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miércoles, 27 de julio de 2022

UNO COMO PUTIN

Después de algunos intentos a finales de los años '40 por cerrarle el paso, el burocratismo, basado en la carrera partidaria, ganó la partida en la Unión Soviética a mediados de los '50, sin perder el mando central. Se trataba no de un "capitalismo de Estado", puesto que no había mayormente propiedad privada (ni mucho menos grandes monopolios privados), sino de una "Estadocracia" que, no está de más recordarlo, no era propietaria de medios de producción, por lo que era posible hablar de socialismo de Estado, si bien debía tener un carácter transitorio.
     Se instaló una contradicción entre el "síndrome de gran potencia", que se había tratado de evitar a finales de los años '40 (evitando en particular el peso de los militares), y un país en ruinas. Una cosa era levantarlo y otra, en una adulteración, plantearse, como empezó a hacerse con el líder soviético Nikita Jrushchov, "alcanzar" al capitalismo, puesto que un régimen socioeconómico superior no tiene por qué plantearse alcanzar al inferior. Esta idea del "alcance", como la llamara el economista egipcio Samir Amin, todavía está presente en Rusia, en términos de "potencia". En la época de Stalin, "cubrir la brecha" tenía otro sentido, que se logró con la victoria sobre el nazi-fascismo: no "imitar", sino evitar ser aplastado en un cerco. Hasta los años '70 y principios de los '80, los libros de texto occidentales enseñaban sin problemas lo que se había buscado con las colectivizaciones forzadas en el campo y la industrialización, a la par de los planes quinquenales: no competir con nadie, puesto que se trataba del "socialismo en un solo país", sino ser un país lo suficientemente fuerte para resistir las embestidas externas, como efectivamente ocurrió, lo que le valió a la Unión Soviética el respeto internacional hasta 1956.
     Entre el periodo de Jrushchov y el de Leónid Brezhnev, a mediados de los años '60, se empezó a aflojar la centralización y afloraron más aún las ambiciones de "clanes" sectoriales-territoriales: en otros términos, se fue a dar en competencias entre clientelas por el poder, para lo que sirvió el aparato partidario. Líderes como Mijaíl Gorbachov o Borís Yeltsin, ambos nacidos en 1931, no pelearon en la Gran Guerra Patria, pero sí crecieron a la sombra del "deshielo" y de las competencias clientelares mencionadas: ninguno de los dos destacó en su oficio, pero ambos fueron sobresalientes en escalar en el partido oficial y único, sin méritos profesionales gubernamentales: en otros términos, eran arribistas sin aptitudes para gobernar, pero con capacidad de persuasión. Las pifias al final fueron obvias, y uno de las más llamativas es que Gorbachov haya llamado a Yeltsin a Moscú, capital soviética, para "luchar contra la corrupción", en la que el mismo Yeltsin demostraría luego ser todo un maestro.
      Así, por lo demás, ante las dificultades para decidir sobre el modo de reanimar la economía, se fue imponiendo "la política", algo propio de regímenes precapitalistas. Esta "política" de redes clientelares, de dobles caras y de ambiciones y arribismos, se fue coludiendo con la economía ilegal y con privilegios a los que no tenía acceso el conjunto de la población. Dada la idea del "alcance", mucho ya estaba preparado para el viraje al capitalismo. Se podía conjugar desde entonces lo que existe ahora: algo de sovietismo, pese al anticomunismo feroz, capitalismo y resabios feudales. El actual presidente Vladimir Putin fue curiosamente ayudado para ascender no sólo por la "red KGB" (Comité de Seguridad del Estado), en particular de la antigua Leningrado, sino por gente del partido comunista interesada en alguna forma de capitalismo de Estado "de gran potencia", como Evgueni Primakov o incluso, en algún momento, Yegor Ligachov. Incluso Yuri Andropov, por un tiempo líder soviético antes de la llegada de Gorbachov, tenía en mente una "economía mixta" y una importante liberalización de la economía.
      La red de Putin mezcla la punción sobre la economía desde el aparato político (por lo que no falta la corrupción) con el capitalismo y la creencia en valores feudales. Se entiende que deteste el comunismo hasta donde lo asocia con lo visto en la segunda posguerra: la doble cara y la ideología hueca de la llamada nomenklatura. Al mismo tiempo, habida cuenta del lugar de los estratos medios a partir de los años '60, no falta el estrecho y mezquino espíritu meschanin ("clasemediero"), que va contra el universalismo del sovietismo, y dado al moralismo. En este marco se cree poder suprimir la contradicción en sí y negar la existencia de clases para unirlo todo en alguna "Rusia eterna", que quisiera entrar así al supuesto "mundo multipolar".
     Es poco probable que 70 años de historia puedan ser desconocidos como si no hubiera ninguna lección que extraer de ellos (del periodo 1917-1987), aunque sea porque fue en ese periodo que se incubaron varias de las contradicciones actuales. No es su congelamiento que permite aprender para los tiempos actuales. La "Rusia Eterna" era en todo caso el lugar de una nobleza estatal que vivía en la inercia y de una aristocracia que no sabía a quien imitar: si a Alemania, Francia, Italia, Gran Bretaña o lo que cayera. Durante parte del periodo soviético, la Unión Soviética era a imitar, no imitadora. Queda hoy "uno como Putin" (da click en el botón de reproducción).


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