Cuando el presidente peruano Pedro Castillo trató de enmendar algo mediante un error, fue objeto de un castigo "ejemplar", y no faltó quien saliera a recitar lo consabido sobre los "pesos y contrapesos". Como ya se ha dicho, en el Perú consisten en que todos -Ejecutivo, Legislativo y Judicial, en plena corrupción-, permitan que esta prosiga estorbándose entre ellos. A su manera, el Perú se está acercando al Estado fallido, aún sin el grado de violencia del Ecuador. Baste señalar que, según Rebelión, el 80 % de la población peruana en edad de trabajar se encuentra en el sector informal, aunque algunas cifras recientes son un poco menores, de cerca del 76 % para 2021, según el peruano Observatorio Nacional de Prospectiva. Las cifras de informalidad son altísimas en la agricultura, la construcción y el comercio, donde se sitúan cerca del 75 % o más.
En el Perú, siempre según Rebelión, hay unos 28 partidos políticos, más los que quieren ser inscritos. Es tal el problema que, aunque dicen ubicarse en el "centro", la derecha o la izquierda, suelen carecer de programa y ser la clientela de alguien. No es un problema tan nuevo: en el pasado, el comunismo peruano, por ejemplo, fue víctima de esta fuerte tendencia a la fragmentación. Los partidos actuales no piensan más que en otorgarse recursos y desfalcar al "Estado" . De vez cuando surge alguna "alternativa" provisional de fuerza: un gobierno reformista militar, como lo fuera en el pasado el de Juan Velasco Alvarado, un grupo terrorista, como el mesiánico Sendero Luminoso, maoísta, o un dictador apenas disfrazado, como Alberto Fujimori. A éste, hoy fuera de prisión, por indulto, se le acaba de ocurrir, en acuerdo con su hija Keiko, candidatearse para presidente en 2026, pese a que no puede hacerlo por motivos legales, como tampoco otro eventual candidato, Antauro Humala. Es imposible que los Fujimori ignoren los impedimentos legales, pero es nada más a Castillo que le caen penas severas. Alberto Fujimori tiene 85 años.
Por lo visto, contando con sortear los impedimentos legales desde Fuerza Popular, al que se acaba de afiliar Alberto Fujimori, se trata de jugar con la memoria de los peruanos, para hacer aparecer al recién indultado como "salvador de la patria": si bien es cierto que frenó a Sendero Luminoso y otro grupo armado, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), Fujimori contribuyó a hundir al Perú en una grave corrupción, poniendo el ejemplo junto a sus allegados: no es nada más cuestíón de violaciones a los Derechos Humanos, sino de colusión con el crimen organizado, en particular el narcotráfico, entre otros con el cártel de Tijuana., a través de Vladimiro Montesinos (estuvo moviendo toneladas de cocaína durante tres años). El involucramiento llegó hasta financiamientos para campañas de Keiko Fujimori, por más que haya devuelto el dinero, y a Kenji Fujimori, exento de investigación por almacenar 100 kilos de droga. En el avión presidencial de Alberto Fujimori podían encontrarse casi 200 kilos de cocaína, como más en buques de la Marina o en helicópteros militares. Pasa que los Fujimori nunca son tocados por asuntos de tráfico de droga. Alberto Fujimori fue condenado por usar escuadrones de la muerte contra Sendero Luminoso, pero a parte de la población es algo que la tiene sin cuidado, dados a su vez los métodos de Sendero. Lo que, junto a la corrupción, se volvió luego moda, es acusar a cualquiera de izquierda de "terruco" (terrorista), como recurso de descalificación, y para realzar la figura de Fujimori, pese a que se trata de un delincuente. El asunto se terminó de echar a perder con la Constitución fujimorista, que permite destituir por cualquier cosa al Ejecutivo, de tal modo que, a fin de cuentas, el Perú tiene una larga fila de ex presidentes con "cuentas pendientes"...salvo Fujimori. Y es en muchas otras cosas que el Perú se ha echado a perder bloqueando toda alternativa: durante la crisis de la Covid-19, fue el país de América Latina cuyo sistema sanitario peor respondió. Y el Perú, a reserva de volver sobre el tema, tiene un pésimo sistema educativo. A reserva de lo que finalmente suceda, sacar a la momia de Alberto Fujimori para elecciones habla de un puro asunto de demagogia y mercadotecnia, en un país por lo demás dividido entre Lima, la capital, y el interior (salvo parte del norte y de la Amazonía), que no encuentra cómo canalizar sus aspiraciones: desde antes de caerse por un error, Castillo se vió carcomido por una izquierda fragmentada que lo orilló a ir dejando las reivindicaciones de abajo para asumir las de la izquierda "clasemediera", porque en medio del marasmo hay quienes han logrado trepar y hacerse de privilegios que no quieren dejar. (da click en el botón de reproducción).