El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quiere que el pueblo mexicano disponga de herramientas para lograr el bienestar espiritual. No está mal, habida cuenta del deterioro moral de décadas, que ha hecho del dinero fácil el principal valor en buena parte de la sociedad mexicana. Para lograrlo, AMLO cuenta primero con la distribución de la Cartilla Moral de Alfonso Reyes, un texto de 1944, y segundo con hacer una "Constitución moral", ya encargada a "especialistas", si cabe llamarlos así. Desde luego que la intelectualidad dizque liberal y la ultra-izquierda ya han puesto el grito en el cielo: no se les puede dar "clases de moral" y menos desde el Estado a ellos, los que en todo meten moralina y se entrometen por ejemplo en Venezuela en nombre de la ayuda a los pobres (que sufren escasez), de la libertad (contra la dictadura), del humanitarismo (aunque no sea lo mismo que el humanismo) y de los derechos humanos. ¿Para qué una moral si los dizque liberales ya se la pasan haciendo el bien y casi diríase que lo monopolizan?
El problema que se ha planteado ahora es que quienes han ofrecido distribuir la cartilla en miles de templos son los lideres evangélicos de México. Hace rato que la frontera entre lo religioso y lo público se ha ido borrando, desde el obispo de Saltillo, Raúl Vera hasta el Padre Alejandro Solalinde. La Iglesia, católica en particular, no guarda ya mayor recato frente a los asuntos públicos. Pues bien, resulta que los líderes evangélicos solicitaron, a cambio de distribuir la cartilla de Reyes, que se de espacio a las Iglesias en radio y televisión, lo que implicaría modificar la ley (Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público). AMLO ofreció que la Secretaría de Gobernación estudie la petición. Sin embargo, sentaría un muy mal precedente que se modifique la ley, sobre todo por el papel de la Iglesia católica y por el ataque a la laicidad, la cual desafortunadamente tratan de monopolizar los dizque liberales, en realidad conservadores en decadencia. La cartilla de Reyes no tiene nada de religioso, aunque los dizque liberales la vean así, y no es necesario por ende ir anulando la separación entre el Estado y la Iglesia. Es preferible quitarle a los dizque liberales el monopolio de una laicidad que pareciera servirles sobre todo para que se cuelen derechos de cualquier clase de minorías decadentes. Son las mismas que defienden Vera y Solalinde, por cierto.
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