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martes, 26 de marzo de 2024

GENTE PERFECTA

 El llamado en inglés reality show puso de moda dejar el pudor y el sentimiento de verguenza -confundido con el de culpa- de lado y, para ir más lejos, "pasar al acto" verbal y en ocasiones físicamente. Se sumaron programas como Big Brother, un nombre ambiguamente escogido para exhibir y vigilar al mismo tiempo la intimidad. Lo privado se volvió algo a "poner en común", a la vista de todos, "sin tapujos", "sin secretos", para todas las "revelaciones": al parecer, se trata de "ponerse al desnudo" con una ayudadita de los psicólogos y del afán libertario por ser "auténtico" y "transparente". Esta creencia en la transparencia tiene un lado extraño: nadie es nunca totalmente transparente para sí mismo ni para los demás, inmovilizado, de tal modo que siempre se aprende y se evoluciona de algo desconocido que difícilmente aparece como una gran luz clara que permita verlo todo. Pretender la transparencia de tal modo que "se vea todo" es parte de la exhibición: el ser más transparente sería el que sale desnudo a la calle y hace en ésta de todo (algunos campi universitarios están bastante avanzados). Ya tiene buen rato que los libertarios inventaron los centros y las playas nudistas, pero hay más y mejor: convertirlo en espectáculo, como lo hace el fotógrafo Spencer Tunick. Hay más, como los que salen desnudos a hacer ciclismo en grupo. Una de dos: o no tiene ningún sentido y se trata simplemente de que, por ejemplo, hace calor, o, si no, es que se quiere "expresar" algo, en lo que es difícil negar que es un espacio común. De alguna manera, si se trata de "expresar algo", es dirigido a "alguna parte", puesto que se muestra, aunque se llega al grado de "mostrarse a sí mismo", como se hace con la selfie (uno se "pone en escena" para sí mismo y, supuestamente, sin ánimo, claro está, de molestar a nadie).

     El resultado, en algunos medios, es que se borra la línea que separa a la persona del personaje. El que se funde por completo con su propia imagen, si acaso lo logra, tiene un nombre, como el que se cree rey o como el rey que se funde por completo con su imagen de rey. Esto, en el supuesto de que sea posible y ya no se sepa qué marca la distancia entre la persona y la imagen que tiene de sí misma. Esa distancia es frágil, pero puede suponerse que existe , es decir, que en alguna parte o en algún momento el rey que se cree rey sabe que está "haciendo de rey" . Desde luego, se puede llegar a un grado de anestesia en el que se crea que se está "haciendo de rey" 24 horas sobre 24, en todas las actividades.

      El problema de la fragilidad del límite está en que el espectáculo puede llevar a creer que se está en público o en un espacio común como si se estuviera en escena, lo que lleva a decir personaje en lugar de persona o personalidad. Si no hay distancia, ya se ha sugerido de qué puede tratarse. Si la hay, entonces se quiere "expresar" y cada quien es libre de hacerlo: salir a la calle tatuado (de tal forma que los tatuajes se vean, lo que es lo más frecuente), salir en chanclas (chancletas), en pantalones cortos, a exhibir los pectorales y los bíceps, con playera de estilo basquetbol, la gorra con la visera al revés, el pelo pintado de algún color vistoso, la barba con dejo islámico, etcétera. En realidad, el clima no tiene gran cosa que ver: en el trópico se suele usar pantalón largo, sombrero de Panamá, guayabera, zapatos, etcétera, mientras que lo que se exhibe es propio de una mezcla entre estilo californiano, de terrorista y cantante texano, de negro de gueto estadounidense, de integrante de los bajos fondos de la sociedad (el tatuaje siempre ha querido decir éso, y lo prueba el exceso del pandillero, como en la mara salvadoreña), de obrero sin empleo en un barrio inglés (el punk de pelo pintado), o de plano, la pertenencia a la tribu salvaje, con el anillo en la nariz, el hombre con pelo hasta la espalda, cuando no se está imitando la última ocurrencia de un deportista negro estadounidense. El reality show ya permite ostentar todas las fealdades, las del alma incluidas; lo visto en televisión permite, incluso so pretexto de alguna comodidad, salir a la calle con traje de pandillero, aún sin serlo, de miembro de alguna tribu salvaje, aunque no se pertenezca a ninguna, como deportista negro aunque no se practiquen ni lagartijas en casa, como porro (en la exhibición de pectorales y bíceps), como drogadicto (también es alguien que gusta de los tatuajes que acompañan a los lugares de los jeringazos), como gente feliz de ocio (si son chanclas, crocs y estilo playero): se debe suponer que todo es "ocasional", "casual", que "la moda rompe reglas" y que no hay ley, puesto que se está mostrando lo lumpen, algo traído o vuelto a traer por los libertarios. Negarán que están provocando y siempre en el límite de lo permitido y lo prohibido. ¿Acaso no está "prohibido prohibir? Algunos hablan de pulsiones; muchos se instalan más bien a seguir cierta moda, así sea lumpen, como signo de distinción y hasta de superioridad, puesto que están disfrutando del ocio y no obligados a vestirse de campesinos, de obreros electricistas o telefonistas, ni siquiera de oficinistas: es probable que detrás de más de uno provocando no haya más que un cobarde carente de criterio propio y escudado en la masa, no sin un dejo fascistoide, o un chorlito sin cultura de nada. No es el grueso de la población que ha instalado el reality show en la calle, pero sí, incluso, la clase de "clase" que al mismo tiempo exige seguridad y la deposita en delincuentes de cuello blanco.

      Para lo que da es para que la gente normal sea tratada de anormal, desafiada y parasitada ya no nada más por algunos antiguos oficios, sino por parte de la dizque "clase media" que, como su imperio favorito, ve en el ademán de barbarie un signo de distinción, como los libertarios. Más obsceno se es, y más se tiene paradójicamente alguna posibilidad de ganar en lo que se llama "visibilidad". Se es "alguien" por tener la libertad de hacerse visible con algún símbolo de ocio, de bajeza o de conato de violencia. Si, después de todo, debiera suponerse que no es más que el espectáculo escogido para uno mismo, no queda claro por qué debe irse con onanismo por la calle (y vaya que Onán no tenía en la Biblia las mejores intenciones). Seguramente no haya nada mejor que una pretenciosa Martha Debayle para regodearse en entrevista con el par que hace el programa radial "La Corneta": el metabolismo perfecto, se ha dicho por ahí, es cuando se traga con gusto y sin chistar los "desechos" (que se adivine cuáles) del otro. Si con alguno justificando al Marqués de Sade, más exquisito. La creciente carencia de educación y cultura puede hacer aparecer "éso" como gourmet, y como "derecho y libertad" el de hacer que haya quien se lo trague convencido de que es "un orgullo, un honor y un privilegio". El que espera que la barbarie se le aparezca bajo alguna otra forma es libre de seguir en la invitación a degustar en este "festival gastronómico". Zygomatic ya inventó el juego de cartas (naipes) en el que los dos cargos perdedores son el de vicecomemierda y comemierda. Lo mejor es la creencia social de que son los cargos con los cuales "saber relacionarse" para tener idéntico "éxito": nunca quedar fuera del juego. En fin, que es de rivalizar porque más vale bulimia que anorexia (da click  en el botón de reproducción).




FANÁTICAMENTE MODERADOS

 En varios países de América Latina, la izquierda, que tiende más bien a ubicarse en el centro-izquierda (del que no queda excluida Venezuel...