La vida es bella.
El presidente estadounidense, Barack Obama, ya había tenido un gran logro al conseguir que Siria destruya su arsenal químico, como lo ha venido haciendo. Por este solo hecho, Obama debió recibir algún nuevo premio, por promover la destrucción de las armas de destrucción masiva de los demás.
Al poco rato, Obama se anotó otro tanto. El 24 de noviembre se firmó un acuerdo en Ginebra entre Irán y el grupo 5 más 1. Por este acuerdo, Irán renuncia -transitoriamente al menos- a cualquier potencial nuclear (al uranio enriquecido al 20 %, a la construcción de la central de Arak y a la técnica de enriquecimiento). Irán deja de aparecer como una amenaza, aunque el alcance de ésta nunca se haya clarificado. Como sea, Obama merecía otro premio, así tenga ya un Nobel de la Paz. El presidente estadounidense demostró hasta qué punto es hábil para acabar con el potencial de destrucción masiva de los demás, incluso cuando no es tal.
En los funerales del líder sudafricano, Nelson Mandela, Obama tuvo otro gesto audaz, el de saludar al líder cubano Raúl Castro (aunque éste dijo que es lo mínimo que puede hacerse entre gente civilizada). Lo mejor, sin embargo, es que al elogiar al difunto Mandela el presidente estadounidense haya dicho, primero, que no podía imaginar su vida sin aquél, y segundo, que el ideal de un "mundo sin conflictos", y con "justicia y paz", sigue vigente. El Premio Nobel de la Paz para Obama ya está surtiendo efecto.
De hecho, Obama, con mucho amor, ha desactivado muchos conflictos, sobre todo los que vienen de la existencia de otros. El presidente estadounidense se ha mostrado como lo que es, un adalid de la no-violencia -la de los demás. Siria e Irán se pueden ir desarmando "de a poquito", y además Washington puede utilizar el nombre de Mandela y el anhelo de paz para desactivar cualquier forma de oposición. Tranquilos todos. No nos pongamos mal. Si Washington pide amor, démosle amor.
Oremos.
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sábado, 14 de diciembre de 2013
FANÁTICAMENTE MODERADOS
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