El asunto de manosear un poco por doquier la Historia no es nuevo. Por lo pronto, el gobierno de la Ciudad de México-in-Berkeley tomó la decisión de cambiarle el nombre al famoso Arbol de la Noche Triste (donde lloró el Conquistador Hernán Cortés por una derrota transitoria) para optar por "calzada de La Noche Victoriosa" (albures aparte, es de suponer), con lo cual la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, parece haber decidido tomar partido por los aztecas contra los tlaxcaltecas, totonacas, huejotzingas, texcocanos y otros, aliados de los españoles, que pueden irse, como dice la canción, a chillar a otra parte. Sheinbaum pretende que los mexicanos "recuerden su origen" y "no olviden" lo que nunca les sucedió, puesto que no existían al momento de la Conquista, salvo en la cabeza de José Alfredo Jiménez, quien alguna vez se autoproclamó "descendiente de Cuauhtémoc" en "El hijo del pueblo". Asimismo, ya no existirá la avenida Puente de Alvarado, que le debe su nombre a Pedro de Alvarado, un Conquistador ciertamente poco amable que desató la masacre del Templo Mayor. La avenida se llamará México-Tenochtitlan, porque "cómo es posible que el perpetrador de la matanza del Templo Mayor tenga el nombre de una avenida". En fin, digamos que es pasable mientras no se le ponga "boulevard Martí Batres Guadarrama", por aquello de que la actual jefa de gobierno de la capital mexicana no tiene el mejor sentido de las proporciones.
Desde el pasado ya se había cometido la torpeza de embestir por ejemplo contra el presidente Plutarco Elías Calles (1924-1928) en nombre del "antiautoritarismo". Sitios oficiales del actual gobierno de México siguen con la cantinela a la que muy curiosamente se fueron a sumar analistas políticos extranjeros. A decir verdad, fue una ocurrencia periodística llamar a Calles "Jefe Máximo de la Revolución", porque en cualquier proceso no faltan los aduladores. Ahora bien, o el asunto del "Maximato" es una pura convención o Calles no sabía para nada lo que hacía, puesto que luego de asesinado Alvaro Obregón optó por no seguir al frente del gobierno y por dar el famoso discurso en el cual propuso pasar de ser "el país de un hombre a una nación de instituciones y leyes". No dejaría de ser gracioso que Calles fuera el primero en pisotear su propia sugerencia: no la hizo embriagado, ni de poder, puesto que lo soltó y le dió el paso al presidente provisional Emilio Portes Gil, obregonista, cuyas Memorias son muy contrastadas sobre el mismo Calles, al que en muchos aspectos no obedeció. Portes Gil sugiere que el problema estaba en parte en la corte de aduladores que buscaba por arribismo rodear a Calles.
Sigue el asunto del "nopalito" (por baboso) Pascual Ortiz Rubio, presidente de México de 1930 a 1932. Primero, el actual gobierno de México sostiene que Calles impuso a Portes Gil ("según te portes, gil") para debilitar la facción obregonista. Es un sinsentido. Al ser asesinado Obregón, las sospechas de un pueblo acostumbrado a la maledicencia recayeron sobre Calles, quien en vez de imponer cedió el lugar justamente a obregonistas como Portes Gil. Si la iniciativa de acabar con Obregón fue de la Confederación Regional Obrera Mexicana, lo que es hipotético, Portes Gil la hizo a un lado. Volvamos al "nopalito": Pedro Salmerón Sanginés, historiador afín al lópezobradorismo, escribió alguna vez, basándose en una importante labor de documentación, que el tal Ortiz Rubio no fue el candidato de Calles, ya que era Aarón Sáenz. Lo que escriben los portales del gobierno de México sobre el tema son falsedades, y Ortiz Rubio fue otra vez producto de la corte de los adulones que estaba dispuesta incluso a pasar por encima de las preferencias manifiestas de Calles. Está documentado que Ortiz Rubio no seguía en todo a Calles.
Ortiz Rubio renunció en 1932 y, contra lo que afirma Wikipedia, Calles no se había "autoproclamado Jefe Máximo de la Revolución", al menos que no estuviera en sus cabales, puesto que deseaba un país de instituciones y leyes y no de "un solo hombre", salvo que fuera un mentiroso consumado. Al asumir Abelardo L. Rodríguez como presidente interino en 1932, dejó en claro mediante circular oficial que se le obedeciera a él y que se dejara de consultar a Calles. Fernando Benítez llegó a escribir que "el poder de Calles ya desde los tiempos de Abelardo Rodríguez era más aparente que real". En todo caso, los portales del gobierno de México debieran hacerle caso por ejemplo a sus propios historiadores, como Salmerón Sanginés. Resulta por lo demás extraña la moda, no tan nueva, de entusiasmarse con Obregón, el "vital", para desmerecer a Calles, "el mental", en una veta que exploró mal Enrique Krauze (Calles. Reformar desde el origen), alguien que parece creer que los hijos naturales están destinados a provocar conflictos religiosos antes de ir a dar en el espiritismo que nadie le ha reprochado a Francisco I. Madero. Lo que desde Ignacio Solares hasta Carmen Aristegui se estuvo haciendo al vapor con la figura de Calles en sexenios pasados fue inaudito, al grado de que en El Jefe Máximo el primero se atrevió a inventarse entrevistas con familiares del presidente que nunca tuvieron lugar y fueron oficialmente desmentidas, pero tapadas por la universidad pública, entonces a cargo de alguien de reconocida filiación priísta. El remate llegó en parte del pequeño documental El general, de Natalia Almada, bisnieta de Calles que no entendió nada. Las grabaciones de Alicia Calles, hija del supuesto Jefe Máximo, no dejan lugar a dudas: se veía envuelto y sufría por la corte de adulones que lo rodeaban, esperando algún favor, al grado de ser llamados por Calles "políticos del pilar" por su costumbre de recargarse en el ídem a la espera de una entrevista con el líder.
El analista político de fuera de México que llegó a señalar que después de un Calles "autoritario" llegó el gobierno más benigno de Lázaro Cárdenas no parece estar al tanto de quién consolidó la figura del personalísimo Ejecutivo en México, cooptando de paso alrededor del mismo a las masas. Como sea, lo que no deja de ser bochornoso, en la parte que le toca a Krauze, es la falta de entendimiento de lo que deja una buena educación, desde el hecho de recibirla de un padrastro hasta el de convertirse en maestro de escuela (fue el caso de Calles). Francisco J. Múgica, maestro también e hijo de maestros, finalmente hecho a un lado por Cárdenas, buscaba que la política mexicana toda dejara de orientarse por asuntos personales y cesara de ser "éso´que se hace entre políticos" para ser "éso' que se hace entre el político y el pueblo". Para más señas, se ha llegado a decir que Múgica es de las personalidades preferidas del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (Múgica fue un importantísimo constituyente en 1917). El lópezobradorismo es, como todo lo descrito previamente, un fenómeno humano: no lo encabeza un maestro, sino un activista, no está exento para nada de arribistas, tiene que vérselas con una pésima oposición y no le falta una buena dosis de ignorancia e ineptitud, aunque no sean generalizables. Estamos, para variar, no en honor a la verdad sino a las ocurrencias y a la mitomanía que puede hacer de una noche triste una noche victoriosa, de ronda o de lo que sea con tal de ser de Berkeley. En fin, fuera Pedro de Alvarado, para que "los mexicanos no olviden" que, entre Chimalpopoca y los campi estadounidenses, no transcurrió nada, salvo alguna que otra pulsión "autoritaria", etcétera, etcétera... Aquí abajo, la doctora, de cerca...(ya autorizó el uso de faldas por los varoncitos en las escuelas y la no persecusión de los actos de vandalismo cada Día Internacional de la Mujer, así se trate literalmente de quemar mujeres policías, lo que según la propia jefa pues es...violencia de género).