De un tiempo a esta parte, con la idea de hacer las alianzas más amplias que se pueda, se ha dado en decir "las izquierdas" en lugar de "la izquierda". Hay quienes creen que la división pasa por una izquierda "oficial", progresista, que no es "antisistémica", y una izquierda verdaderamente radical y anticapitalista. La segunda es en realidad muy minoritaria, cuando existe (en el caso de México, por ejemplo, YoySoy132 o el movimiento de Ayotzi -sic- no existen), y en el caso de los partidos comunistas que aún subsisten, es probable que hayan cometido hace rato el error de ponerse a remolque de la Revolución Cubana, perdiendo independencia, criterio propio y capacidad de análisis. De todos modos, en la mayoría de los países latinoamericanos los partidos comunistas quedaron "fuera del orden del día" desde antes de la Revolución Cubana, y los que se salvaron fueron casi siempre objeto de una brutal represión. Lo que llama la atención es que esta izquierda que se dice "radical", e incluso la comunista, cuando queda, no dejen de estar influidos por la visión del mundo de Estados Unidos. Ahí está el ejemplo del articulista "radical" uruguayo Raúl Zibechi, que puede repetir los lugares comunes sobre los pueblos originarios y otros temas, o el curioso caso de la joven dirigente comunista chilena Karol Cariola, metida en asuntos de género, que fue a aterrizar en el muy socialdemócrata Grupo de Puebla, departiendo con el liberal ex presidente colombiano Ernesto Samper, el socialista ex presidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero o la ex presidente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano, Beatriz Paredes Rangel. Si hay algo de "antisistémico" en alguna izquierda "radical" (por más que se diga apegada a los "movimientos sociales"), habría que saber en qué consiste programáticamente: nadie se atreve a hablar de socialismo (ni del siglo XXI ya), ni de imperialismo o de causa de los trabajadores (no es el caso del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en México, tampoco, y lo que espera el comandante Pablo Contreras, Pablo González Casanova, para las masas es para llorar: una "vida agradable" como la suya). Como sea, se puede insistir en que esa supuesta "izquierda radical", tanto como los indígenas de por aquí y por allá, no deja de estar influida por una visión del mundo al estilo estadounidense. Es como poner a Ilhan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez o Counterpunch por delante. Si es una izquierda anticapitalista, lo único que propone es que "otro mundo es posible", y lo cierto es que también es posible con marihuana, por decir que no falta el tufillo hippie.
En el punto de la influencia estadounidense hay coincidencias con la izquierda progresista, o al menos una parte de ella, según los países. Llama la atención por ejemplo que alguna gente del Movimiento de Regeneración Nacional (MoReNa) mexicano diga abiertamente estar contra el mérito. Sucede en realidad que una parte no desdeñable de la izquierda, incluida la que ha estado a la sombra de la Revolución Cubana, cree por herencia señorial en el derecho adquirido, antes mismo de haber pasado por el esfuerzo. Dicho de otro modo, cree que las cosas "le son debidas" por estar "del lado bueno de la Historia" (lo que a estas alturas puede decir por igual el ex mandatario estadounidense Barack Obama) y que no tiene que ganárselas a pulso: no es una izquierda ligada al mundo del trabajo, y la Revolución Cubana misma se encargó por mucho tiempo de promover como vanguardia a la clase media, en franca norteamericanización, llegando a castigar, dentro como fuera de la isla, posturas más favorables a los trabajadores. Esa izquierda de derechos adquiridos debería dar mucho de qué hablar, al haberse servido de "su" pueblo para fines propios y extremadamente clientelares. Resulta que el pueblo se cansa. Con matices, la izquierda oficial/progresista no está exenta de influencia estadounidense, y prueba de ello está en el intento de cooptación que está sufriendo por parte de la Internacional Progresista del Demócrata estadounidense Bernard Bernie Sanders. Como sea, no es lo único: hay ingredientes populares, como en Bolivia, de inteligencia para el desarrollo, como en el Ecuador, o intuiciones magistrales, como en la lucha contra la corrupción de Andrés Manuel López Obrador en México. Lo anterior no quita que, dentro de estos procesos, estén actuando personas y corrientes con un estilo y anhelos tipo Demócratas estadounidenses. Lo que sí puede ser es que la antigua forma del "derecho adquirido" ceda el paso a una forma más moderna, si bien de influencia estadounidense, con el pueblo casi siempre de comparsa. En suma, se trata de una izquierda contradictoria. Un error frecuente consiste en creer que alguien o alguna fuerza, por ser de izquierda, están exentos de contradicciones, cuando nada en la vida lo está. No hay ni "izquierda radical" ni izquierda progresista exentas de problemas y que puedan aspirar al show medio hippie de la "autenticidad". El hecho es que se asiste, con la preferencia por la clase media y no por el mundo de los trabajadores, al paso de la izquierda de "derechos adquiridos" a la de estilo más "libertario" y light californiano, aunque también considera que mucho le es debido por adscripción ( por ser mujer, indio, etcétera...).
Un problema adicional se crea cuando sobre el "derecho adquirido" se monta el de "adscripción", preferido de los Demócratas estadounidenses, lo que da a veces en señoritos hablando de mujeres, trans, derechos LGBTTTIQA+, pueblos originarios, afrodescendientes, "latinos" y madre naturaleza: es una negación todavía más completa del mérito y, si no se trata de corporativismo a la antigua, sí se trata de una forma de cooptar y neutralizar contenidos populares que acaban difuminados. Habría que ver por ejemplo qué le sucedió al Frente Amplio en el Uruguay hasta perder las elecciones, si la legalización de la marihuana o las cuotas para las personas trans eran importantes o incluso parte de los intereses de la izquierda. El grado de norteamericanización, que no es menor, roza en este caso con lo que es posible considerar como formas de protofascismo, entre otras cosas por la manera de "saturar" el ágora pública y disuadir toda discrepancia o posibilidad de contradecir, y de "vender" ideología sin posibilidad alguna de cuestionamiento. No hay discordancia en este punto con la admiración de los autodenominados "demócratas liberales" por los Demócratas estadounidenses y la parte Republicana del establishment. Lo que debe verse es la forma fantástica en que al unísono, izquierda "radical", progresista y "demócratas liberales" prefirieron un statu quo no exento de riesgos, y no pocos, al desafío que planteaba el mandatario estadounidense Donald Trump al "Estado profundo". Es el tiempo, quiérase o no, de una izquierda muy norteamericanizada, aunque entre lo señorial antiguo y lo californiano, y que, el día en que vendió el socialismo (como experiencia de la cual aprender, para bien o para mal), se quedó sin nada alternativo qué proponer, suponiendo que haya estado a la orden del día en América Latina y que no se trate más bien de conseguir un "buen capitalismo", lo que también es posible y loable, aunque tenga límites. El resto, la venta del supuesto apocalipsis capitalista y "de civilización", no presenta mayor interés. En el pasado no funcionó la "teoría del derrumbe" y tanto Marx y Engels como Lenin señalaron que es posible un largo periodo de "putrefacción de la Historia" y de una decadencia que, decía el primero, puede "hacer palidecer la del Imperio Romano". Es por igual un fenómeno que no estaría exento de contradicciones. Lo que no existe es lo que ha pretendido casi toda la izquierda, dejando en parte de serlo: que el desplome de la experiencia socialista existente le salga gratis.
Marco Enríquez Ominami, chileno conocido como ME-O (sic), tuiteó tranquilamente en el Grupo de Puebla del que es el gestor: "desde el 'sí' chileno para sustituir la Constitución de Pinochet hasta el triunfo de Joe Biden en Estados Unidos, en América se gesta un cambio progresista". El mismo Grupo de Puebla corrió a saludar el triunfo de Biden a nombre de los afrodescendientes, los latinos, las mujeres y los jóvenes contra el racismo estructural, el patriarcado y a favor de un buen abordaje de "la pandemia" y el cambio climático. De manera todavía más vasalla, sin intereses propios, el Grupo felicitó a Biden por el triunfo de la democracia, la verdad y la ciencia (!) sobre el oscurantismo, el discurso de odio (!) y la industria de las noticias falsas. Para Biden, el "alma de Estados Unidos" es la clase media. Para una parte light de la izquierda latinoamericana, no desdeñable, "el alma" del cambio está en lo mismo y no en el mundo del trabajo, nótese bien, sea o no de clase media. La izquierda ha perdido perfil propio y ha salido derrotada de la batalla ideológica, tal vez creyendo que no existe, o a pesar de algunas advertencias aisladas. Ni siquiera la nueva dirigencia cubana se atreve a hablar de socialismo, pese a la voluntad popular. Enríquez Ominami puede hablar de "la fuerza tranquila" del progresismo latinoamericano: es tal el retroceso y la incapacidad para crear que se trata apenas de la force tranquille - un slogan de Jacques Séguela- que pregonaba el hipócrita de presidente francés Francois Mitterrand a principios de los años '80. Lo único que puede hacerse es poner atención, en cada proceso específico, a la correlación de fuerzas entre intereses de clase media y populares, si los segundos consiguen hacerse presentes, aunque sea en el miedo de los primeros y de los más acomodados. Las contradicciones no se suprimen por decreto, ni porque la clase media se crea capaz de amortiguarlas para siempre, que es lo que se cree en Estados Unidos en términos de clase y que puede ser adoptado por el protofascismo Demócrata. En suma: desde hace décadas es la hora de la clase media, siguiendo a Estados Unidos, con sus particularidades por analizar en América Latina, y no la hora del mundo del trabajo, ni siempre del pueblo. Es sobre este telón de fondo que pueden entenderse las diferencias entre la izquierda "radical" y la progresista. Aunque se grite que el capitalismo lleva al desastre, casi nadie está planteando en realidad una alternativa socialista (que no es lo mismo que "anticapitalista"), mucho menos en términos de valores y de cultura (otra cosa es la capacidad para la oratoria tan bien criticada recientemente por el candidato a la vicepresidencia del Ecuador, Carlos Rabascall).
¿It makes no difference?
(da click en el botón de reproducción)