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sábado, 16 de marzo de 2024

¿SE LES PERDIÓ ALGO, MUCHACHOS?

 México, sin ser el único en América Latina, ha sido desde hace mucho tiempo un país que ha recibido con generosidad a exilios diversos. También están, aunque en mucho menor medida, Costa Rica, Panamá, Venezuela, Cuba y Argentina, como lo estuvo un tiempo Chile. De los enumerados, Panamá es el que ha tenido mayor vocación internacionalista, después de México.

      La tradición mexicana arranca sobre todo con el presidente Lázaro Cárdenas, que recibió al exilio español, que habría de aportar mucho a México, sobre todo en las Humanidades, y a Trotski. A la vuelta de los años, México recibió a miles de exiliados guatemaltecos, luego del derrocamiento en Guatemala, en 1954 (antes de la Revolución Cubana), de Jacobo Arbenz. Ya hay buenos estudios, algunos hechos en Francia, sobre la trayectoria del exilio guatemalteco (incluyendo la del intuitivo y al mismo tiempo poco institucional periodista Oscar Edmundo Palma) y la relación que mantuvo con su país de origen. Distintos exiliados del país centroamericano se quedaron en México, aunque con frecuencia no perdieron ciertas costumbres de origen oligárquico, en particular la de buscar colocarse en ventaja en cualquier situación y rehuir circunstancias que no lo permitieran.

      Más adelante, con la excepción de un grupo de cubanos en los años '50 (el de Fidel Castro), el exilio fue de sudamericanos, en particular de bolivianos, brasileños, chilenos y uruguayos recibidos durante la presidencia de Luis Echeverría (1970-176), y que también aportaron a la intelectualidad, en particular con el debate sobre la Teoría de la Dependencia, que ya había comenzado en Chile entre 1970 y 1973. Muchos no se quedaron y volvieron, poco más de una década más tarde, a sus respectivos países. Algo un poco distinta fue la llegada de exiliados desde Argentina a partir del golpe de Estado de 1976, recibidos en México con el intocable José López Portillo (1976-1982), pese a la corrupción galopante. Más de un argentino, al igual que previamente más de un chileno, tuvo igualmente un comportamiento no muy loable, y en general, tratados con condiciones mejores que las de muchos mexicanos, los exiliados no tuvieron mayores palabras de gratitud para México, a diferencia de los españoles que ya no podían volver, por décadas. Hubo de todo: tal vez no se recuerde el caso del guerrillero Enrique Gorriarán Merlo (entregado en 1995 por México a la Argentina), o del chileno afincado en San Miguel de Allende (Julio Escobar Poblete, entregado a Chile en 2021)que, de origen guerrillero (Frente Patriótico Manuel Rodríguez), terminó involucrándose en una actividad como la del secuestro de Diego Fernández de Cevallos. Que se sepa, el único agradecimiento explícito ("al México que nos amó y que quisimos") fue alguna vez de la argentina Stella Calloni, sin ir muy lejos, al momento del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Una excepción, por su trabajo, es la de la argentina Pilar Calveiro, quien ha hecho una obra significativa sobre su experiencia en Argentina, pero también sobre su trabajo con familias y comunidades mexicanas. De estos exiliados en otras partes del mundo, desde los '70, se hizo, según consta en algunos estudios oficiales, suecos por ejemplo, un retrato poco agradable, de poca integración y en cambio de sacar ventaja, como no era raro que sucediera por ejemplo con chilenos en Francia. Es posible pensar que no todo era debido a la "frialdad" de los suecos: hay, por ejemplo, exiliados un poco más tardíos, como algunos salvadoreños, que no se desadaptaron tanto en un país como Dinamarca.

       Los exiliados, de nueva cuenta guatemaltecos y también salvadoreños, llegados a México en los '80 tuvieron otras condiciones, más difíciles, a partir del sexenio inseguro de Miguel de la Madrid (1982-1988), sin que más de uno, no de origen popular, haya llegado con rasgos oligárquicos también, de aprovechado, lo que no dejó a veces de causar disgusto en México, aunque ocurría sobre todo en los '70 con quienes aterrizaban como "grandes señores". En cierto modo, como parte de sus costumbres oligárquicas, eran endogámicos (tampoco faltó desde antes el grupo de haitianos de "reyecitos negros" y matriarcas mulatas). La actitud mexicana era hospitalaria, pero no carente de ambiguedad: xenófoba con el "inferior", malinchista con el "superior". Se tiene una idea algo romántica e idealizada de una época en la que, de manera contradictoria, se decía ser "revolucionario" para cambiar el mundo para mejor y, al mismo tiempo, la conducta distaba de poner el ejemplo, sino que se regía por el hábito oligárquico de "podérselas" y ostentar. Algo debe haber existido para que, con frecuencia, los vástagos de estas "figuras" idealizadas terminaran sin pelear nada y lejos de causas que no fueran sino de barniz, para ir a dar en el "arte" y cosas por el estilo. A veces no queda más que algún sudaca aprovechado colgado de un exiliado que nunca lo fue, del Paraguay por ejemplo. Otros encontraron una renta en la desgracia (para sacar partido de Juan Gelman, por ejemplo). Las hay galardonadas por el solo hecho de haberse hecho pasar por la causa encarnada, sin el menor mérito. No faltó quien reprodujera con la casona el hábito de hacienda para tener la "parentela ampliada" como si no hubiera mañana. Muchos trabajaron y aportaron mucho menos de lo que hizo creer "la causa".

     Finalmente, luego de la invasión de 1989 en Panamá llegaron panameños también con buen recibimiento y sin las dificultades de algunos guatemaltecos, de origen popular, o muchos salvadoreños. Los panameños fueron acogidos en universidades privadas y de negocios (como la del siempre ambiguo Alejandro Gertz Manero, la Universidad de las Américas, UDLA, en el Distrito Federal), y regresaron pronto: a la vuelta de la esquina, y en parte a partir de la plataforma adquirida en México, uno que otro obtuvo algún cargo diplomático  (el diplomático panameño Nils Castro, en particular, explicó en El Panamá América cómo "se encontró" a pesar suyo y contra su voluntad con una embajada) y se colgó toda una parentela de aprovechados, más que negaron por qué tuvieron que salir en 1989, sin renunciar a escalar al estilo que se usa en esa "república de primos" que es Panamá: reglas de oligarcas-comerciantes que le serrucharon de paso la autoridad a quien en buen medida los colocó, con un nombre o una intervención, en algún centro de conocimiento, un organismo internacional ambientalista o hasta alguna posibilidad de cantar, y no tan mal (da click en el botón de reproducción). El responsable se tragó la culpa que le endilgaron y, a su modo, un poco tristemente, asumió veleidades "libertarias" probablemente sin creer demasiado en ellas.

     Fue la época de "la política" de raigambre oligárquica -cómplices más que amistades verdaderas- para "sacar tajada" y, para los vástagos, convertir el resto de la causa en agencia de colocaciones. Pocos -los hay- se mantuvieron explícitamente fieles al trabajo y, tal vez hasta caer en el error, al sentido del deber. Tal vez haya uno que otro ejemplo que agradecer, de quienes no se sirvieron de la causa como renta ni desertaron. Otros se convirtieron en contradicciones vivientes, sin visos de solución, algunos se fueron temprano, para bien o para mal, y no hubo transmisión intergeneracional, de tal modo que no faltan descendencias o parentelas bochornosas. Algunos se apartaron, como el hijo de quien en un golpe de Estado pasó del armario como escondite a la embajada mexicana. Es poco probable que la causa "revolucionaria" justificara, un poco dependiendo de las nacionalidades, formas de vida no muy cercanas a la honrada medianía. López Portillo fue una buena oportunidad de perder la cabeza, como un poco más tarde el seductor de la patria. Ante cierto temor en los '80 a la caída en el nivel de vida de la "clase media", pareció preferible "el derecho y la libertad de escoger", así fuera la regresión a los "tráficos" (de influencias), con más modas que causas. En fin: por algo el panameño Justo Arosemena no aceptada ciertas cosas -.cargos- y por algo, pese a la crisis, muchos exilios hicieron su agosto. No es en lo descrito que está ningún dolor de lo perdido, porque muchos exiliados no perdieron nada e hicieron del exilio otro negocio más. Digamos que se perdió la causa, seguramente porque el efecto no correspondía. La causa no era "colocarse" y, en abono de ciertos diplomáticos, no son ellos los que se colocaron (más bien se encontraron "descolocados"), sino los de la parentela. No hay dolor de lo perdido: ¿o qué se les perdió?  Para otros quedó el recuerdo de lo alguna vez encontrado , y lo demás... dejó de ser nuestra historia, No hay dolor de lo perdido. (da click en el botón de reproducción).

PD: se olvida con frecuencia el pequeño núcleo del actual exilio ecuatoriano en México y la larga espera de la petición de asilo del ex vicepresidente Jorge Glas, de grandes cualidades de trabajo y humanas.









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