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sábado, 25 de septiembre de 2021

MÉXICO: EL DIÁLOGO DE SORDOS

 El fiscal general de México, el no muy útil Alejandro Gertz Manero, buscó en estos días abrir una causa contra 31 "científicos" -ya se verá el porqué del entrecomillado- acusados, palabras más, palabras menos, de utilizar dinero del erario para darse la buena vida: viajes, restaurantes de lujo, chóferes, celulares, etcétera...No queda clara la reacción escandalizada, salvo por la gravedad de las acusaciones de Gertz, que llegó hasta "delincuencia organizada": no en todos, pero sí de manera bastante generalizada es común entre académicos de la universidad pública el uso del erario para beneficios particulares, que no tienen mucho que ver con la profesión, y sí en cambio con una carrera desenfrenada por el estatus.

     Lo de los 31 "científicos" es un decir puesto que, en este grupo, la mayoría son funcionarios, más que académicos propiamente dichos. Lo simpático fue la reacción de una parte de los científicos o académicos mexicanos, que se enfadaron como si se les estuviera persiguiendo por científicos -es decir: por su formación profesional- y no por mal uso de recursos públicos. En este caso, sería imposible que un académico se comporte como delincuente, puesto que es académico. Impecable, para todos los que se lo quieran creer, más en el curso de una epidemia que ha dejado muy mal parada a la ciencia, incluso en el mundo desarrollado. 

     En el caso de México, desde el principio del actual sexenio se tuvo conocimiento de desvíos de recursos públicos en operaciones dudosas para beneficiar a empresas transnacionales (como Intel, Monsanto, Cummins y Volkswagen...) y nacionales (grupo Alfa, o se puede preguntar también por el Centro Lavín...) que no tuvieron que rendir cuentas de un solo peso ni garantizar innovación alguna. Mientras el gasto en México crecía en la materia, los resultados en innovación científica y tecnológica caían en el ranking mundial  Y en algunos casos, los gastos de operación quintuplicaban los destinados a la investigación en ciencia y tecnología.Uno de los enterados, John Mill Ackerman Rose, estuvo cerca de revelar los pormenores del asunto, pero fue llamado al silencio, y no pareciera que exactamente por el lópezobradorismo. Por lo demás, lo simpático del caso es que el mismo Ackerman Rose, un pésimo académico (a juzgar al menos por su libro El mito de la transición democrática), se dedica a cuenta del erario universitario y otros al activismo y se da el lujo del nepotismo sin ser importunado, porque resulta que a la universidad pública, como siempre, le importan más los "equilibrios políticos" -entre grupos de poder- que los méritos académicos, cosa de la que el gran crítico Guillermo Sheridan no ha querido percatarse (la corrupción de la pareja Ackerman-Sandoval comenzó bastante antes de 2018). Además, la pareja lleva años con un tren de vida que, sin ser ilegal, no debiera ser el de universitarios, pero dista mucho de ser el único, al menos en el mundo de la investigación. La forma en que Ackerman se hizo de ciertos reconocimientos no deja de ser dudosa, pero este tipo de casos abundan. La universidad pública, y hasta hace poco otras instancias científicas, no reconocen en México la labor académica, sino la prestación de servicios políticos, que es por lo demás lo que Ackerman sigue haciendo, aprovechando para el protagonismo personal desvergonzado.

      Es desde luego falso, contra lo que dice el científico (biólogo) Antonio Lazcano, quien habla de clases que no daba, que el mundo científico mexicano esté viviendo "bajo el terror" y como "en las peores épocas del estalinismo", palabras cuyo sentido desconoce aquél, pero que desde luego permiten hacerse el interesante y obtener rating, porque es dinamita sensacionalista para ignorantes. Como ocurre en el periodismo, nadie ha sido amenazado de nada en la academia y no todo puede reducirse a un asunto de recursos (que tampoco han sufrido mermas graves), porque llegan a dar cierta lástima académicos incapaces de moverse para otra cosa que no sea pedir más y más recursos, además de hacer un uso dudoso del erario. No son pocos los investigadores de la universidad pública cuyo modo de vida, mientras se la pasan pidiendo más y más, poco tiene que ver con lo que debiera ser la vida modesta de un universitario. Tampoco son "La Comunidad Científica": unos 400 académicos de distintas instituciones se han pronunciado por parar las prácticas de corrupción en el mundo de la investigación.

       Tiene sin suda razón el mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador cuando afirma: "los grados académicos no son sinónimo de cultura; se pueden tener altos grados académicos  y no tener sensibilidad en lo social, en lo humano y no poseer valores culturales". Es completamente cierto y, si bien hay excepciones, el mundo universitario, entre investigadores pero también entre profesores, llega a ser de lo más mezquino y humanamente pobre, sin que falten las conductas delictivas en las relaciones interpersonales. Se puede igualmente ser miembro de una Junta de Gobierno sin saber escribir un párrafo, por ejemplo. La regla, desde hace algunas décadas, es el fraude, y puede ejemplificarse igual con lópezobradoristas y ex rectores: Enrique Dussel, de 86 años, presume en su cuenta de Twitter de haber escrito 60 libros y 400 artículos. Lo anterior supone que haya empezado a escribir antes de los 26 años, o que en todo caso haya hecho un libro por año, lo que es imposible, al menos seriamente. Va al ritmo de un Mauricio Beuchot, filósofo nacido en 1950 y con por lo menos 43 libros en su haber, lo que se antoja difícil y sugiere que hace cualquier cosa a un ritmo realmente muy vertiginoso. Igual se puede hacer mención de las mil y un formas de maquillar estadísticas entre los funcionarios de la universidad pública. Ni siquiera es propio del subdesarrollo, no vaya a creerse que en otros países hay un gran respeto por La Ciencia. Es cosa de la creciente intromisión del sector privado en ámbitos que no le competen y sin que haya prueba definitiva de que dicho sector es en algunos rubros más eficaz que el sector público.

       La oposición al gobierno de López Obrador practica las mejores artes de cierta burguesía y de lo que Carlos Fuentes retratara alguna vez en una de sus pocas obras de calidad, Las buenas conciencias:

      -¿Me puedes devolver los 100 pesos que te presté y que quedaste en darme el lunes?

      Respuesta: -!Te recuerdo que estás hablando con un Ph.D!

       -Entiendo, pero ¿me puedes devolver los 100 pesos que te presté y que quedaste en darme el lunes?

      Respuesta: -¿Pero con quién te crees que estás hablando?¿Y en ese tono? !Te desconozco!!Eres absoluta y totalmente antidemocrático!!Dictador!¿Y encima quieres que estemos como en Venezuela?

     Desde luego, los grandes indignados no han logrado explicar en ningún momento, ni se lo han propuesto, cómo puede haber un desequilibrio de 5 a 1 entre gastos de operación (para celulares, chóferes, restaurantes de lujo, viajes...) y recursos para innovación, nula rendición de cuentas de empresas transnacionales y nacionales (nula al grado del cero...) y temas por el estilo. Aquí va el fin de la historia con la oposición mexicana, sin exculpar a los portavoces del lópezobradorismo:

     -No, simplemente quisiera que me devolvieras los 100 pe...

     -!Es inaudito!¿En verdad crees que me vas a dar lecciones de moral?!No me hagas reír!

En la foto, una toma de una ciudad universitaria mexicana (foto: cortesía de Antonio Lazcano)




     


EL BALBOA QUIERE DÓLAR

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