Una de las cosas más llamativas en los movimientos "progresistas", sean de América Latina o de otras latitudes (como seguramente deba entenderse por ejemplo el grupo La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, o Unidas Podemos en España) es la tendencia al olvido de que el trabajo es definitorio del Hombre. Se dice a veces que el trabajo existe en el reino animal, pero no es así: las abejas en el panal sólo se valen de instinto e intercambios bioquímicos para realizar su "labor", pero hasta la fecha no se conoce de ninguna abeja reina que se haya sentado en un escritorio a diseñar un panal. El hecho de que pueda haber entre animales incluso más "cooperación" que entre los seres humanos no vuelve a los primeros trabajadores: ningún animal puede hacer una mesa -ni siquiera el pájaro carpintero- ni un traje sastre -tampoco el pinguino. Lo primero que separa al género humano del reino animal es el trabajo, cambiante a través de los tiempos, desde el uso de la mano hasta el de la mente. Lo dicho no quiere decir que ciertos regímenes económicos no sean capaces de degradar el trabajo hasta la inhumanidad, que es lo que ocurría en los campos de concentración nazi-fascistas ("El trabajo hace libre", podía leerse a la entrada de uno de esos campos). Desde el principio del capitalismo, un economista como Adam Smith criticó la deshumanización que podía acarrear el trabajo manufacturero, al grado, según aquél, de "atrofiar la personalidad". Mucha gente no tiene un trabajo digno ni creador, sino "ocupación", "empleo" o alguna "chamba", y muchos no tienen ni siquiera trabajo, pero no deja de sorprender cómo éste no es para nada un tema central de varios gobiernos "progresistas". De la derecha ni se diga: está claro que no es tan suicida como para reclamar los derechos del trabajo.
De lo que se oye hablar es por ejemplo de los derechos de los "animales no humanos", y ciudades "de derechos" como la Ciudad de México castigan con cierta severidad el maltrato animal, no sin ambiguedades, mientras en Argentina se protegen con la ley los derechos de las "personas no humanas", en el total olvido de que, según la definición (que se remonta a Boecio), una persona tiene "individualidad y raciocinio". Es seguro que no faltará quien crea poder demostrar que un animal tiene "raciocinio". La idea es que todos somos animales, en mayor o menor grado, por lo que "animales no humanos" remitiría entonces a "animales humanos", sin tomar siquiera en cuenta que hay desacuerdo entre los científicos sobre las ideas de Charles Darwin. Lo señalado tal vez forme también parte de los "derechos de la naturaleza" ahora que todo el mundo es ecológico. No está de más señalar que la naturaleza en general tampoco trabaja, aunque algunos le atribuyan "espíritu". Como sea, si en la capital mexicana un hombre enfermo tiene relaciones sexuales con un perro y lo lastima gravemente, como ocurrió hace poco, no se toma la decisión humana de curar al hombre en cuestión, sino que se lo castiga con cárcel. Se habla más arriba de ambiguedad porque muchos seres humanos, para nada tontos, no hacen más que pedir protección para animales domesticados; no queda claro qué harían de vérselas con un tiburón o una boa, pero "los derechos y las libertades" permiten que cada quien haga lo que mejor le plazca, mientras no dañe a otros, y no quiera imponer sus preferencias. Así, no falta quien tenga a una tarántula en casa. El mundo de hoy está tan ricamente evolucionado que hay para todos los gustos y, desde luego, "derechos y libertades", como los de crear restaurantes para perros o para gatos, por ejemplo, lo que ciertamente puede ser más estimulante que un domingo en familia con cada miembro de la misma pegado con autismo a su teléfono móvil.
>Lo que está en boga, entonces, no tiene nada que ver con marxismo o marxismo-leninismo, porque no se llama a los trabajadores a ser sujetos del cambio, sino a todos menos los trabajadores: las mujeres, los LGBTTTIQ+, los pueblos originarios (olvidando por ejemplo cómo los mayas antiguos arrasaron con sus propias condiciones de vida), los afrodescendientes, los infantes, los jóvenes (todos opuestos al "adultocentrismo") y, cómo no, los animales. No falta quien, en nombre de la ética, ya ha descubierto en éstos un grupo oprimido más: hay portales que se quejan amargamente de cómo "la fuerza de trabajo animal" (!?) es explotada (!?), hasta el agotamiento e incluso la muerte, como puede ocurrirle a un buey, un burro o un caballo. Este maltrato sería la prueba de la inhumanidad del "animal humano", no el trato que pueda dar a sus semejantes: el tema tabú es la explotación entre humanos y lo que supone de deshumanización. Así pues, los trabajadores son tratados por los gobiernos "progresistas" a lo sumo como un grupo entre otros, pese a que a aquéllos se debe la creación de riqueza, que no generan ni bueyes, ni burros ni caballos, salvo que al servir como "animales de carga" nos lleven a decir que "añaden valor".
El de la centralidad del trabajo no es un tema que esté en duda: cualquier huelga general de trabajadores, en cualquier país del mundo, le haría recordar a más de uno con quién está realmente en deuda, y está como prueba el hecho de que en la crisis sanitaria desde 2020 en ningún momento han parado los llamados "trabajos esenciales". Lo que no se puede es recompensar debidamente a quienes permiten la reproducción de la vida. Por el contrario, la derecha no para en su intento, nótese bien, de regatearles derechos y libertades y el "progresismo", en algunos casos (no en todos), se limita a darles una poca "asistencia", pero sin los privilegios de otros "oprimidos", reales o supuestos. En un mundo donde todo el mundo quiere "visibilidad" y "visibilizarse", el trabajo es asunto de simples mortales invisibles. Los motivos de esta "desaparición" son muchos, pero tampoco es del "taller del mundo", China, que puede esperarse la reivindicación de los trabajadores: en el mejor de los casos, el presidente chino Xi Jinping está haciendo maromas con la "gobernanza", otro modo de hablar como tecnócrata de organismo internacional. Como de todos modos el trabajo no ha dejado de existir, ni puede ocurrir que lo haga, pese a las fantasías más salvajes del Foro Económico Mundial, no es raro que cierto malestar de la gente que trabaja aflore de las formas más inesperadas en las urnas, sugiriendo por momentos "empates". El Manifiesto Comunista de Marx y Engels, que no deja de ser un texto panfletario, expresa con todo que un "empate de clases" puede llevar al hundimiento de ambas en lo que sería una larga crisis civilizatoria, digamos, en la medida en que la idea misma de civilización está ligada a la de trabajo. Es lo de menos: lo que se puede esperar es que el new speak en boga sancione a quien, siendo un ser humano, trate a otro de "animal", "buey", "mula" o "burro", en clara afectación a los derechos de los "animales no humanos". Por ahí va el mundo woke y de la "cultura de la cancelación" sin notar siquiera el deterioro de relaciones humanas que de por sí han sido históricamente precarias, puesto que pocos sistemas han conocido periodos de verdadera humanización, pese a lo logrado materialmente por el género humano.
Como hasta entre perros hay razas, si los adeptos de los canes permiten la expresión, no es que haya que idealizar el duro mundo del trabajo, como algunos idealizan al "pueblo". Lo que no deja de ser cierto es que son los trabajadores los que crean con su trabajo la riqueza. Se habla poco de ellos y se muestran menos sus vidas y contradicciones. Volviendo a la hipótesis del Manifiesto, es como serruchar la rama en la que se está sentado. Lo difícil sería pensar que la "caída en desuso", aparente al menos, del mundo del trabajo no conlleve consecuencias para el conjunto de la sociedad. Si hay crisis de civilización, probablemente se encuentre aquí: ya habrá modo de ver que dicha crisis no está en el "cambio climático" y otras coartadas del Gran Reinicio para, tratando de lograr ganancias renovadas, imponer a los trabajadores aún más flexibilización. Entretanto, lo deseable es que el "progresismo", en algunas de sus versiones, no se justifique en nombre de causas relegadas, como la del socialismo. Es para los trabajadores, no para todos, ni todas, ni todes, ni todxs, ni tod@s. Como el sufrimiento del negrito bonito (da click en el botón de reproducción).