Con la llegada a la presidencia de Luis Arce Catacora en Bolivia podrían redefinirse algunas cosas en el proceso histórico de ese país. Como ya se había mencionado, Arce no era el candidato de las bases del Movimiento al Socialismo (MAS) y tuvo que equilibrarse el gobierno con la presencia del vicepresidente indígena David Choquehuanca. Andrónico Rodríguez, líder del MAS y ex dirigente del Trópico de Cochabamba, hoy senador y con formación universitaria, con apenas 32 años, considerado muy próximo al ex presidente Evo Morales, había denunciado la manera que estaban teniendo algunos de escalar en el gobierno progresista: haciendo valer influencias, es decir, su amistad o su cercanía con tal o cual que ocupara un puesto. Arce pareciera inclinarse más por el mérito y por abrir la posibilidad del relevo generacional, lo que no está para nada mal, así haya mayor moderación en el discurso que en tiempos de Morales.
Seguramente no es por el lado del pachamamismo de Choquehuanca que se puede arreglar el problema señalado por Rodríguez. El asunto no es saber si "las piedras tienen sexo" o si la papaliza es el Viagra andino. En realidad, pese a ciertas derivas indigenistas, el problema mencionado arriba ya había sido visto por una pieza clave del proceso boliviano, el hoy ex vicepresidente Alvaro García Linera. En un discurso en una universidad mexicana, en febrero pasado, García Linera había advertido contra algo que no es desconocido (dicho sea para bien y para mal) por los sectores populares: la tentación de ciertos luchadores sociales de utilizar la movilización como trampolín político para llegar a cargos burocráticos, perdiendo luego los vínculos con la comunidad. García Linera había señalado que, después de todo, “un buen ministro es tan importante como un buen dirigente, y un buen dirigente es tan importante como un buen comentarista de televisión". Lo importante es que, a diferencia de antes, el clientelismo y los cacicazgos no están naturalizados en la izquierda, porque llegaron a estarlo y siguen estándolo en algunos procesos latinoamericanos. En el caso de Bolivia, se ha promovido el acceso de gente de origen popular a cargos públicos, lo que diferencia al país de otros (el Ecuador, por ejemplo, donde es bastante diferente y no existe la misma tradición de lucha popular que entre los bolivianos). Sin embargo, todavía se puede buscar garantizar que se erradique de los sectores populares algo que no es de ellos, sino que es aprendido de los más poderosos: el influyentismo ya mencionado. García Linera fue claro en advertir que ocurre que "las victorias siempre dejan sembradas las semillas de nuevas derrotas". Contra lo que suelen creer personas como el columnista guarro de Página Siete, Carlos F. Toranzo Roca, no hay "codificación en el ADN" de ciertas conductas "nacionalistas-revolucionarias": no es que "si roba y hace" el funcionario deba ser exculpado de delitos en una sociedad permisiva con la corrupción. Tampoco se piensa satisfacer criterios por "cuotas": "tendríamos que tener 149 ministerios para satisfacer los pedidos", declaró hace poco Arce.
Si bien no es Bolivia que está a la cabeza en América Latina contra la corrupción, no deja de ser positivo que se vea cómo permea a los sectores populares y, como ocurre con alguna frecuencia, a los activistas, en un contexto de equilibrio delicado -asunto también trabajado por García Linera- entre sectores populares y clases medias. Seguramente sea igualmente sano que, salvo en algunos desbarres, el proceso boliviano conducido por el MAS no entre en la órbita del Grupo de Puebla ni de la Internacional Progresista, instrumentos de cooptación a favor de la hegemonía de la clase media. Plantea problema, pero tampoco ha sido "obvia" en el actual proceso de transformación boliviano. Dicho sea de paso, tampoco han existido enriquecimientos espectaculares, ni desde tiempos de Morales, y no queda claro hasta dónde puede seguirse hablando de lo "nacional-popular" cuando el cuadro de alianzas es otro (con el empresariado agropecuario de Santa Cruz, por ejemplo).
El problema del rumbo de Bolivia no es menor. Arce está apostando por un desarrollo en serio, a partir de la industrialización de algunas materias primas, como el litio, y de producciones como el polipropileno y el polietileno (con plantas químicas), además de la siderurgia y la producción de diesel ecológico. Nadie está jugando al país bananero y ni siquiera al dependiente de la exportación de minerales como el estaño. Bolivia ha estado creciendo más por méritos propios que por coyunturas externas favorables. Hecho atractivo, Arce comenzó a sentir simpatía por la izquierda a partir de una visita a su colegio secundario en 1979 por el líder socialista boliviano Marcelo Quiroga Santa Cruz. Es un muy buen antecedente. Así que a la segundita con los primos de Yamparáez (da click en el botón de reproducción).