Un reciente encuentro de intelectuales en solidaridad con Venezuela mostró algunos de los vicios que acompañan a una izquierda para la cual la palabra es, ante todo, retórica (si inflamable, mejor), y no expresión de ideas, por lo cual nunca se analiza nada ni se informa. Se gritonea y gusta el vituperio.
En el encuentro en Caracas, capital venezolana, Alvaro García Linera, vicepresidente boliviano, hizo delante del mandatario venezolano, Nicolás Maduro, un llamado (no sin retórica, ciertamente) a disputarle al capitalismo el "sentido común" en las más diversas actividades cotidianas, lógicas y éticas. No había mayor secreto en este llamado "gramsciano" y, por lo demás, García Linera (quien nunca ha renunciado al pensamiento) jamás se pronunció por desertar de la academia ni por dejar de escribir. García Linera, eso sí, dijo que el intelectual "debe salir de la academia" (!pero precisó que sin dejarla!) y agregó: "¿por qué no va a la calle?" (!pero dijo que sin dejar de escribir!).
Fue penoso ver en el video (disponible en Youtube) a la intelectualidad vestida al estilo "hermoso-huipil-llevabas-llorona" y a los barbudos de turno aplaudir a rabiar no por las ideas de García Linera, que las había, sino por la frase "salir de la academia" y más aún por el "salir a la calle". Es un viejo reflejo antiacadémico de los intelectuales latinoamericanos. García Linera no estaba diciendo otra cosa que Marx: "convertir las ideas en fuerza material". El deplorable público de antiguo estilo "los folkloristas" y "desde el hondo crisol de la patria, venceremos" entendió -como se acostumbra desde que Cuba resolvió tomarse el poder a tiros- que hay que dejarse de ideas para pasar a la acción, y llegar como sea a la fuerza material (a pedradas, tal vez), sin perder el tiempo en pensar. El intelectual no está para perderse en un cubículo: debe estar en la calle, que es desde donde muchos quieren "gobernar" y "poner y deponer" -siempre a gritos.
Nicolás Maduro terminó celebrando en García Linera al "intelectual orgánico" y recordando a José Carlos Mariátegui, a quien el venezolano, con retórica, llamó "nuestro Gramsci" -lo que sea, pero que "suene". Desde luego que entre tanta idiotez, la idea que trató de transmitir García Linera se perdió por completo: el boliviano estaba llamando a crear cultura y los demás, naturaleza por delante, estaban pensando en cómo quitarse las ideas de encima.
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