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domingo, 5 de junio de 2022

PEOR ES NADA

 Los "demócratas liberales" gustan a veces de ornamentarse con cultura, y para el caso adoran refugiarse en Los demonios y la leyenda del Gran Inquisidor de Fiódor Dostoeivski, el escritor ruso. Si Cristo llegara a la Tierra, la gente lo volvería a entregar, según el Inquisidor, porque aquélla prefiere pan a la carga pesada de la libertad, y a cambio de ese pan está dispuesta a la obediencia y la sumisión. Sería más o menos como sigue: hay gente que a cambio de una promesa de pan está dispuesta a sacrificar la libertad. El socialismo no habría hecho más que prometer bienestar material -aunque sin siquiera cumplirlo- sacrificando la libertad y prohibiendo la posibilidad de expresarse sin cortapisas, de circular por donde se quiera, de no ser molestado en el domicilio, etcétera. No faltan quienes estén dispuestos a enfilar detrás de la historiografía británica y francesa para señalar que el socialismo provocó terribles hambrunas e instauró el terror. En estas condiciones, no tiene sentido arriesgarse a una revolución para llegar a semejante deshumanización, y son preferibles algunas reformas graduales al sistema existente para ver si, de alguna manera, la cobija alcanza para el mayor número posible, como promesa al menos. En el capitalismo o el "libre mercado" no hay terror y quien se lo proponga puede tener su pan, pero además decir absolutamente lo que se le pegue la gana, incluyendo a neonazis y a comunistas dados por equivalentes de "extremos".

     No se trata aquí de salir con oratoria sobre Martí, Fidel, el Che, Bolívar o Sandino y la Biblia, y es un hecho que en países socialistas no hay mayor libertad de pensamiento (dejemos de lado la libertad de expresión, de religión y de conciencia), ni la ha habido históricamente, lo que no quiere decir que no haya habido creación del todo (que se desconozca es otra cosa: en la literatura, por ejemplo, en la Unión Soviética había una peculiar libertad de pensamiento y de muy dura crítica al régimen, por lo demás tolerada mientras no cayera en la deslealtad). La libertad de pensamiento se da con mayor frecuencia en países capitalistas avanzados, aunque no sea la regla. En países subdesarrollados, esta libertad es algo más bien escaso, aunque existe (podríamos poner casos de algunas muy buenas periodistas mexicanas con criterio propio, se esté o no de acuerdo en todo con ellas). Hay mayores derechos de expresión. En cambio, en el mundo subdesarrollado no existe el derecho a la vida privada, y tampoco lo consagró el socialismo.

     Al mismo tiempo, hay que carecer de criterio o no tener dos dedos de frente para creerse el discurso de "los derechos y las libertades" como algo universal en el sistema capitalista: hay que tener acceso al dinero o al poder, o a ambos, y a riesgo de que con éstos las cosas cambien. No son muchas las libertades o los derechos que se pueden hacer efectivos sin dinero y/o poder: son puras cosas "en teoría" si no hay cómo pagarlas (puede haber por ejemplo libertad de tránsito, sin libertad de ir a donde uno quiera simplemente por falta de recursos), o cómo obtenerlas del poder. Toda la población puede decir lo que quiera, pero no toda tiene la posibilidad efectiva de ser oída y tomada en cuenta.

      Dejando de lado a Isaiah Berlin o los altos vuelos espirituales de Dostoievski, no desligados de una visión religiosa, si los "demócratas liberales" se refieren a los Derechos Humanos, seguramente deban considerar algunas cosas. La Declaración Universal de los Derechos Humanos prohíbe ataques a la honra y la reputación (artículo 12), por ejemplo, pero no es seguro que sea algo del interés de los "demócratas liberales", ni de muchos de izquierda: nadie está invitado a lo que el mismo artículo critica como "injerencias arbitrarias en la vida privada". La misma Declaración no descarta formas de propiedad colectiva. que tanto abominan los "demócratas liberales": "toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente" (artículo 17). Pasemos sobre todos los derechos desconocidos en el capitalismo, en los hechos (al trabajo, o a una remuneración satisfactoria, artículo 23, o a un nivel de vida adecuado, artículo 25). Hay un elemento que llama la atención en la Declaración aludida: el artículo 29 afirma que "toda persona tiene deberes respecto de la comunidad", lo que nunca aparece entre quienes se creen exentos, además, de los límites que suponen "las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática" (artículo 29). Después de todo, más de un "demócrata liberal" está dispuesto a creer que fuera del individuo y la familia, no hay sociedad, como lo declarara la primera ministra británica Margaret Thatcher, ni puede haberla, a riesgo de que, en nombre de ella, se invoque algo "superior" que conculque las libertades individuales. Lo cierto es que el capitalismo no asegura los Derechos Humanos económicos y sociales consagrados en la Declaración, por lo que tampoco hay para todos "libertades", de escoger, por ejemplo (entre un hospital público o uno privado, por ejemplo). Que no haya deberes con la comunidad (debiera ser en realidad con la sociedad) implica que "los derechos y las libertades" sin ninguna obligación pública desemboquen en conductas antisociales. Y de hecho, el antisocial es el modelo del capitalismo por lo menos desde los años '80. La libertad se convierte en otra cosa: de dañar y salir impune, libertad de no ser importunado en el cinismo. Se responde únicamente ante el dinero y/o el poder, que son tomados por "la comunidad" (!).

     Como sea, nada de lo descrito tiene demasiado que ver con el socialismo, que no es un régimen para el pueblo, ni para la gente, ni para "todos", sino para los trabajadores. En este sentido, gobiernos como los de Cuba y Nicaragua (Venezuela se cuece aparte) son nacional-populares, no mucho más, a diferencia de lo que fue por un tramo de su historia la Unión Soviética. Todos deben ser entendidos, como el capitalismo, en sus propios términos. 

     Entretanto, partir de que los países socialistas han sido y son inhumanos porque son para muertos de hambre y gente aterrorizada es hacer caso de propaganda, a reserva de que la izquierda haya terminado por creérsela: el líder brasileño Luiz Inácio Lula da Silva podrá ofrecer todo el pan que quiera (¿seguro que sin obediencia y sumisión?), pero no logró enseñarles a los brasileños beneficiados qué hacer con su libertad, aunque sea porque el progresismo no tiene mayor interés en lo que para Dostoievski era "libertad responsable" y sentido de la vida. Lula no habla más que de consumo. Para quien guste de las cosas religiosas, Cristo puede aterrizar en más de un territorio progresista sin que sea necesario liquidarlo, lo que tampoco hace el Inquisidor. Y en el capitalismo es igual de inoportuno: no vaya a ser un impostor que quiera algún beneficio para sí mismo engañándonos con algo "superior". 

      Lo que se puede hacer mientras tanto es seguir creyendo en nuestro "peor es nada", reptidiendo a coro lo mismo, a la espera de que el sistema desconozca sus propias leyes. La esperanza muere al último. Y ni se diga la ilusión: para mantenerla basta con creerse la propaganda anticomunista, una buena coartada para quienes pueden hacer efectivos sus "derechos y libertades". Comprándolos o por graciosa concesión o favor.




FANÁTICAMENTE MODERADOS

 En varios países de América Latina, la izquierda, que tiende más bien a ubicarse en el centro-izquierda (del que no queda excluida Venezuel...