Recientemente, la periodista Norma Meraz contó su experiencia al lado de Diana Laura Riojas, esposa de Luis Donaldo Colosio, en las horas previas y en los momentos que siguieron al asesinato de éste, en 1994.
Sabiendo ya del asesinato, la señora Riojas de Colosio fue conminada a atender una llamada del entonces presidente mexicano, Carlos Salinas de Gortari. No sólo lo hizo esperar, sino que le puso condiciones para el funeral. Ella debía decidir en una entrada privada a quién recibir y a quién no, pero le agregó a Salinas de Gortari una condición: que no asistieran ni Manuel Camacho Solís, ni José María Córdoba Montoya. Camacho trató de apersonarse; enterada, la viuda de Colosio le pidió a Alfonso Durazo que lo sacara, como ocurrió. Diana Laura Riojas falleció ocho meses después.
No fue nunca ningún secreto que la señora de Colosio había terminado por detestar a Camacho, quien rompió con las reglas oficiales de la sucesión presidencial en México, aprovechando los sucesos de Chiapas en enero de 1994. Ahora bien, no era nada más Camacho, que no supo terminar a tiempo -es decir, de entrada- con la ambiguedad sobre su ambición de llegar a la presidencia. La "clase media" veía con buenos ojos a Camacho y malos a Colosio, al igual que ocurría en el mundo intelectual y universitario, en el cual Pedro Miguel, por ejemplo, hoy encumbrado "ideólogo" del Movimiento de Regeneración Nacional (MoReNa), no dudaba en decir que el candidato en 1994 parecía "carnicero", y que se había tenido que cortar el pelo. Otros hacían mofa del nombre de Colosio y algunos más decían que, habiendo sido alguien "muy humillado", "se iba a desquitar". En algunas universidades privadas se rumoreaba que "lo iban a matar". Simplemente, Colosio se antojaba alguien venido de abajo y apenas utilizado por Salinas de Gortari, a quien, decían algunos, "había que parar". Hasta aquí, se rumoreaba que había que deshacerse de Colosio por ser una mala elección de Salinas de Gortari. En cambio, en más de un ambiente, como el periodístico, incluso en periódicos cercanos a la Presidencia, no se dudaba en romper la regla y hacer la apología de Camacho, quien seguramente se sentía apoyado en su ambición. El asunto era que "la gran reforma económica" de Salinas de Gortari debía, para muchos en la "clase media", ser completada con una "reforma política": era Camacho quien aparecía como el siguiente "gran reformador político", al grado que se considerara natural que, llegado el caso, desplazara a Colosio. Se trató, así, de una presión hasta cierto punto colectiva, de una parte de la sociedad y de los medios de comunicación (en uno, oficialista, se le reprochó abiertamente a Salinas de Gortari haber optado por Colosio), de intelectuales (Enrique Krauze y Julio Scherer tramaron la renuncia de Colosio) y universitarios. Había que seguir en la ambición despertada por la economía del salinismo -sentirse parte del "Primer Mundo" y privatizar todo lo público que se pudiera- y agenciar las cosas con una "reforma política" que seguramente pensaba en que se "repartiera más", porque el festín prometía mucho y todavía no había "error de diciembre". En medio de las pretensiones desatadas -la de Camacho incluida-, Colosio hacía figura de aguafiestas, de "naco" y de ayuno de garantías de "reparto" entre los privilegiados, que por lo demás, en algunos casos y hasta por motivos familiares (como en el caso de la escritora Elena Poniatowska), habían "apostado" por Pedro Aspe Armella. En este clima, las loas a Camacho eran de continuidad con el salinismo, sin entender por qué Salinas de Gortari había elegido a algo así como la sirvienta de la casa. Es posible hacer constar que, desde días antes de que ocurriera, ya existían quienes decían que "iban a matar a Colosio" o que lo insinuaban indirectamente para "parar a Salinas". Era tal la presión en la "opinión pública" que el presidente, de manera inusitada, tuvo que salir a declarar: "no se hagan bolas: el candidato es Colosio". No se trata de decir, como lo hizo impúdicamente Joaquín López-Dóriga delante de Norma Meraz, que el asesinato no convenía al presidente. Salinas tampoco respetaba ni hacía respetar con fuerza la regla de la sucesión. Colosio se daba cuenta de una atmósfera: declaró en la revista Siempre! que era "víctima de la perversidad del sistema".
Diana Laura Riojas sugirió intuir más de lo que decía, pero no quiso llegar todo lo lejos que tal vez podía, porque, le dijo a Nikita Kiriakis, amigo de la familia, "si no, quién me cuida a mis hijos". Lo que llama la atención, a partir de lo dicho por Meraz, no es una muy consabida aversión a Camacho, sino el hecho, tal vez digno de averiguarse, de no querer otra presencia, la de Córdoba Montoya. Es posible decir, por información recibida desde otro país de América Latina, que Colosio sabía quién era Córdoba, y lo cierto es que se proponía sacarlo de la política mexicana. Esa información provenía de una fuente cercana a la inteligencia estadounidense, aunque sin ser parte de ella. Lo mínimo que se hace cuando hay un crimen es la clásica pregunta: "¿quién se beneficia?". La "voz del pueblo" no es la "voz de Dios", como tampoco la de otros linchamientos contra Salinas de Gortari después de idolatrarlo. Quien, luego de lo ocurrido en 1988 en las elecciones, había levantado al Partido Revolucionario Institucional (PRI) había sido Colosio. Desde los '80, en Estados Unidos venía considerándose al PRI un estorbo. Salinas de Gortari cayó en contradicción: optó por Colosio prácticamente al mismo tiempo que despertó la ambición de ser "norteamericano" de muchos con el TLC (Tratado de Libre Comercio). La maledicencia "popular" tampoco entendió cómo se estaba destruyendo el Estado nacional mexicano: ser "de Primer Mundo" bien valía deshacerse de Colosio y seguir con "la transición a la democracia" ordenada y culminada en el año 2000. ¿Qué elementos tuvo Diana Laura Riojas para prohibir la presencia de José María Córdoba Montoya en el funeral de Colosio?¿Los mismos que ya tenía Colosio?¿Otros más? Averiguar sobre este asunto es tanto como hacerlo sobre la mala voluntad colectiva de liquidar a México como Estado nacional, luego de que años atrás, bastante antes de 1988, se hubiera decidido "administrando la abundancia" y luego "renovando moralmente" acabar con toda referencia a la Revolución Mexicana. Seguramente no se ignore cómo, entre 1988 y 1994, había resurgido la añoranza por Porfirio Díaz (en algún momento se discutió incluso sobre repatriar sus restos).
Dicho sea de paso, quienes sugirieron desde un periódico alguna vez ligado a la Presidencia tener datos sobre el papel de Córdoba fueron amenazados de muerte. Y aquí está México: en la maldita vecindad (da click en el botón de reproducción).