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martes, 11 de junio de 2024

¿ASÍ O MÁS ANÁRQUICOS?

 Si "desarrollo" es ya algo que se menciona poco, si se remplaza la educación (para emanciparse) por formación (habilidades o destrezas, "competencias" para adaptarse), si se promueve la competencia para rivalizar, en vez de cooperar, a riesgo de ir minando la sociedad, también ocurre que cada vez hay menos civismo, por mucho que en algún momento se haya hecho ruido con "la ciudadanía" y la "sociedad civil". Civismo, ciudadanía, civil remiten a lo que antes cualquier policía o "tamarindo" de crucero pedía como "conducta civilizada".

       Dado que quienes dominan no han estado interesados en dirigir, y por ende en educar, en América Latina no se da buena educación a la gente de abajo. Hasta los '70, había muestras de que se la veía como ganado: así tenía que ir en transportes de pasajeros, a riesgo de volcaduras frecuentes o, por ejemplo en el Perú, de que "el cholerío" con todo y autobús dejara sus huesos en el fondo de un precipicio. No faltaba quien viajara "de gorra" agarrado de los cables de un tranvía o en un toldo, o colgándose como pudiera de alguna puerta.

      Debe haberse creído que era la suerte de "los de abajo" por "muertos de hambre", pero quien haya enseñado en más de una escuela o universidad adinerada se habrá dado cuenta de que el rico latinoamericano no tiene ni la más remota idea del civismo. En una universidad como la Anáhuac en México la juventud puede estar en clase hablando varios por celular, a grito pelado, sin que se pueda decir nada, porque el lugar "es de paga": más de un profesor tuvo que renunciar. En la universidad de Alejandro Gertz Manero - de Las Américas- en la Ciudad de México no era mucho mejor: con apellidarse Corcuera bastaba para entrar al salón de clase estando ésta a la mitad y mirando cínicamente al profesor. Total, era "de paga". Nunca Gertz Manero remedió nada. No es secreto que en familias de dinero éste se entiende como derecho y libertad de ser malcriado -hasta se festeja- y de ostentarlo. Ya se ha hablado de un empresario como el de Grupo Azteca, Ricardo Salinas Pliego, cuyo dinero le permite portarse como si hubiera crecido con "La pelangocha", y Carlos Slim tampoco es exactamente un lord.

      La "clase media" no está mejor. Basta verla por ejemplo en un supermercado. Desconoce que, en las escaleras rodantes, se usa el lado derecho si no se tiene prisa y se deja el izquierdo para quien la tenga (una emergencia, pongamos por caso). Pues no: el clasemediero de corazón no va por la derecha ni por la izquierda, sino que se instala en el centro con toda su "humanidad", acaparando. Seguramente se queje de la conducta de los de abajo en balnearios como Oaxtepec o los que alguna vez puso Marcelo Ebrard en la Ciudad de México, para que no cupiera duda de que el "pueblo" simplemente no sabe conducirse, aunque hay excepciones. El problema es que tampoco lo saben las señoras de "clase media" que siembran la anarquía estacionando el coche -si muestra de acaparamiento, mejor- en doble o triple fila para ir por los niños, incluso delante de escuelas de monjas. Eso sí, todo el mundo cree que está a punto de pasar a existir en una "potencia". Ni siquiera se puede empezar por un mínimo civismo, ya no se diga orden o disciplina, aunque se quiera ser "como Dinamarca", y como ni nada más fuera cosa de ponerle más dinero a "la ciencia y la tecnología" -por si acaso los universitarios supieran de un mínimo de civismo, y no se tratara de estar agarrando del presupuesto. A lo sumo, se lo confunde con la cortesía extrema que no exime de hacer trapacerías manteniendo semblante de esfinge: es cosa de no arriesgarse al momento de la traición. Hay quien ha dicho que lo propio de los universitarios es el canibalismo: lo es, en todo caso, con la misma vocación por acaparar, al igual que tal o cual grupo de "intelectuales", tampoco muy dados al civismo, que no es el Manual de Carreño y de modales que cree Elena Poniatowska, otra acaparadora. Acaparar para disponer al antojo.

      El "pueblo más educado políticamente en el mundo", según el presidente Andrés Manuel López Obrador, no sabe en la capital mexicana de civismo en el Metro o el Metrobús. Para empezar, quien los diseñó no pensó demasiado: en Rusia, por ejemplo, las puertas se abren y cierran con un periodo muy suficiente para que unos entren y otros salgan. En la Ciudad de México, la broma dice que hay que ir como para un partido de fútbol americano, a ciertas horas: "sal si puedes" porque llega una avalancha que desconoce por completo -dizque lo justifica "la necesidad"- el "antes de entrar, deje salir", en un tiempo corto dado por algo así como un pitido. Los más jóvenes en las "aplicaciones" de taxi lo desconocen todo del civismo y de la mínima consideración, ya no digamos respeto: es un placer inmenso disfrutar, sobre todo si las bocinas están en la parte trasera del coche, de banda sinaloense a todo volumen, porque la falta de respeto es muestra de que se es "libre de hacer lo que se quiera", por ende marca de estatus. También se es libre de vociferar en vez de narrar en un partido de fútbol, en las noticias o en programas de entretenimiento: después de todo, el latino habla para acaparar la palabra y, en México, como lo ha sugerido Agustín Basave, para callar al otro. Algunos latinos en Miami, como Jaime Bayly, no están mejor: el peruano va más lejos que el chileno Don Francisco en licencias de insolencia. Lo que se le muestra al "pueblo" "para la libertad" es cómo "desinhibirse" y "desacomplejarse".

       Como lo dijera alguna vez el estudioso Bernard Stiegler, la técnica puede ser un remedio o un veneno: vale desde la Web hasta el teléfono móvil, que permite hablar a gritos de lo que a nadie le importa, en el espacio público, entre otras cosas porque no se educa para el uso del celular o similares, ni de la Web. Ya no es necesario salir de la recámara a la cocina para ver si la comida está lista: desde la misma recámara, se le puede preguntar a mamá por WhatsApp. Esto es doméstico, pero el espacio público se achica como espacio de convivencia: una cosa es enajenarse en casa, pero otra convertir lo que alguna vez era algo bastante inusual, ir en familia al restaurante, en una "escena" en la cual cada uno está ante todo y en todo momento atento a su teléfono móvil,. Para algunos, hay estudios que han mostrado que la consulta del celular es fingida para mostrar que no se está solo. Puede ser para el couch potato una buena manera de no toparse nunca consigo mismo, ni con el silencio y, a fin de cuentas, con lo peligroso que es pensar en vez de calcular. Como sea, un mal uso del "cel" lleva a perder noción del espacio y el tiempo. Cosa de que cada uno, siempre "muy ocupado", tenga la creencia de que puede darse lujos de ejecutivo de empresa. Ni se diga de la falta total de civismo que permite el anonimato en redes, donde todo el mundo "se suelta". Si ya la rivalidad tiende a minar sectores enteros de la sociedad a falta de cooperación mínima, es también la forma mínima de convivencia que empieza a erosionarse. Falta de civismo porque, a fin de cuentas, educar es "autoritario". Alguna vez se habló de "barbarie" ("socialismo o barbarie"): no llega como en las películas de Hollywood con Charlton Heston, sino que, junto a la inseguridad y la precariedad, llega poco a poco liquidando el civismo, la educación, la conciencia de estar en una sociedad y del cambio. Se puede construir infraestructura, Cablebuses, Metrobuses, transporte en helicóptero al trabajo y digitalizarlo todo: más de uno habrá experimentado lo que sucede con un banco o una aseguradora al descomponerse "el sistema". Igual o peor que un embotellamiento. Lo mismo en el trato social, "embotellado". Con ninguna educación cívica, es decir, de atención para el otro y, con ella, la consideración. La señora electa presidente, (a) "la doctora", no movió ni un dedo por educar a los capitalinos, ni por inculcarles civismo. Es que todo es contradictorio: nótese bien, debe ser espontáneo. Hay que echarle aún más ganas a la anarquía. Y recitar el mantra: "me vale todo" (da click en el botón de reproducción).







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