Lo mejor de nuestra vida queda en familia. Y en los amigos que son como de la familia. Es la base de la sociedad. Y vamos, más que amigos, son los que, como en familia, nos perdonan todo y no nos piden nada a cambio de lo que dan: ante todo, son cómplices y nos dan la complicidad en todo.
Sea en nuestro fundo, nuestra estancia o nuestra hacienda, familia y amigos hacen lo entrañable de esta vida, que es sabernos rodeados, y de calidez y hospitalidad. Son nuestras abuelas y nuestros abuelos, primas y primos, sobrinas y sobrinos, tíos y tías, porque la sangre llama. Es nuestra madre amorosa y única, y el invisible de la foto, pero que siempre veló por que no nos faltara nada. Son todos la alegría de la casa.
Yo escribo para mis amistades. Brindo por ellas. Cada texto es un brindis por la amistad, porque es lo que hay, aquí y ahora, ya que mañana no sabemos: hoy estamos aquí, pero mañana tal vez ya no estemos. O tal vez sí. Los caminos del señor son inescrutables. Hasta podría decir que cada palabra es un acto de complicidad, un guiño de ojo para ti, amigo lector, tú que eres incondicional y estás siempre ahí. Al pie del cañón. Listo para embeberte de todo lo que diga. Y disfrutarlo o, lo que es más, gozarlo. La familia y los amigos son gozosos. Y cada palabra es un homenaje a ese gozo que se prolonga casi hasta tocar la eternidad.
La familia y los amigos son siempre bienvenidos, a cualquier hora: lo dejamos todo por ellos, porque lo demás, si no es sueño, es vana ilusión. Algo efímero. No así la familia y los amigos que nos perpetúan en el gozo de las pequeñas cosas de la vida diaria, en esta hermosa cotidianeidad. Es el candor de una rosa y el amigo sincero. Son los que nos envuelven con su calurosa compañía en las tardes de café, para hablar de todo y de nada. ¿Qué importa? Tampoco aquí. Lo más sublime es esa compañía. Igual alrededor de una mesa que jugando al cuarenta, al póker o al dominó, con esos momentos de risas inolvidables. Y los niños en serpientes y escaleras. Es el goce de la carne asada y del buen vino para empezar, pero también de la charla. Por eso, amigo lector, esta charla contigo, para gozar y ver nacer y crecer esa complicidad, lejos del ajetreo, en el calor hogareño. Qué mejor que estas palabras te alcancen en ese remanso de paz. Y ni qué decir de tanto departir en cada ocasión, cada onomástico, cada santo día, cada día de homenaje a lo más entrañable y lo único que vale realmente la pena. Recibe, amigo lector, este blog como homenaje a tu complicidad, tu incondicionalidad, y como un pequeño detalle que encuentra su grandeza en su insignificancia.
Vendrán las horas de la noche y seguirá el brindis. Para eso esta la unión, que hace nuestra fuerza. No es necesario decirlo: sé que no estoy solo, porque, amigo lector, en cada línea resuena tu "no estás solo" que me hace creer en tí, porque eres como un hermano o como la hermana que nunca tuve. ¿Qué importa lo demás, si la vida se lo lleva todo y, a fin de cuentas, no somos nada? Importan la familia y los amigos, terrenales, el arte de la charla intrascendente, momentos inolvidables, recuerdos de cuando queríamos cambiar el mundo, pero el mundo es efímero y se nos escapa entre las manos. Amigo lector, tú eres mi hermano, mi hermano del alma, realmente el amigo, al que puedo confiarle mis pesares y mi felicidad. La felicidad de estar juntos, que es la única que vale aquí, no en la tierra sino en el terruño, el que nos vió nacer, el que seguirá reverdeciendo cuando de nosotros ya no quede más que el polvo en la memoria. ¿Qué importa? Habremos vivido y gozado, siempre juntos, y quedaremos en el recuerdo para nuestros nietos que, ellos también, sabrán del tesoro que alguna vez encontramos. Brindo por ti, amigo lector, a tu salud. Y tengo un pensamiento para ti al brindar, porque, lo sé, sabes ser y sabes estar junto a mi. !Gracias, hermano del alma! No lo olvides, dame un click cómplice en el botón de reproducción.