En una entrevista reciente con el periódico Milenio, y como ya lo había hecho antes, la candidata mexicana oficialista, Claudia Sheinbaum, ofreció para el país "prosperidad compartida". De por sí, meter la palabra "bienestar" por doquier no es muy original. A mediados de los años '90, el presidente "priísta" (del Partido Revolucionario Institucional -PRI), Ernesto Zedillo, hablaba en campaña de "bienestar para tu familia", con la idea de llevar los beneficios de "lo macro" a "lo micro", es decir, a los bolsillos de la gente. El "Estado de Bienestar" es una antigua creencia keynesiana de la segunda posguerra, aunque ahora está limitado por las finanzas sanas, para evitar desequilibrios presupuestales y deuda. Como sea, ni siquiera hablar de vez en cuando de "desarrollo" es muy original, puesto que es, también, una creencia estadounidense de la inmediata segunda posguerra. Lo más a la izquierda que llegan algunas izquierdas es al New Deal (Nuevo Pacto) de Franklin D. Roosevelt -por quien expresó admiración el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador- o a la Alianza para el Progreso de los años '60, con el presidente John F. Kennedy. Alguno que otro debe completar estas creencias con Mahatma Gandhi, Martin Luther King o Nelson Mandela, o con "Imagine", de John Lennon. Lo demás es un terror fuera del "extremo centro".
El gobierno mexicano de la autodenominada "Cuarta Transformación" parece creer en una segunda posguerra dorada, con personalidades como el presidente Adolfo López Mateos (1958-1964) o el funcionario Antonio Ortez Mena, secretario de Hacienda por más de una década, el del peso a 12,50. México ha presumida sus finanzas sanas, su peso estable, su no endeudamiento, etcétera. No hay mucho parecido entre el gobierno de Luis Echeverría (1970-1976) y el de la 4T, ya que con el primero empezó el endeudamiento, terminó por devaluarse el peso y se incrementó el gasto público, aunque nunca se llegó al gran Estado que creen los "demócratas liberales". Lo que llama la atención es que Echeverría marcó una época conocida como de "desarrollo compartido", buscando en principio cierta redistribución de la riqueza, si bien no existían las ayudas sociales de hoy. No hay demasiado que comparar entre los '70 y la actualidad, pese a lo sugerido por intelectuales como Roger Bartra hace pocos años en un libro de cierta circulación comercial, Regreso a la jaula. Lo que sorprende es, como sea, el eco del pasado: "prosperidad compartida", quiérase o no, no deja de recordar la antigua creencia en el "desarrollo compartido". ¿Quién debe compartir? Echeverría no le gustaba a los empresarios. Puede ser que ahora una fracción de los empresarios quiera cierto poder de compra abajo para encontrar mercados y vender, más que por algún interés especial por "los pobres" o "el pueblo".
Lo que llama la atención es que ahora ya no es "desarrollo" lo compartido, sino la "prosperidad". ¿Qué prosperidad? Es una palabra fuerte, aunque no tanto como la "administración de la abundancia" del presidente José López Portillo (1976-1982) o la "opulencia". No, prosperidad, si compartida, se entiende que entre todos, o tal vez en la mayoría. ¿Y quién va a compartir? Pareciera existir la creencia de que los empresarios: entrará mucha inversión y, como acostumbrado, se cree que se le podrá pedir buenos salarios, vivienda adecuada, etcétera, porque se lo prometieron a Sheinbaum, que no distingue entre términos relativos y absolutos. Seguramente la candidata no se refiere a todo el trabajo (¿remunerado o no remunerado? que los trabajadores le van a compartir a los empresarios. "Prosperidad compartida" es distinto de "primero los pobres". Si lo segundo quiere decir "mayor tajada del pastel para los pobres", la "prosperidad compartida" implica una simple idea redistributiva de lo más vaga: ¿Son Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego o Germán Larrea que van a compartir su prosperidad?
El antiguo candidato oficialista Marcelo Ebrard había expresado en distintas ocasiones, incluido su libro El camino de México, la idea de que la clase media fuera mayoritaria. En cierto sentido, no falta mucho, puesto que es el 56 % de la población mexicana que tiene un ingreso inferior a la línea de pobreza por ingresos. Para Ebrard, la idea parecía ser pasar a una cifra por debajo del 50 %, para, como lo dijo expresamente, ser un país mayoritariamente de clase media. Sheinbaum no se ha expresado en estos términos y no queda claro quién y cómo va a "compartir prosperidad", por lo que el asunto es más vago, así la candidata hable a veces de "pueblo" o "nación". ¿Prosperidad compartida con el pueblo?¿Con la nación?¿O con los pobres, lo que no está descartado para tener algo un poco más parecido a Puerto Rico, con mucha infraestructura moderna, inversión (habrá seguramente de ambas) y pobreza de cerca del 40 %? Lo que faltó decir es que, como cada sexenio, la fachada puede seguir mejorando y en más de un aspecto dar aires de Primer Mundo. Detrás de esa fachada probablemente seguirá habiendo un buen porcentaje de gente echándole muchas ganas "a ver qué sale". Pese a tener las cuentas claras (y sin duda honestas), no hay cálculo alguno de cuántos tendrán que seguir agotándose en echarle muchas ganas para que se les comparta un pedacito de pastel.
Como Sheinbaum tiene la idea de digitalizar lo máximo que se pueda, el país se convertirá en uno en el cual deba saberse seguir instrucciones -lo que no es lo mismo que pensar- y ser objeto de control, para que en vez de corrupción haya enforcement. En este asunto de seguir protocolos para todo, o casi -de hecho, Sheinbaum sigue lo que entiende como "el protocolo López Obrador"-, no parece que el debate sea lo más acostumbrado dentro del oficialismo: Sheinbaum sugirió que Paco Taibo siga en su puesto sin ninguna forma de evaluación de nada; nadie se atreve a decir lo obvio, que la Rosario Castellanos no es una universidad (aunque Sheinbaum la quiera hacer nacional), ni a insinuar siquiera que la Nueva Escuela Mexicana (NEM) es un desastre, y además faccioso, que no ha habido evaluación seria de las "universidades del Bienestar Benito Juárez" y que, a fin de cuentas no parece que el contenido de la educación importe mucho cuando ya no hay clase verdaderamente dirigente. Más allá de la promesa de fiscalización del servicio público (aunque falta saber cómo), de la oferta de seguridad (que puede mejorar, a partir de la experiencia de la Ciudad de México)y de las de infraestructura y energías), faltan garantías, a reserva de lo que eventualmente se logre en el poder Judicial, ante el cual la iniciativa ha sido de López Obrador.
Puede derivarse en un "mundo inteligente", es decir, de fachada con bastante buena infraestructura, fuentes de energía diversificadas, digitalización y control, buen aspecto securitario y tal vez un poco menos de la mitad de la población no nada más echándole muchas ganas, sino "haciéndole como pueda" ante el desastre educativo, que es tal que la candidata oficialista ofrece que toda la inversión extranjera por traer contribuirá al desarrollo nacional (es decir que, a mayor grado de extranjerización, mayor mejora nacional). Recordaremos a los héroes que nos dieron patria -como Raúl Álvarez Garín o Rosaura Ruiz-, puesto que se hará todo un esfuerzo de memoria histórica, seguiremos soñando con "la grandeza de México" -una reminiscencia de la "joya de la Corona", que es lo que era la Nueva España y el cuidado de "nuestro patrimonio", curiosa forma de negocios de confundir la cultura con Plaza Carso. Si se trata de "prosperidad compartida", no faltará quien, siendo mujer o del área científica, considere que ya es hora, efectivamente, de que se le comparta, o de que además de que se le comparta se le reparta con más de lo que corresponde, por el solo hecho de "ser" (científico, por ejemplo, sobre todo que está anunciada una "potencia científica", o mujer de entre 60 a 64 años). (y da click en el botón de reproducción).