Una de las características de la personalidad de la época, conservadora-libertaria y psicópata narcisista, es no alcanzar a percibir a quien tiene enfrente más que en lo que sirve o conviene: lo demás cae en el terreno de la indiferencia, la incapacidad para conocer, la falta de curiosidad y, por lo mismo, en la insensibilidad. Así, no se alimenta de Rusia más que una percepción negativa, que sirva y convenga al egoísmo de algunas potencias, para forzar la apertura del mercado ruso, en particular de recursos naturales, de distintas formas, como "escenarios", dibujados desde antes del fin de la Guerra Fría. Dado lo dicho, no hay límites, porque lo que está enfrente no es percibido sino como prolongación de lo propio, en deseos y fantasías, en particular de dominación: no hay la menor información sobre lo que ocurre dentro de Rusia, salvo por el deseo de que cuando menos, a fuerza de desgaste, crezca el descontento o se resquebraje la cúpula gobernante. Lo único es la proyección/inversión de Rusia como "amenaza", bajo el pretexto del conflicto con Ucrania o lo que sea. Normalmente, la percepción del otro como algo independiente supone límites, pero la personalidad de la época no admite la independencia. No le interesa más que la propiedad para sí para tomar posesión, adueñarse, y, en última instancia, consumir y destruir, sin la menor idea de lo que significa de daño. Ya se había logrado mucho en los '90, durante el "gobierno" ruso de Boris Yeltsin, que respondía al estereotipo de la fantasía de algunas potencias: el borrachín bruto e irresponsable. Cualquier cosa que haga el de enfrente es "torcida" en la interpretación (por lo que se habla también de perverso narcisista): si se quiere pleito, se cree que el límite puesto enfrente es en ánimo de pleito; si a todo "se le da la vuelta", se cree que el único interés del presidente ruso, Vladimir Putin, es salirse con la suya. Simplemente, no hay enfrente nada "otro", salvo para devaluar el borrachín o "la estación de gasolina". Como ya se ha sugerido, con este tipo de personalidad, muy propio de algunas generaciones, no hay modo de sacarla de su ego, de la creencia en "el derecho y la libertad" como los de imponer, de la incapacidad para percibir y lo único, fuera de cortar de tajo, es "apuntarle al miedo", desde una posición de fuerza, porque el mismo ego, aunque se crea omnipotente, percibe para sí mismo, como parte de la omnipotencia, la importancia del propio pellejo. Como lo ha sugerido el estudioso Thierry Patrice, está detrás del malvado el miedo a morir. Y como se dice coloquialmente en México, "el miedo no anda en burro". Es por lo mismo que el más arrogante de todos, Estados Unidos, no quiere recibir ni un cadáver propio, ni un misil en suelo propio.
Parte del actual problema con algunos europeos está en lo que el estudioso de Rusia, Rafael Poch de Feliú, ha detectado como una gran ignorancia entre los líderes; así, además de tenerle mala voluntad a Rusia, ignoran mucho de ella. Lo único que no ignoran es que les puede caer un misil encima, pero por lo visto buscan cómo "darle la vuelta" al asunto. Parecen creer que, en caso de escalada, siempre podrán contar con Estados Unidos, es decir que Rusia "no se atreverá" al "fin del mundo, nuclear". Recurren al chantaje y la seducción y, por lo pronto, lograron del presidente Donald J. Trump que busque cómo sancionar con aranceles a Turquía, India, China y algunos europeos si siguen comprando energéticos rusos, a reserva de saber si sucederá. Si ocurriera, sería un golpe fuerte para la economía rusa, que no ha alcanzado a rediseñar su aparato productivo. Turquía e India son país volátiles. Los europeos involucrados pueden ceder a cambio de armas, ya que ninguna potencia renuncia al llamado "keynesianismo militar" para mantener la economía a flote. Dicho de otro modo, si pudieran, las potencias centrales harían la guerra. Y pueden estar "buscándole el modo".
Parte del problema generacional se presenta en los baby boomers, nacidos en los '40 y que creen que la Historia comenzó en 1968; en los hijos de esa generación, la clase de gente que, poco más, poco menos, ronda los 50, se toma muy en serio su "libertad" y es "especialita" con su "yo", y sus descendientes; el libro Generation Me (Jean Twenge) describe a una generación más, la nacida en los '80 y '90, que no entiende de reglas sociales, de otra cosa que no sea "puedes tener y ser cualquier cosa que desees" y la creencia en el mundo de las preferencias, sexuales incluidas, además de lo cómodo y sin mucho esfuerzo. Son las edades del presidente francés, Emmanuel Macron, o de su primer ministro gay, Sébastien Lecornu, o del secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Mark Rutte. Crecidos al mismo tiempo en el consumismo, el mamismo (aunque en alianza con "papi" en el infantilismo), el deseo y la fantasía y el remate TINA (There is no Alternative), tienen como parte del desorden de personalidad la tendencia a creer que no se pagan consecuencias y que cualquier cosa que se decida es gratis. Se saben bien que "la libertad" es la del zorro en el gallinero, y creen que es de "no pares, sigue sigue". A cambio de sus derechos y libertades y sus cosas de niños malcriados, son los del juego sin reglas y de la libertad para el interés del más fuerte, que es lo pactado en la casa o la casa de campo.
Es MUY notoria la diferencia con la dirigencia rusa, con mucha frecuencia nacida en los años '50 (salvo, claro, el ex presidente Dmitri Medvedev). Al mismo tiempo que con educación soviética, y algunas ideas sobre el tipo de capitalismo a construir, se trata de personas con dos problemas: su tendencia a la pifia intelectual, por lo que necesitan que haya quien los "Medio Oriente", y cierto grado de ilegitimidad, por su forma de haber llegado y sus amigotes de dinero. No es raro que algunos "ideólogos", más atribuidos que otra cosa, sean de los 60 (Alexander Duguin o Serguei Glaziev, por ejemplo). Pero hay uno, Serguei Karagánov, nacido en 1955, que en medio de sus pifias ha aventurado algo por si algunos europeos quieren seguir aventurándose: como ya se sabe, recibir a tiros a una "coalición de voluntarios" si se asoma a Ucrania; y si las cosas siguen empeorando con la intrusión en territorio ruso, lo que ya está, podría ser como sigue, de lo que ya se ha hablado: "Oreshnik" a domicilio para Alemania, Francia y/o Reino Unido, al estilo del de Dnipró para los ucranianos, y en caso de respuesta de los afectados, réplica "en espejo", pero nuclear. Las potencias europeas le apuestan, en este caso, a que le entre Estados Unidos, pero distintos dirigentes rusos (como Andrei Belousov o Serguei Narishkin, dos de seguridad y de los 50) estiman que no forzosamente, porque Estados Unidos no tiene ni el menor deseo de un pleito final intercontinental. No es tan nuevo, de parte rusa, jugar sobre las diferencias entre Estados Unidos y las principales potencias europeas: nada más que no se trata, llegado el caso, de sentarse primero a negociar, sino, como se dice coloquialmente en México, de aventarse "un tirito", pegando primero, para ver si los malcriados, de no recibir ayuda de mamá, mejor se van a acostar, así dejen hecho un tiradero. A menos que se trate más de "jugar a la guerra" en las fronteras rusas para ver si la economía se reanima fabricando y vendiendo, además de armas, miedo. Es en lo que parece encontrar entretenimiento Lecornu, al menos que sea tan ignorante -no es seguro- que no se haya percatado de que está prácticamente siendo apuntado. Chulada de "libertades y derechos", la de exponerse y exponer a la población propia a una sacrosanta madriza. Ni sería el fin de la Historia. Ni habría suficiente Born in the USA...ni tantas razones para tragarse en Rusia lo que sea. Por lo general, las posibilidades y las tendencias son varias, y no se trata de hacer quinielas, sino de analizar. También pueden pasar otras cosas, salvo un "nuevo orden mundial". Por lo pronto, tal vez el gobierno ruso se separe de una parte de la oligarquía local que no hizo más que soñar, como ha dicho el cineasta Nikita Mijalkov, "con quien no nos quiere": París, la Costa Azul, la Costa del Sol, Palma de Mallorca, el Reino Unido para Román Abramovich con el Chelsea, Capri(c'est fini?), las escapadas a Finlandia, Suecia (como modelo para Gorbi ), las playas del Adriático desde los '80, tal vez el Ferrari en la Toscana, las islas griegas y un toque de lavado en Chipre... (da click en el botón de reproducción).