Una parte del entorno del mandatario ruso, Vladimir Putin, parece haber optado por "cortar" de otro modo la Historia de la Federación Rusa. Un nuevo libro publicado en 2006 cifra el inicio de la historia moderna de Rusia en 1945 (Historia moderna de Rusia 1945-2006. Manual para maestros de Historia). Putin defendió este libro con el argumento siguiente: "no podemos permitir que nadie nos imponga un sentimiento de culpabilidad sobre nosotros". Seguramente se refiere a que ya sería el colmo quitarle a la Federación Rusa su papel decisivo en la derrota del nazismo, aunque no son pocos los que buscan la condena al olvido para este acontecimiento (los estadounidenses consideran más importante el "Día D" por ejemplo), puesto que tuvo lugar bajo el gobierno de Stalin y no valdría reivindicar como superior (con un mejor precio o con mayor valor) a un régimen totalitario que, ya en términos de valor de cambio, equivale en el fondo también en precio y en valor -salvo variaciones ocasionales del mercado- a otro régimen totalitario (un totalitarismo=un totalitarismo, puesto que son intercambiables desde el "abominable" Pacto Molotov-Ribbentrop).
El enredo es tan mayúsculo que Moscú no parece al tanto que la Federación Rusa (como parte de la Unión Soviética) que enfrentó al nazismo pudo ganarle porque se había modernizado desde antes (cerca de una década antes, que distó mucho de reducirse al "terror" y que creó una industria impresionante con un respaldo agrícola eficaz y la adhesión del grueso de la población). Si no hubiera sido así, tal vez Rusia hubiera seguido con el tipo de ridículo que hacía el zarismo semi-feudal en guerras como la ruso-japonesa o en la primera Guerra Mundial, que hartó a la población. La aberración consiste en reducir los años que van desde el fin de la NEP (Nueva Política Económica) hasta vísperas de la segunda Guerra Mundial en un auténtico "vacío" donde solo existiría el Gulag (el tipo de visión obtusa de alguien como el Primer Ministro Dmitri Medvedev y sus "Comisiones de la Verdad"). El acceso a los archivos está incluso trucado: ahora hay que consultar con los familiares de la víctima -por algo que hizo o no hizo, solo el familiar lo sabe- objeto de represión para tener acceso al expediente correspondiente.
De igual forma, Rusia no tiene ni idea de quién fue Lenin (al grado de que lo glorifica mucho menos que a Stalin, en otra auténtica aberración), aunque permanece en la Plaza Roja un mausoleo con una momia que debiera ser enterrada como todo el mundo. Como del zarismo se homenajea a Stolypin y al zar Alejandro III (finales del siglo XIX), en realidad Rusia desconoce casi medio siglo de su Historia (como le ocurre a México, por ejemplo, sobre casi todo el mismo periodo) y mientras tanto se complace en el escupitajo a lo soviético por "los huesos de Leningrado" e historias de terror parecidas y para consumo del turismo occidental, A falta de análisis social, la modernidad para el entorno de Putin comenzó poco antes de que Nikita Jruschov se pusiera a mentir a todo lo que daba y a provocar el resquebrajamiento de décadas previas de esfuerzo por una vida mejor. No se peleó por la Estadolatría con relativa escasez (nadie fue al frente a salvar a la burocracia en ciernes ni a una horda de convenencieros de jruschovka con aspiraciones a clase media de país emergente). En suma, la historia moderna de Rusia, tal y como la concibe este entorno, es la de una pequeña verdad (la de la gran victoria sobre el nazismo) en medio de la gigantesca mentira de la segunda posguerra: no es de extrañar que más de un autor ruso se pregunte por qué, desafortunadamente, Leonid Brezhnev (líder soviético del "estancamiento") no pudo convertirse en un Putin, es decir, por qué no pudo seguirse con la megalomanía y el aire de "gran potencia", algo que tenía por completo extraviado al mismo Brezhnev. Es Historia para los medios de comunicación masiva y sus "pájaros carpinteros", siempre ávidos de "algo en grande", con tal de "picar".
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