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miércoles, 29 de septiembre de 2021

MÉXICO: QUE ENCIERREN A ESE CHATO

 Lo que ocurre con el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), es inaudito.

     Se trata de alguien que, al decir de sus opositores, suele ubicarse fuera de la realidad. Así lo afirmaron muchos columnistas desde un principio, en particular cuando AMLO hizo a un lado los negocios del NAICM (Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México) en Texcoco. No es todo: como parte de esta desubicación del presidente, no ha faltado quien diga que lo que hace aquél es delirante y demencial, para citar textualmente. A cualquiera debiera sorprenderle que millones de mexicanos hayan votado, tal vez sin darse cuenta, por alguien ajeno a la realidad, delirante y demencial, si bien no parece haber la fórmula adecuada para destituir al jefe de Estado por lo que obviamente es incapacidad mental, y de las gruesas.

     AMLO es un ser inquietante. Se ha dedicado a perseguir un día sí y el otro también a unos periodistas que no hacen más que cumplir, en particular con su deber de no ser aplaudidores del poder. Es conocida la fobia del presidente mexicano a la crítica y conocida su intolerancia: sus conferencias "mañaneras" no hacen más que corroborarlo. Por si fuera poco, al decir de la oposición el presidente insulta, lo que vuelve a levantar serias dudas sobre su estado mental, y encima amenaza, lo que sugiere que es alguien peligroso. Estos rasgos se han manifestado en otro terreno: López Obrador odia la ciencia, por lo que la persigue, como acaba de hacerlo a través de "su" fiscal, Alejandro Gertz Manero, y encima le quita recursos a los científicos, que no buscan de ningún modo provecho propio, sino el más alto nivel para bien del país, que requiere de mucha innovación. Aunque denosta a los "conservadores", AMLO es en realidad el conservador por antonomasia.

     Andres Manuel López Obrador, hay que decirlo, ha dado muestras de no entender o, lo que es peor, de repudiar ese gran movimiento de avanzada que es el feminismo.

     No es todo. El tipo se rodea de amistades extrañas, desde el mandatario estadounidense Donald Trump hasta dictadores como el cubano Miguel Díaz-Canel, sin dejar de acercarse a "bolivarianos" como Nicolás Maduro y luego de haber asilado sin que se entienda bien por qué -y a qué costo- a quien fuera presidente de Bolivia, Evo Morales. AMLO, fuera de la realidad, no parece percatarse de que solapa con su silencio cómplice dictaduras como la nicaraguense de Daniel Ortega, faltándole a lo más granado de la política exterior mexicana, y en nombre de principios absolutos -siendo tan sencillo relativizarlos- y dogmas.

      En algo propio de quien se ha despedido de la realidad, López Obrador es un populista y un demagogo que a duras penas oculta que se quiere reelegir -según se lo dijo el escritor Mario Vargas Llosa al gran periodista Carlos Loret de Mola-, un ambicioso y sediento de poder, que no respeta por lo mismo los proverbiales equilibrios de la democracia mexicana, de todos conocidos. No faltaría mucho para constatar que AMLO es, desde luego, antidemocrático y que debe ser tratado como tal, con todo lo que ello implica, se entiende. López Obrador, a lo sumo, quiere retrotraer a un pujante y vibrante país a los tiempos del más rancio Partido Revolucionario Institucional (PRI), en alguna parte entre el "desarrollo estabilizador", Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, sin permitir el insoslayable paso a la "postmexicanidad".

      Ya sería más que suficiente si no fuera porque, en el aeropuerto en construcción de Santa Lucía, AMLO mandó colocar una torre de control que se pandea, como la Torre de Pisa, sin mencionar los desastres que provocará su Tren Maya: como aprendiz de dictador, ha hecho que el Tren llegue hasta las cercanías de su finca "La Chingada", aumentando la plusvalía de este lugar.

      Mientras la violencia está peor que nunca, López Obrador no ha tenido otras ocurrencias que las de ofrecer abrazos al crimen organizado, darle la mano a la mami de Joaquín El Chapo Guzmán y dejar libre al hijo de éste, Ovidio.

      De remate, el presidente mexicano se ha rodeado de gente corrupta, empezando con sus familiares: Pío, Felipa y Martinazo, para seguir con Manuel Bartlett, las cuentas en paraísos fiscales por parte de Gertz, las propiedades de Irma Eréndira o el patrimonio de Olga Sánchez Cordero.

     Lejos de la realidad, delirante, demencial, rodeado de familiares y políticos corruptos, autoritario, intolerante, demagogo, populista, antifeminista, opuesto a los grandes avances de la ciencia y a la sana libertad de expresión, amigo de dictatorzuelos tropicales contrarios a los derechos y las libertades, conservador, ambicioso, sediento de poder, capaz de ofrecerle abrazos al hijo de El Chapo, interesado en reelegirse, criptopriísta, pendenciero y rijoso, López Obrador, que ha alejado así a Mexiquito del Primer Mundo, debería estar sujeto a juicio por haber querido desterrar la corrupción del Estado mexicano. Después de todo, el laicismo nacionalista revolucionario no se inventó para nada ni menos aún para andar perdiendo el tiempo en sermones y en arranques ridiculos de ética: a ver, ¿si no agarramos ahorita, entonces cuándo?¿O en serio es tan iluso este tipo al grado de creer que vamos a comer rectitud y gozar con austeridad republicana? !Eso no deja para nada! Sólo para el Gulag...



     

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