenominados "demócratas liberales", incluso en las palabras si Lula habla de "dictadura" -lo hizo dos veces con Sabina Berman- para referirse al gobierno de Daniel Ortega.
No es que haya que aplaudir a Ortega ni dejar de señalar que el personalismo llega a ser un problema en política: lo es por lo general en América Latina y no nada más en Nicaragua. Tampoco se trata de aprobar ciertos modos de la vicepresidente nicaraguense y esposa de Ortega, Rosario Murillo. Pero es un poco raro, por decir lo menos, defender a capa y espada -como lo hizo Lula con Berman- a una Cuba que tuvo al mismo líder por medio siglo (Fidel Castro, desde luego) y meterse con Ortega, porque entonces el brasileño tendría que dejar de admirar a una isla que se aguantó a un supuesto dictador tanto tiempo. Tampoco son novedad declaraciones de Lula que originan dudas sobre su formación política. Lo de la alternancia es una tontería: los gobiernos de derecha de Violeta Barrios de Chamorro, de Arnoldo Alemán y de Enrique Bolaños, que duraron 17 años (1990-2007) fueron un desastre social para Nicaragua, a diferencia del gobierno de Ortega.
Las sanciones contra Nicaragua son ilegales desde el punto de vista del derecho internacional. Entre quienes llegaron a promoverlas estuvieron personalidades del Movimiento de Renovación Sandinista, como Ana Margarita Vijil, quien no dudó en reunirse con Ileana Ros-Lehtinen, congresista Republicana por Florida, para pedir desde 2015 castigos contra el gobierno de Ortega. La iniciativa se aprobó en 2018 como Ley de Derechos Humanos y Anticorrupción en Nicaragua, luego de ser impulsada por el también Republicano Rafael Edward Ted Cruz. Ros-Lehtinen introdujo desde 2016 la Ley de Condicionalidad de Inversiones en Nicaragua. Todas estas fechas, si alguien puede hacer correctamente una cronología, son previas a la intentona de "golpe blando" de 2018. Las tres cuartas partes de los nicaraguenses está contra todas estas sanciones. Hay un dato curioso: siendo autosuficiente en alimentos y con un fuerte grado de integración intraregional, Nicaragua puede resistir mejor que Cuba este tipo de agresiones.
El 73 por ciento de los nicaraguenses tiene intenciones de votar en las próximas elecciones y hay partidos de oposición, ya que el nicaraguense dista mucho de ser un régimen de partido único, en este caso el Frente Sandinista de Liberación Nacional, y Ortega no cuenta con preferencias apabullantes, pero sí de un 58 %. Los partidos de oposición son seis, entre antiguos y nacidos después de 2018. Las condiciones para elecciones limpias existen y quienes fueron arrestados, en algunos casos pese a sus apellidos, no contaban con ninguna popularidad, aunque sí con mucho dinero de Estados Unidos y resonantes medios de comunicación masiva. A lo mejor a Lula le parece "democrática" la forma en que sacaron del gobierno brasileño al Partido de los Trabajadores o "democrática" la forma de ganarle las elecciones ecuatorianas más recientes a Andrés Arauz. ¿Es el tipo de alternancia que quiere?¿O para variar, y dadas sus ventajas de histrión, considera que puede acomodarse como sea sin que se le pase la factura? En términos de logros sociales, lo cierto es que el gobierno de Ortega tuvo más éxitos que el brasileño que, aún sacando a millones de la pobreza, enriqueció más a los ricos con sus tasas de interés, contribuyó en grande a desmantelar la industria en el Brasil, la regaló militarmente la Amazonía a los estadounidenses, y así, hasta ser el ídolo de la moderación. Ortega habla poco. Lula es bastante bocón y está entre quienes esperan lo mejor de Biden, según declaraciones explícitas cuando éste se robó la presidencia estadounidense. Como todo está permitido pero nada debe ser posible, es a Nicaragua a la que hay que caerle. A Lula, el gobierno de un "fascista" y "genocida" lo dejó libre. Bueno, mejor una añeja canción nicaraguense, (da click en el botón de reproducción).