A un autor de la sección "Confabulario" del periódico mexicano El Universal se le debe una nueva andanada de anticomunismo disfrazado de "antitotalitarismo": hay que decirlo así porque los "antitotalitarios" en circulación prácticamente nunca se enredan con el nazi-fascismo, sino que se dedican reiteradamente a mostrarles a los presentes que cualquier intento por cambiar el estado de cosas existente acarrea el peligro de caer en manos de gandules que en nuestro propio nombre nos metan al Gulag, nos fusilen o nos hagan pasar toda suerte de privaciones, hambrunas incluidas. Así que ahora resulta que "el totalitarismo comenzó en Kronstadt" en 1921.
Dejemos de lado aquí el trabajo que hiciera alguna vez el autor italiano Domenico Losurdo para demostrar quién inventó la palabreja "totalitarismo" y cómo no sirve para mayor cosa desde el punto de vista científico, aunque sea muy útil para la propaganda (pues sí: fueron propagandistas del fascismo italiano y el nazismo alemán los primeros en usar la palabra "totalitario"). Si alguien quiere hacerse pasar por culto utilizando el lenguaje de Benito Mussolini, no se puede impedir, al menos no en democracia. Es parte de "los derechos y las libertades" ("yo digo lo que se me pegue la gana").
Para "demostrarlo" (lo de los gandules), uno puede citar el muy difundido texto El libro negro del comunismo (1997), coordinado por el historiador francés Stéphane Courtois (un "anarco-maoísta" arrepentido), omitiendo lo siguiente. A poco de publicado este texto, en cuya gloriosa introducción Courtois le atribuye al comunismo unos 100 millones de muertos, varios de los coautores prefirieron desligarse del asunto porque el cálculo, por decirlo de algún modo, estaba demasiado "grueso" y sumaba cualquier cosa. Courtois ha llegado más lejos recientemente: hizo una biografía del líder ruso Vladimir I. Lenin (Lenin. El inventor del totalitarismo) que lo convierte, atención, en el precursor de todos los "totalitarismos", incluyendo el nazismo y el fascismo. La verdad sea dicha, no falta gente con razones objetivas para creer que un cuadrado es un círculo si se lo dictan sus intereses.
Seguramente importen poco las investigaciones de archivo serias que ya demostraron que el número de muertos en la Unión Soviética en el periodo bolchevique-socialista (porque nunca hubo comunismo) no llega ni al millón (no nos faltan 43, sino que nos sobran 99), junto a los trabajos del estadounidense Grover Furr (también de archivo) que muestran por lo demás cómo las víctimas se concentran en los años 1937-1938 en una provocación de Nikolai Ezhov al poder soviético, que se encargó de pararlo y ejecutarlo. Pero hoy estamos de buenas, así que, como el señor Courtois o como el difunto disidente ruso Alexander Solzhenitsin, vamos a sumar 99 millones 200 mil muertos para felicidad de quienes conocen sus intereses. Pues bien, de acuerdo con El libro negro del capitalismo (1998), coordinado por Gilles Perrault, entre 1900 y 1997 el capitalismo mató justamente a unos 100 millones de seres humanos. Nos podemos ir a michis, porque de otra manera habría que rehacer cálculos y concluir que el capitalismo mató a cerca de 99 millones 200 mil seres más que el "experimento comunista". Ni que fuera tan difícil: tan sólo en la primera Guerra Mundial, que comenzó en 1914 y es previa a la Revolución rusa de Octubre (1917), el capitalismo se escabechó a 18 millones de personas. Por seguir "sus intereses", por cierto. Sin hablar del siglo XIX, las aventuras coloniales, la trata de esclavos, etcétera...Desde el punto de vista de quienes sabemos que lo más realista es seguir nuestros intereses, se concluye que cualquier alternativa al capitalismo es genocida... Desde luego, en el capitalismo se supone que podemos seguir nuestros intereses con la entera libertad de no morirnos de hambre o fusilados.
El asunto, como se ve a juzgar por la primera Guerra Mundial, iba fuerte antes de Kronstadt, donde, supuestamente, los "representantes del proletariado" se habrían puesto a matar maquinalmente proletarios, sin que quede claro tampoco por qué se consideraría "proletarios" a marinos, que es lo que había en esa localidad. Uno puede desechar lo que se dijo oficialmente sobre el asunto, pero no los hechos: ¿por qué se supo en la prensa internacional del motín de marinos dos semanas antes de que ocurriera?¿Los marinos de Kronstadt eran de origen obrero o campesino de zonas reaccionarias de Ucrania que no tenían nada que ver con proletarios?¿El motín fue "espontáneo" o "patrocinado" gentilmente por emigrados blancos, que desde Francia hasta Finlandia se la pasaron adulando a los amotinados y haciéndoles llegar ayuda?¿Qué hacían en el asunto bancos franceses y rusos, compañías de aseguradoras, la Cruz Roja, etcétera? El problema es que la fuente no es en realidad el sovietismo oficial y ni siquiera Trotski, sino el mismo historiador anarquista estadounidense citado por el autor en "Confabulario", Paul Avrich, quien habla incluso de un Memorándum Secreto para ayudar militarmente a los amotinados. Es más, el caso está peor, porque el Avrich citado, simpatizante del amotinamiento de los marinos, afirmó que "Kronstadt presenta una situación en la cual el historiador puede simpatizar con los rebeldes, y conceder, no obstante, que los bolcheviques estuvieron justificados al someterlos. Al reconocer este hecho se capta en verdad toda la tragedia de Kronstadt". ¿Cuándo citamos a un autor y cuándo no?¿Le hacemos "cirugía" a lo que afirmó?¿Usamos además otra fuente desacreditada por los mismos que tomaron parte en su elaboración (el libro coordinado e introducido a la mala por Courtois)?¿O nos apoyamos en el escritor -novelista- británico Martin Amis que también inventa cifras y ha sido severamente criticado por otros especialistas británicos, como Orlando Figues, por equiparar a la ligera comunismo y nazismo, por falta de humildad, porque "no escribimos historia para llamar la atención sobre nosotros mismos", porque no se hace charlatanería con trabajos de otros, porque se escriben pasajes "repugnantes y faltos de decoro" y porque en el texto sobre el muy temible Koba hay errores básicos en casi todas las páginas? El auténtico protagonista del libro de Amis (al decir de El País), Koba el terrible: las risas y los 20 millones de muertos... no es Stalin, sino Martin Amis. Finalmente, citar a Trotski, el artífice de la represión en Kronstadt, tampoco es de lo mejor: Grover Furr acaba de publicar un texto con documentación de archivo en el cual se prueba la colaboración del mismo Trotski con el nazismo, el fascismo y el nacionalismo ucraniano (2020: New Evidence of Trotsky's Conspiracy).
Después de los trabajos historiográficos recientes, basados en un uso serio de archivos, un comunista no tiene por qué tener "un pozo siniestro en la conciencia", ni acostumbraría prestarle a Lenin falsedades como la siguiente frase: "ríndanse o serán ametrallados como conejos". El hecho es que hoy en día se puede decir lo que se quiera y adornarse con lo que sea: nuestros intereses nos permiten creerlo y sobre todo desacreditar cualquier palabra dicha desde una ética confundida con "la moral" como "coartada" de la "dizque gente de bien". La coartada es otra: corrómpete porque así es la naturaleza humana, la misma que nos dicta cómo seguir nuestros intereses y obtener desde ventajas hasta ganancias, y no intentes siquiera sugerir que hay alternativa porque no conduce más que a la muerte y la escasez. Está muy bien, salvo que lo que se coarte sea en realidad la posibilidad de cualquiera de tener acceso a información fidedigna y no a interminables montajes. La Carta Mundial de Etica para los Periodistas (Carta de Munich) sugiere "respetar la verdad, cualesquiera sean las consecuencias, en razón del derecho del público a estar informado". En principio, entonces, el público debiera estar primero, es decir, antes que nuestros intereses, que la prestación de servicios a nuestros amigos para quedar bien y en posición de recibir favores, y que la manita de puerco ideológica a las historias en nombre exclusivo de "la libertad": no se la tiene de servirle al lector cualquier cosa, incluso adulterada, y de engañarlo utilizando la coerción apenas velada ("o el actual estado de cosas o el terror", etcétera). Hacer todo lo descrito sin tener "un pozo en la conciencia" supone no tenerla y haberla remplazado por el peor sentido común de la época. Todo vale.
Por cierto, ¿por qué el señor Courtois (foto) causa repulsa?