Occidente se creyó que se estaba al borde de la Tercera Guerra Mundial, porque se trató de lo siguiente: la puede provocar la supuesta "amenaza rusa", por lo que, para evitarla, claro, hay que hacer negocio, es decir, venderle armas a Ucrania, de a montón. Se crea una "impresión", se actúa sobre el miedo -salvo el placer que a alguno le cause una Tercera Guerra Mundial con tal de salir del tedio-, y, lo más genial, se encuentra un nuevo mercado. Hasta ahora, no ha habido tal guerra, y hace rato que no se habla gran cosa del tema. No sirve de mucho la creencia izquierdista en "ya ven, se los dije". No es que el capitalismo sea malvado. Simplemente, busca lo suyo, que es la ganancia. Y no queda claro qué ganancia puede haber si se acaba el mundo. La Unión Europea (UE), Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) están cerca de Rusia para tragarse el mayor número de mercados posible|, y por si acaso, como lo propusiera el presidente William Clinton en los años '90, pudiera hacerse con Rusia lo que con la Unión Soviética, provocar una implosión. Se dirá que es por el bien de Rusia, para liberarla de un "autócrata", cuando de lo que se trata es de tener acceso directo o indirecto a los inmensos recursos naturales rusos. Ni siquiera importa que quien esté al frente de Rusia no esté en sus cabales: a Occidente nunca le importó la gran afición del presidente ruso Boris Yeltsin por la bebida, en los años '90. Algunos rusos no están mejor: el ex integrante de "contrainteligencia" y hoy analista Daniel Estulin, experto en fallar en sus pronósticos, cree que el problema entre Occidente y Rusia empezó como hace mil años o algo así, tras el cisma de las Iglesias católica y bizantina. Ya estamos como en la guerra de Yugoslavia: en problemas "insondables" por "ancestrales". No parece que en estas condiciones se pueda parar. Tampoco es entendible para qué inquietarse por el fin del mundo en una guerra mundial, si es algo contra lo que no se puede nada. Si acaso, podría darse una escalada y el riesgo de un conflicto nuclear limitado, pero no mucho más, salvo por error. Ni siquiera sirven de mucho los argumentos sobre el "mundo ruso", como supuesto pretexto para algún expansionismo ruso: en este caso, Rusia habría seguido hasta Odessa y Transdnistría. Simplemente Rusia ni siquiera se ha tragado Ucrania, ni siquiera con el argumento del pasado común de la Rus de Kíev. Y no porque no pueda: hace rato que Ucrania ya perdió la guerra en el Este de Ucrania -que ya es territorio ruso-, nada más que no hay motivo para no seguir vendiendo armas mientras se pueda. Desde antes de 2022, estuvo claro que Ucrania nunca consideró como propia la región del Donbás: no había nada más fácil que escuchar a algún ucraniano del centro del país hablar de Donetsk -una de las principales ciudades del Donbás- como una verdadera porquería. En vez de incluir al Donbás, en vísperas de la intervención rusa Ucrania estaba preparando nuevas masacres. Una de las cosas que desafortunadamente distinguen a los ucranianos hoy es el poco aprecio por su propia gente, al grado de mandarla a hacerse matar sin ninguna posibilidad de victoria.
Donald J. Trump es un hombre de negocios, y ha propuesto a través de allegados suyos un plan de paz para el conflicto ruso-ucraniano. El plan comprende crear una zona desmilitarizada de mil 200 kilómetros a lo largo de la línea de conflicto; que Rusia se quede con 20 % del territorio ucraniano, y que Ucrania se comprometa a no entrar en la OTAN durante cuando menos 20 años. Por si parece que es una concesión excesiva a Rusia, el plan comprende emprender la reconstrucción de Ucrania, en la que ya están haciendo cola poderosas empresas occidentales (hay un plan general de BlackRock), y además, seguir armando a Ucrania, para que no pierda el complejo militar-industrial estadounidense. Rusia se quedaría con lo que, a fin de cuentas, no es sino en buena medida un movimiento defensivo; y, a través de la venta de armas y la reconstrucción económica, Estados Unidos, en vez de andar perdiendo el tiempo en una causa perdida y en riesgos de escalada que no llevan más que a un "topón", podría hacer un negociazo. No lo ha tenido ni Obama. Se trata así no de "ceder al autócrata", y ni siquiera de responder en algo a las peticiones del mandatario ruso Vladimir Putin de que la OTAN dé marcha atrás, sino de no pelear lo que no se puede ganar (Rusia ha vuelto a demostrar su superioridad militar hipersónica sobre Estados Unidos y la OTAN), y buscar sacar el beneficio a través de lo que queda de Ucrania, que para el caso es el 80 % del país que hace mucho rato que disfruta de ser un cuasi-protectorado estadounidense. Como parte de los planes de Trump están en eventualmente juzgar la corrupción de la familia Biden en Ucrania, podría resultar en que, a cambio de gigantescas inversiones en Ucrania, se pida de este país que deje de "desaparecer" lo que recibe entre unos cuantos privilegiados ucranianos, para ser menos corrupto. Como se dice coloquialmente en México, Estados Unidos de paso "le comería el mandado" a la UE.
Lo dicho es una posibilidad. A grandes rasgos, salvo como Estado nación, Ucrania saldría ganando en modernización, y tal vez algo más de capitalismo aminoraría cierta fuerza de los "señores" neo-nazis que tampoco son toda la sociedad ucraniana. Se trata en parte de "congelar" las cosas, y no de un "pivote hacia Asia" que anunció el presidente Barack Obama. El interés de Trump, como no parece entenderse, es hacer negocios, y no ir a soltarle el arma nuclear a China -o si acaso a México. Se trata de tomar las medidas necesarias para evitar que China obtenga ventaja tecnológica sobre Estados Unidos, y hacerlo mediante medidas comerciales. De alguna forma, ya se hizo en el pasado, en los '80, con Japón, para orillar a este país a los Acuerdos Plaza de 1985 y para que no se adentrara mucho en el mercado estadounidense ni en América Latina, siendo que hoy la entrada de China en la región también inquieta a Estados Unidos. Está por ver si, simplemente, Trump logra tiempo para "enfriar" a la competencia económica. Los cálculos geopolíticos son parte de lo que en Francia se conoce como "cálculos politiqueros". En cuanto a "hacer Historia" por cualquier cosa, no es el estilo de Trump: está más interesado en hacer negocios, aunque no parezcan darse cuenta quienes ya se tragan cualquier cosa sin fijarse ni a qué "sabe". El interés de Trump es que se haga negocio en Estados Unidos, antes que de estadounidenses en detrimento de Estados Unidos, en el exterior. Antes de que Estados Unidos, que la tiene difícil para la MAGA (Make America Great Again), se lleve a quien se deje al despeñadero, ya que más de uno está agarrado de Estados Unidos como si fuera del Arca de Noé, y sin pensar que pudiera estarse subiendo a algo más parecido al Titanic. Si Estados Unidos, LA potencia capitalista por excelencia, se ciñe a los negocios y la técnica, limitando su carácter imperial, ya será de agradecer y de recordar que, al mismo tiempo, Trump es muy estadounidense, es decir, un hombre de negocios RUDO como tal, no exento de majadería e ignorancia, lo que no es absolutamente nada nuevo (da click en el botón de reproducción).