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martes, 12 de octubre de 2021

MÉXICO EN LA TABLITA

 El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador ha dicho en varias ocasiones que el proceso de transformación que encabeza puede fracasar de no haber "revolución de las conciencias" o cambio de "mentalidades". No ha habido mayor eco y el proceso mismo puede derivar hacia la confusión entre ese cambio y la norteamericanización aún más acentuada del país, en particular si la sucesión se decanta por el canciller Marcelo Ebrard o, más grave todavía, por la jefe de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.

      El proceso de transformación mexicano, que se planteaba de manera más radical en 2006, debió estar dirigido al pueblo (en el origen, "sólo el pueblo podía salvar al pueblo"), pero éste no pasa de ser una entelequia, y lo cierto es que no se promueve a gente de pueblo y en particular a trabajadores a cargos importantes, copados por sectores de clase media que de alguna manera "le hacen el favor" a quienes se les debe la creación de la riqueza. Esa influencia de la clase media no es dañina en sí, pero esta "clase" tiene intereses propios, y se la puede ver actuando por éstos hasta el rídiculo en legislaturas estatales con el Movimiento de Regeneración Nacional (MoReNa), oficialista: desde el diputado veracruzano que exige que se le diga "diputade" porque es "no binario" hasta la legislatura de Oaxaca que aprueba el derecho a escoger la identidad de género a partir de los 12 años (!), pasando por la de Sonora que apenas llegada aprueba el matrimonio igualitario. Difícilmente son las prioridades populares, pero cuidado: dicha clase sí tiene su "agenda", más allá del asistencialismo hacia los sectores populares, y se trata de la ilusión de un "capitalismo con rostro humano", es decir, "inclusivo".

     Frente a lo antes dicho y en sintonía con lo que ha ocurrido en otros países que se han preciado de ser "progresistas", el proceso de transformación en México flaquea por completo en la dimensión cultural y muestra un comportamiento bochornoso de la intelectualidad: es el mismo puñado de nombres repitiéndose y acaparando sin límite ni el menor pudor, como si quisieran hacer su propia camarilla (al estilo de Nexos o Letras Libres), sin promover a gente joven ni tampoco de origen popular. Gran parte del nuevo negocio se maneja hasta el hartazgo, en curiosa sintonía con los medios de comunicación masiva dominantes y el estilo de las universidades estadounidenses, como si se tratara de una franquicia Demócrata, decantada desde ya por Sheinbaum y por cualquier disparate sobre "la memoria". Falta por ver el momento en que la Malinche recuerde haber sido violada por Hernán Cortés y le ponga una demanda, 500 años después, al estilo de la "memoria recuperada" estadounidense. No se trata desde luego ni de nacionalismo ni de resentimiento, sino por el contrario de la pérdida del sentido de nación y Estado, considerando que la nación mexicana nació con dificultades a principios del siglo XIX -por lo que se recupera una "memoria" pre-nacional- y que el Estado se consolidó mucho más tarde hasta el siglo XX, aunque los libertarios sesentaiocheros están ocupados demoliéndolo. Todo ésto va a contrapelo de los esfuerzos -dentro de los límites en que es posible y válido- de López Obrador de salvar al Estado nacional mexicano de la ruina y lo que ya ha estado cerca de ser, aunque tal vez no convenga a ciertos sectores estadounidenses en plena vecindad: un Estado fallido, en particular luego de que la clase política priísta se suicidara como tal, y renunciara a gobernar.

      El progresismo no ha avanzado mucho en la autocrítica, salvo en contadas excepciones como Bolivia, mientras que en otros casos, como en el de Argentina, no entiende qué hace mal, ni se permite entenderlo (basta ver el mar de tonterías que es capaz de decir el obrero metalúrgico travestido brasileño Luiz Inácio Lula da Silva contra el presidente Jair Bolsonaro, con tal de ganarle a toda costa). El lópezobradorismo ya se llevó también un buen susto en la Ciudad de México, sin que quede claro ahora cuál es su base social: era la clase media, abrumadoramente, en 2018, pero ahora son "los pobres" sin claridad sobre qué pobres, al mismo tiempo que la dirigencia es de clase media. De la misma manera en que no se ha querido hablar de la Cartilla moral ni de la Guía ética para la transformación de México, salvo para mal, no se ha querido abundar demasiado en la teoría necesaria para entender el mundo en vez de dejarse llevar por él -o lo que los medios dicen de él-.. La "ola que viene" puede no ser más que una frase casi publicitaria si está excluído cualquier aprendizaje, es decir: si se ha abandonado por completo la educación en todas sus facetas, que salvo excepciones (como la notoria de Frei Betto), brilla por su ausencia. El llamado "neoliberalismo" ha logrado apoderarse de toda una época convenciendo de una supuesta "naturaleza humana". En materia humanista, la izquierda progresista no tiene mayor cosa que proponer, e incluso suele enrumbar en direcciones anti-humanistas. Es el caso de mucho de lo recompensado con el Premio Libertador venezolano al Pensamiento Crítico, desde Boaventura de Sousa Santos a Enrique Dussel, antirracionalistas que ni siquiera entienden qué piso serruchan y por qué no se puede renunciar a una universalidad en nombre de un derecho de excepción apenas disimulado y ofrecido con demagogia. Se puede seguir esperando que hagan alguna crítica del "americanocentrismo", porque no vendrá y no se ha querido entender el uso eficaz que ha hecho Estados Unidos del "poder blando". La derecha, por su parte, no necesita humanismo: decidió remplazarlo por el "estado de opinión" que, al decir del ex mandatario ecuatoriano, Rafael Correa, remplaza al "estado de derecho" y hace que cualquier cosa sea permitida, menos pensar y transformar radicalmente

      Claro, para rematar López Obrador salió - citando a la señora- con que las razas no existen: el color de piel es entonces una interpretación social, y alguno ve prieto lo que a lo mejor no es más que rubiecito, puesto que por lo demás no son los hechos los que nos afectan, sino el modo en que los interpretamos, no habiendo más que tonos pardos y anaranjados. Si usted cree en alguna diferencia biológica entre Yalitza Aparicio y Greta Thunberg, está en un error: una mixteca y una sueca no se diferencían más que por una idea cultural y para el resto todo es relativo y no hay que ofender a nadie: ni a la Cleo que todos quisiéramos como empleada doméstica, ni a lo mocosa majadera en nombre del cambio climático. Se puede tener herencia medio blanquecina y salir color Chocoflán. Unicamente falta que salgan con que no hay gente fea ni bonita (en la foto, el ballet coreográfico de la Ciudad de México).





FANÁTICAMENTE MODERADOS

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