Es muy difícil saber cuánto tiempo puede tomar erradicar el fomento del mal gusto como forma de corrupción, algo de léperos que fue colocando el antiguo régimen, aunque al mismo tiempo "lépero" se valía como crítica ("no seas lépero"). Ya no, porque en nombre de la tolerancia se trata del gusto de cada quien. "Muy su asunto" si alguien es lépero. Lo que no queda claro es si tiene derecho a ostentarlo, pero para el libertario, sí, porque "lo personal es político", y el pudor es cosa del pasado o "interpretación" de alguien con inclinaciones tal vez religiosas o con disfraz de decencia, lo propio del "reprimido" que no se atreve a "soltarse".
Es del antiguo régimen por la costumbre creada del "relajo" para que tal o cual terminara "rajándose" y entrando no en amistad, sino en complicidad o en contubernio. Lo que ya existía en los años '20 con algunos revolucionarios, magnánimos a costa del erario, habría de seguir con las fiestas de "La bandida" o de "La comanche", para anudar tráficos de favores e influencias en medio del "destrampe", y para tiempos del presidente José López Portillo (1976-1982) ya era todo un deporte, como lo mostró el jefe de la policía capitalina, Arturo "El negro" Durazo, en tiempos de "liberación", cuando ya eran menos las películas sin acostones, apenas y quedaba para "morder" el "daño a la moral" y los mismos acostones estaban en boga, antes de que a mediados de los '80 comenzara el susto del SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia adquirida). Por lo demás, en el antiguo régimen ir a la peluquería era ofrecerse alguna revista que mostrara "chichotas y nalgotas", antes de que ya se difundiera Playboy. Al mismo tiempo, el antiguo régimen toleraba el gusto por las exhibiciones de la muerte y la nota roja, en lo que se hizo famosa Alarma!, que siguió con otras, al punto de causar la sorpresa y el análisis de alguien como John Gibler en Morir en México. Por largo tiemo, no faltaba el taxista machín -con la puesta en escena de la lectura del periódico- que en una página veía a una casi encuerada y a la siguiente un descuartizado. Para más señas, esto se remonta a la prensa de los años '30, que descubrió el modo de hacer negocio con el morbo. Nada nuevo. El Doctor "Morboi" ya tiene andanzas de casi un siglo, y, por lo demás, incluso el presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz (1966-1970) se fue adelantando al pacto conservador-libertario con los desplantes de una "a calzón quitado". ¿Bueno, y qué? Al rato llegó por lo demás el llamado "cine de ficheras". Se podía a la vez transgredir y tener intereses conservadores, a condición de que hubiera tolerancia mutua: el de López Porpillo, el último "gobierno de la Revolución", pudo dar así en el festín de la corrupción, de escándalo en escándalo, hasta que el siguiente hiciera un ademán de "renovación moral" que no duró mucho. El pacto hacía que transgredir fuera chic.
Los taxistas que oyen el programa "La corneta", de Eduardo Videgaray (Hermanito de Luis Videgaray) y José Ramón San Cristóbal, no han inventado nada. Ni siquiera la puesta en escena provocadora y machista del chófer, como antes con el periodicucho, ofrecido al pasajero. "La corneta" tiene que estar a volumen suficiente para provocar: el pasajero "le entra", o es "reprimido", pero como es asunto de gustos y preferencias de cada quien, el programa es tolerado, y muy "popular", pero además supone que el pudor y la decencia son un gusto o una preferencia más: Lo obsceno no es reprobable, sino que es, también, muy asunto de gustos y preferencias, por lo que no hay discernimiento, ya que da igual el pudor que la obscenidad, y por lo tanto, el autocontrol que la liberación de la pulsión. Nadie está facultado para sugerir discernir entre el bien y el mal, aunque el ademán del volumen y las "gracejadas" del programita le apuestan a los Doctores Morboi e incluso Pornoi, por lo que por lo menos hay que considerar que lo anterior quiere decir, y no faltará quien lo justifique, que el morbo es natural y, como tal, normal, por lo que quien lo rechace es un "desviado" que puede ser acusado de "intolerante" con los gustos y preferencias de cada quien. Lo malvado está en colocar al pasajero en posición de testigo/espectador y, aunque se hable de "libertad de elegir", en colocarlo en la situación de "no hay de otra", "hay que entrarle", "'todo el mundo' lo hace" y ante la imposición "pues al fin y al cabo a mí me gusta", y te lo aguantas (aunque el reglamento de un servicio de aplicación lo tenga prohibido, y no por una cuestión de gustos, sino de dinero y de propiedad, por lo que no se paga para una "escena" así). Puesta en escena la de "La corneta", para buscar un testigo/espectador de la obscenidad, aunque se haga pasar por lo open minded; corrompido el escucha, y sin ignorar lo que está haciendo, tiene que demostrarse que "la corrupción somos todos" así sea transgrediendo el reglamento de la aplicación y la "propiedad de sí" del cliente (de la misma manera en que las líneas de autobuses agasajan con películas gringas). Así que nos vamos a "entretener todos", y creernos que el chófer "no sabe lo que hace", lo que implicaría que no sabe el reglamento de la aplicación. No: como sí sabe en qué se regodea, tiene que demostrarse y demostrar religiosamente que, "al final del día", a todos nos gusta pecar, salvo que a algún idiota le dé por creerse santo, lo que dará en santurrón. Para que moralmente estemos todos aniquilados. Y como si encima tuvieran alguna importancia las opiniones "políticas" de "La corneta". Tampoco tienen ninguna importancia las obscenidades, a reserva de que hay que saber que, si se busca un testigo/espectador, se lo está coartando por codiciar su eventual pudor o decencia para rebajarlos. Lo de los "gustos" no es más que para las licencias de cada quien, cuando se es licencioso, y para, al no discernir, aparentemente, hacer pasar la grosería maliciosa. Así los que no entienden el cambio (da click en el botón de reproducción).