La sociedad civil está de moda desde los años '80, en pleno auge de los ajustes estructurales en América Latina y con el retiro de los subsidios al sector público. Estados Unidos impulsó la "batalla por la sociedad civil" desde los Documentos de Santa Fe (I y II), a finales de los '80, cuando un grupo de ultraconservadores estadounidenses encabezado por Roger Fontaine y al servicio del presidente Ronald Reagan encontró el modo de hacerse textualmente "gramsciano" (apelando al teórico italiano de izquierda Antonio Gramsci): como en los "golpes blandos", había que disfrazar la reacción de movimiento "desde abajo", "revolucionario" y partidario del cambio, lo que efectivamente ocurrió. Hoy, cualquiera habla de "la sociedad civil" como de algo positivo aunque, salvo excepciones, las organizaciones de la sociedad civil han remplazado la organización popular y las organizaciones no gubernamentales han tenido un papel más que dudoso. Este tipo de organizaciones han servido para presionar al Estado, restándole toda autoridad, mientras "por arriba" lo hacen desde las firmas transnacionales hasta los organismos internacionales.
La "sociedad civil" terminó por volverse un modo de vida de bastantes académicos que desertaron las instituciones públicas o mantuvieron apenas un pie en ellas. Las organizaciones de la sociedad civil con mucha frecuencia se volvieron correa de transmisión de la "agenda" de organismos internacionales, haciendo así un movimiento de pinza contra el Estado. Ciertamente, como lo ha dicho AMLO, la "sociedad civil", hecha de intermediarios, es un modo de no tomar en cuenta al pueblo y, agreguemos, de "amortiguar" cualquier posible brote de descontento. Por lo demás, la "sociedad civil" forma parte de la mundanidad que opaca al mundo del trabajo y permite la creación de "grupos de presión" contra el Estado, volviendo al mismo trabajo tabú. !Y todo en nombre de Gramsci y la izquierda!