No es novedad que la izquierda latinoamericana, cuando llega al poder, difícilmente resiste la tentación de lo que los allendistas chilenos llamaban el "ahora nos toca a nosotros". No es lo único; otros tampoco se aguantan y se sueltan a la retórica, sin parar.
Salvador Sánchez Cerén, actual candidato de izquierda a la presidencia salvadoreña en los próximos comicios de febrero, tuvo que reconocer a principios de este año que el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) no está en su mejor momento: en 2012 perdió alcaldías importantes como Soyapango, Apopa, Ilopango, Mejicanos, Quezaltepeque (todas en el Gran San Salvador) y la Unión y Usulután, entre otras. Una parte del FMLN anda metida a gozar de puestos públicos y, según Sánchez Cerén -maestro de origen- la agrupación ha dejado de hacer una fuerte labor de "formación política e ideológica". El candidato reconoció que el FMLN se volvió en parte una forma de hacer carrera.
El mismo Sánchez Cerén no tiene una gran formación y tiende al activismo, en el que no se dialoga ni se debate: se repite, como para catequizar. El candidato salvadoreño repite hoy como repetía ayer (tal vez se trate de repetir hoy, mañana y siempre): el asunto del Frente Paracentral -que no debiera ser para escándalo, pero tampoco ocultado-, donde durante la guerra interna salvadoreña la izquierda (Fuerzas Populares de Liberación, FPL) asesinó en masa a sus propios militantes por sospechas de infiltración, habla de esa tendencia a guiarse por la "mística" -a veces hasta el delirio- y no por el análisis. Por si fuera poco, Sánchez Cerén se ha colado entre quienes quieren llevarle la felicidad al pueblo (ya se puso muy amoroso el candidato). Si hoy el candidato puede ganar, es más por la división de la derecha (entre Saca y Quijano) que por méritos propios. Ni siquiera está claro el tipo de alianzas que el FMLN haría -llegó al poder por una alianza con Mauricio Funes, el actual presidente.
No siempre es asunto de mala voluntad, aunque algunos medran. Es cosa de repudio colonial al pensar que ofende nuestra grandeza. Lo muestra a su modo y en otro proceso la muy (demasiado) joven presidenta de la Asamblea Nacional ecuatoriana, Gabriela Rivadeneira, quien tiende a confundir la izquierda con una peña folklórica donde hay que turnarse para cantar o para aplaudir con embeleso. Si la dejan, Rivadeneira termina, de tan izquierdista criolla que es (y no por maniobra), por disolver cualquier problema o debate en ácido retórico.
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