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martes, 7 de septiembre de 2021

MÉXICO: EL CALIBRE DE LA OPOSICIÓN

La oposición mexicana y la inmensa mayoría de los medios de comunicación tienen un modo peculiar de debatir: consiste en no hacerlo e impedirlo.
     En efecto, para debatir se requieren por lo menos dos que se reconozcan como interlocutores válidos, como iguales. Sin embargo, lo propio de la oposición al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador consiste en descalificarlo de entrada, de tal modo que cualquier cosa que diga será errónea o sospechosa de serlo. El punto principal estriba en negarle credenciales democráticas al mandatario. Se suman desde el principio otras cosas, como la acusación reiterada de que López Obrador está "fuera de la realidad". Adjetivos no faltan: el presidente es autoritario, mentiroso, y está rodeado de miserables, canallas, dementes, delirantes, etcétera. El señor Héctor Aguilar Camín, sin salir jamás de su pequeña provincia, puede decirle tranquilamente "pendejo" al dignatario, y el bravucón de derecha Ricardo Anaya puede retar a López Obrador porque éste dice "estupideces" y porque el tono está a la pelea de barrio. Desde luego, nadie en democracia tiene por qué discutir con gente antidemocrática, por lo que seguramente debe entenderse que la oposición no está expresando su desacuerdo, sino practicando el finísimo arte del linchamiento (desde luego que no tiene el menor caso expresar desacuerdo con quien, siendo autoritario y antidemocrático, sin duda no está dispuesto a escuchar y mucho menos a debatir). Así las cosas, la oposición monologa y al mismo tiempo se la pasa golpeando por cualquier motivo, sin contestar jamás sobre lo que se le dice, puesto que viene de alguien invalidado como interlocutor.
     No queda muy claro, en estas condiciones, por qué López Obrador se da tanto trabajo en rebatir a quienes le niegan credenciales democráticas, colocándolo así por anticipado en posición de inferioridad. Desde hace rato que el presidente se pone al tú por tú, no sin errores, con quienes están seguros de haberle "tomado la medida". En este sentido, el mandatario mexicano, por sensato que sea, pierde mucho de lo que es investidura en un país donde hasta hace poco -parece que ya no tanto, por desgracia- alguna vez dijo un político que la forma es fondo. Una cosa es el carácter pueblerino de López Obrador, pero otra cosa es la pérdida cada vez mayor de toda forma en la oposición y sobre todo en los medios de comunicación masiva, que entre gritos se consideran por encima de toda autoridad. A más de uno, el hecho de tener "un nombre" o de creer que lo tiene le da una sensación irresistible de impunidad.
     Estos son los procederes. Hace no mucho tiempo, Marx Arriaga, un funcionario finalmente menor del lópezobradorismo, hizo declaraciones que alguien que en el mejor de los casos no entiende lo que le dicen tradujo como "leer por goce es un acto de consumo capitalista". Versión estenográfica de la entrevista al rescate, Arriaga demostró que jamás dijo semejante cosa, que al rato, por si fuera poco, otros ya tradujeron como "leer es un acto capitalista" (!?). Pues bien, la oposición se puso a debatir alegremente durante una buena temporada sobre algo que nadie dijo, sin que importara en lo más mínimo la inexistencia del dicho. No tiene ningún caso discutir si Arriaga es buen o mal funcionario o lanzarse a alguna toma de partido, ni siquiera, como algunos poco imaginativos opositores, partiendo del nombre de quien se llama efectivamente "Marx". El problema está en saber por qué medio mundo se lanza con la mayor tranquilidad a hablar de lo que no sabe: no Arriaga, sino quienes nunca quisieron darse por enterados de que Arriaga jamás había dicho lo que se le atribuyó. Cabe recalcarlo porque, se supone, es el presidente quien vive en una "realidad aparte". Salvo que los medios de comunicación estén logrando cada vez más fabricar justamente éso, una "realidad aparte", de la que participan alegremente desde opositores hasta más de un lópezobradorista. Insistamos: el asunto no está en saber si Marx Arriaga lo uno o si Marx Arriaga lo otro, sino en preguntarse cómo es posible que tanta gente se meta a pronunciarse, no sin vehemencia (como Jorge F. Hernández), sobre algo inexistente, que es como hablar sobre extraterrestres y asegurar haberlos visto.
      Dicho sea de paso, Arriaga se atrevió a sugerir que ayudaría a la causa de las mujeres que éstas se eduquen, gracias a la cultura y la lectura. Pues bien, como no se trata ni de educación, ni de cultura, ni de lectura, sino de dar rienda suelta a las pulsiones, si agresivas mejor, Arriaga fue embestido por "machista" y por una "desafortunada ostentación de mansplaining". Ningún hombre puede decirle a una mujer lo que le haría bien, porque es un alarde de superioridad. Dicho de otro modo, al menos que la lógica no exista, sugerir que una mujer puede emanciparse mejor teniendo acceso a la educación y la cultura es un acto de machismo. De lo que se desprende que la mujer no necesita cultura ni lectura, sino ser simplemente mujer (tal vez ni Cosmopolitan lo haya dicho tan sexi).
     No todos, pero muchos de los casos que la oposición y los medios de comunicación masiva le han sembrado al presidente y mucha de su gente son dignos de los modos de antaño de la policía judicial: te pongo la mota y luego grito a los cuatro vientos que te la encontré, para obligarte a "soltar algo", y pobre de tí si no te dejas. En este sentido, la gracia consiste en dejar a López Obrador en el gobierno pero sin el poder, que se "concibe" como el de una dizque "opinión pública", aunque termina molestando que el presidente no se quede callado. Tan feo es escudarse en el anonimato como hacerlo detrás de un "nombre" o un "grupo" -no hay pierde, es Nexos o Letras Libres- para linchar a una persona que no goza de ninguna presunción de inocencia, sino a la que además se le hace decir lo que nunca dijo. Por cierto que hay algunas excepciones dentro de la misma oposición, pero son las menos, sobre todo frente al avasallamiento de los medios de comunicación masiva. 
     Debate, como se dijo, no hay ninguno pese al ruido en el ambiente: López Obrador a veces agrega lo suyo al problema, con cierta necedad, y no es del lópezobradorismo agringado que puede salir otra cosa que "los derechos y las libertades", para variar, es decir, no es posible que pueda despuntar la obligación de comportarse con un mínimo de imparcialidad. La intelectualidad lópezobradorista está en su propio onanismo y golpeando a su manera. Algunas vías de "sanación" para algo tan descompuesto y propuestas por el mismo López Obrador no han recibido más que el olímpico desprecio de quienes no tienen nada qué aprender de ética, porque ya lo saben todo de moral y parece que de fariseísmo muy a la estadounidense. Como sea, no es muy difícil ver que la oposición no está entre pares sino descalificando de entrada y poniendo el grito en el cielo si el atacado se defiende, porque entonces se trata de "persecusión". ¿Alguno de los atacantes consuetudinarios contra López Obrador ha sido mínimamente importunado en su quehacer? Ninguno, ni siquiera en las fantasías más salvajes del converso Roger Bartra, quien sueña con ser perseguido de algo. Toman por debilidad el laxismo total con "los adversarios que no son enemigos" y creen que es "la medida" del presidente, aunque hay que tomar en cuenta que no son los adeptos de ciertos métodos inquisitoriales los que deciden el voto.
     La respuesta difícilmente puede hallarse en el activismo (que no es militancia) de alguien como la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, cuya última ocurrencia woke acaba de ser cambiar una estatua de Cristóbal Colón por una de una mujer olmeca, "el origen de los orígenes" (¿por qué no un Hombre de Neandertal o un Australopithecus, si se trata de hurgar en los más originarios de los originarios?), todo al amparo de Jesusa Rodríguez, incapaz de distinguir la escena de teatro de su propio histrionismo (es decir que Jesusa Rodríguez ya es Jesusa Rodríguez, después de haberse creído Jesusa Rodríguez). Desde luego que un conjunto de monólogos pueden dar la impresión de gran diversidad y pluralidad, pero no por ello constituyen un diálogo. Si no lo practica, puede que no sea un problema en exclusiva de López Obrador, sino de una sociedad que cree -para quien se interesa en ello- que la democracia no se practica, sino que se decreta o se consigue a imitación de los gringos. No es desde arriba, en realidad, y no hay manera clara de saber qué pasa abajo, salvo que la adhesión al lópezobradorismo es mayor que entre las clases medias, a diferencia de 2018.


LO QUE HAY QUE TENER (THE RIGHT STUFF)

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