Hace pocos días, el incendio en la catedral de Nuestra Señora de París puso a algunos como si se hubiera atentado de nuevo contra las torres gemelas de Nueva York. Ni tardo ni perezoso, el presidente francés, Emmanuel Macron, salió involuntariamente a confesar que el Estado no tiene ni un quinto para cultura y ofreció lanzar una "suscripción nacional" para reparar los daños en la catedral (en la foto). Lo sorprendente fue la cantidad de gente de dinero que se apareció a donar: LVMH-Moet-Hennessy-Louis Vuitton, la familia Arnault, Francois-Henri Pinault y Total ofrecieron sumas estratosféricas, mientras que el grupo Vinci propuso un "mecenazgo de competencia" y una "alianza de constructores" para trabajar gratuitamente en la reparación de la catedral. ¿No hay dinero? Del Estado, no, y de los ricos, hasta para tirar la casa por la ventana, aunque el primero bien podría haber hecho algo por la célebre Notre Dame.
Entretanto, Macron había llevado a cabo durante varias semanas su "gran debate" nacional y, al final del mismo, propuso unas cuantas medidas (en particular impositivas) para paliar el descontento de la población francesa. Macron ofreció en particular reducir los impuestos a la clase media e indexar las pensiones de menos de dos mil euros sobre la inflación. Se comprometió igualmente a reorganizar los servicios públicos para apoyar a la Francia rural y provinciana, que ha tenido que sufrir el cierre de escuelas y hospitales. Hay algo que llama la atención: el mandatario francés se opuso a restablecer el Impuesto sobre la Fortuna (ISF) justo cuando los ricos acababan de hacer un despliegue de ostentación impúdico con el pretexto de Notre Dame. ¿Hay dinero o no hay dinero? Por lo demás, Macron se mantuvo igual en sus planes de "reformas" para las cuales fue elegido por la alta finanza con una campaña mediática.
Si se hace un examen detallado del "gran debate" convocado por Macron, que prácticamente incluía las respuestas en las preguntas (!), y si se consideran únicamente las copias de quienes expresaron su opinión -saliendo de las preguntas manipuladas- para desarrollar sus ideas, resulta que en realidad hubo debate entre 255 mil personas, es decir, 0,36 % de los franceses o 0, 57 % del cuerpo electoral. Quienes más participaron fuera las altas categorías socio-profesionales (clase CSP +), no los más desafortunados por la pérdida de poder adquisitivo y otras calamidades sociales. Por lo demás, según una encuesta del periódico Le Figaro, poco más de un 60 % de los franceses consideró que Macron no había salido bien parado de la supuesta consulta.
Por fin: ¿hay dinero o no hay dinero? A 24 semanas de comenzadas las protestas, los "chalecos amarillos" (gilets jaunes) consideraron insuficientes las ofertas de Macron. Los franceses están descontentos con el alargamiento del tiempo de trabajo (más del 60 %), y de cotización para la jubilación (más del 60 %), mientras que sólo un 40 % ve con buenos ojos que se haya retirado el ISF.
Casi el 70 % de las clases populares sigue viendo con buenos ojos el movimiento de los "chalecos amarillos", y comparte esta opinión poco más de la mitad de la clase media. Sólo las clases acomodadas los ven más bien con malos ojos (casi 60 %). En general, la mitad de los franceses sigue apoyando a los "chalecos amarillos", 16 % son indiferentes y un 34 % se opone. Hace rato que Macron perdió una legitimidad por lo demás mal ganada, puesto que se la fabricaron y se agitó como es costumbre el fantasma del supuesto fascismo de Marine Le Pen, quien por cierto no pudo capitalizar las protestas de los "chalecos amarillos" y ya ni siquiera quiere salir del euro. No se trata, desde luego, de un movimiento "populista", sino de un verdadero hartazgo y del enojo por la ruptura del pacto republicano.
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