Todavía ha quedado la idea de que "los gobernantes gobiernan" y de que, en este sentido, pueden ser criticados porque supuestamente saben lo que hacen. Sin embargo, no parece ser el caso del presidente estadounidense Joseph Biden, quien ostensiblemente no está en sus facultades, y lo muestra una y otra vez. Los medios de comunicación algo bromean sobre el asunto, pero la dizque "opinión pública" no se inmuta, como lo hubiera hecho si se tratara de un líder soviético o del presidente de un país subdesarrollado. Ya puede imaginarse la indignación si fuera por ejemplo el mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador. Biden llamó recientemente al presidente ucraniano Volodímir Zelenski como "presidente Putin". Encima se refirió a la vicepresidente Kamala Harris como "vicepresidente Trump" y habló de dirigirse al "comandante en jefe", que no es otro sino él. No hay gran secreto, a reserva de algún cambio en la próxima Convención Demócrata: es el "Estado profundo" que gobierna, no Biden, quien está a título de florero, al igual que Harris.
En otros lugares, las cosas están apenas mejor. El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, se sumó a las condenas por la intentona golpista en Bolivia, y defendió la democracia en los siguientes términos: "gracias a Dios, el pueblo defendió la democracia, que es un sistema que puede permitir la alternancia en el poder. El pueblo elige hoy a uno, mañana no le gusta, no lo elige a él, elige al otro y así sigue". La democracia no es entonces una forma de resolver problemas, sino de que "gracias a Dios", quien también es democrático, es cuestión de gustos, como ante un menú o ante un bufet. No es cuestión de rendir cuentas, dar resultados, cumplir y, además, saber escuchar y asumir discrepancias, ya ni se diga contradicciones: es asunto de lo que al pueblo le plazca o no. Lo de la alternancia es todavía más absurdo, porque suena a estadounidense. Pueden existir democracias sin estar cambiando a cada rato de gustos. Lo que indica el brasileño es democracia para el consumo, es decir, para lo que decida el deseo, además con el favor de Dios.
En México tampoco es la hora de la atención a lo que se dice, a fuerza de ir de acto en acto. En un reciente evento con los yaquis y al lado de López Obrador, la presidente electa Claudia Sheinbaum dijo que "no puede haber pueblo rico con pueblo pobre". Es algo bastante obvio. No se inmutó ni corrigió, puesto que la idea original, de López Obrador, es que no puede haber "gobierno rico con pueblo pobre". Se trata por momentos de defender corrigiendo, pero Sheinbaum confunde al "pueblo" con "la gente", como ya lo ha demostrado. Por lo demás, ante los yaquis, que aplaudieron a rabiar cuando oyeron "programas sociales", López Obrador y Sheinbaum se lanzaron a un recorrido por el México del pasado, dando por sentado que existía desde antes de la Conquista, cuando en realidad no había mexicanos, como no los hubo en la Colonia. De la manera más simpática, Sheinbaum estuvo cerca de sacar algo así como la "doctrina José Alfredo": descendiente de Cuauhtémoc/mexicano por fortuna (da click en el botón de reproducción),
O están seniles, como Biden, o llevan un ritmo que les impide trabajar, lo que se llama trabajar, porque hay que pasarse el tiempo rindiendo cuentas a los medios, además en plena confusión entre sociedad y medios, o también "estar en territorio", la nueva moda. Así simplemente no hay cómo enterarse realmente de mayor cosa, sino que se trata de decir lo que asegure no perder popularidad: es decir, de hacer demagogia y lograr la puesta en escena para el rating. No es ya cuestión de saber retirarse de escena para trabajar, porque en escena se tiende a actuar y a decir cosas actuadas. Nada de ésto tiene que ver con gobernar, con los riesgos de impopularidad que entraña. ¿Pan y circo?¿O es el pueblo como pretexto para la popularidad?