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Si una cosa así le hubiera sucedido al presidente estadounidense Donald Trump, habría sido el hazmerreír de todos los medios de comunicación masiva que se dicen "globales". Sólo que quien se cayó fue el mandatario actual, Joseph Biden, así que parece que le puede suceder a cualquiera. Biden también se pone a balbucear y equivocarse en las conferencias de prensa, porque está senil: si fuera Trump, ya se estaría pidiendo la destitución, pero en cambio, en algo penoso, el ensayista mexicano Enrique Krauze pide de Biden que intervenga más o menos para "calmar" al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Ni quien haga notar ciertas diferencias de trato elementales.
Ni siquiera es que Biden conserve sus aparentes buenos modales, que ciertamente no tenía Trump. Hace poco, en una entrevista calculada, puesto que la hacía George Stephanopoulos, ex funcionario del presidente estadounidense William Clinton, Biden llamó "asesino" a su homólogo ruso Vladimir Putin, sin importarle desatar una crisis grave (y Putin tuvo le gentileza de no tomárselo en serio y contestarle, como los colegiales en el recreo: "el que lo dice lo es", para lo que basta efectivamente con ver el curriculum belicista de Biden). No fue lo único: semanas antes, con un corto ataque en Siria, cerca de la frontera con Iraq, Biden pudo haber desatado otra crisis, puesto que no avisó a los rusos con la antelación acordada.
Si bien no está del todo claro que con Biden, Estados Unidos vaya a dejar un poco en paz a China, está visto que hay intención de seguir molestando a Rusia. En efecto, Estados Unidos se apresuró a principios de año a brindar apoyo al opositor ruso Alexei Navalny, quien por cierto sufrió una agresión extraña: se le habría tratado de envenenar en Rusia, pero se le dejó salir a recibir tratamiento en Alemania, lo que no tendría sentido si se hubiera buscado eliminarlo de una buena vez. Justo con la llegada de Biden, Navalny regresó a Rusia y fue presentado como "el gran opositor", lo que ni siquiera es (la principal fuerza de oposición interna a Putin está en el Partido Comunista de la Federación Rusa). Ni siquiera se reparó en que Navalny ha sido alguien acostumbrado a lo que los occidentales llaman, al unísono con Estados Unidos y la Agenda 2030 de Naciones Unidas, "discursos de odio". En efecto, el opositor, ex alumno de la universidad estadounidense de Yale (Yale World Fellows Program) y financiado por el Fondo Nacional para la Democracia (National Endowment for Democracy, NED), llegó a decir que a los chechenos no podía tratárselos con pantuflazos, por lo que era preferible usar pistola. No fue ni de lejos lo único: Navalny trató a los georgianos de "roedores". Durante el conflicto de Osetia del Sur, en 2008, Navalny sugirió expulsar a todos los georgianos de Rusia. Siguió luego en 2011 con "!dejemos de alimentar el Caúcaso!", llamado a los musulmanes seres "no humanos". Por cierto que, sobre Crimea, el opositor a Putin dijo que no se le restituiría a Ucrania "porque no es la salchicha de un sandwich". Por lo visto, en Occidente sólo se dan cuenta de los "discursos de odio" cuando se los atribuyen en monomanía a Trump.
En su equipo, Biden tiene en particular como alguien antirruso a la esposa del neoconservador Robert Kagan, la señora Victoria Nuland, subsecretaria de Estado (Departamento de Estado), quien está convencida de que Rusia se está cayendo a pedazos, pasando por su peor periodo desde hace 20 años, por lo que bien puede tratarse de debilitarla más. Nuland fue clave en el golpe del Euromaidán ucraniano de 2014. La idea de Nuland es básicamente usar las redes sociales para debilitar al gobierno ruso. Es lo que estuvo haciendo Navalny antes de regresar a prisión por un asunto de fraude financiero.
Lo dicho hasta aquí sirve para demostrar hasta qué grado, llegando a la irresponsabilidad, están cegados los medios de comunicación occidentales, a los que no les importa que alguien con problemas seniles esté al frente de la Casa Blanca y el famoso botón. Recientemente, Biden se refirió a la vicepresidenta Kamala Harris como "presidenta Harris" y olvidó por completo el nombre de su secretario de Defensa, Lloyd Austin, llamándolo "el tipo que dirige ese equipo". No son hechos aislados, puesto que han ocurrido otros.
El problema de una parte de la gente de Biden con Rusia es la monomanía, pero ni siquiera es vista como tal. No se trataba de un cambio, sino de que nada se moviera, contra lo que quería Trump: es el "síndrome" de gente que no ha dejado de creer que sí, efectivamente, con la autoproclamada "democracia liberal" y con la "globalización" se ha llegado, como con la hegemonía estadounidense, al "fin de la Historia". Nos quedamos mejor con el georgiano Vakhtang Kikabidze (da click en el botón de reproducción):