Por algún motivo, el actual presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador se puso a llorar hace tiempo en un mitin en la plaza capitalina de las Tres Culturas en Tlatelolco, durante una conmemoración de la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968. Y es que, por otros motivos, el asunto terminó efectivamente en algo para llorar.
Una parte de los líderes estudiantiles de 1968, encabezada por Raúl Alvarez Garín, a la larga homenajeado en la universidad pública por un rector de clarísima filiación priísta (del Partido Revolucionario Institucional, PRI), se dedicó por décadas a perseguir al presidente Luis Echeverría Alvarez (1970-1976), pese a que no fuera ni de lejos el principal culpable por lo ocurrido ese día en Tlatelolco. Muy pocos quisieron esclarecerlo y un caso más bien positivo fue el de Luis González de Alba, ya fallecido como Alvarez Garín. González de Alba rozó el problema presente de la provocación en el movimiento mexicano de 1968, al grado de que en los cubos de basura en las calles "alguien" dejaba piedras durante las manifestaciones para que fueran lanzadas contra las fuerzas del orden. No fue más que un detalle, como muchos de los "extraños" hechos retomados por González de Alba en el texto Tlatelolco. Aquella tarde.
Mucho indica que, desde el principio, el movimiento fue empujado por provocaciones, y no nada más por las de gente como el líder Sócrates Campos Lemus, luego funcionario de Echeverría. Como lo ha demostrado Angeles Magdaleno Cárdenas, el asunto venía de lejos: de la formación, a principios de los años '60, de un cuerpo paramilitar dentro del PRI, De la Lux, que encontró el modo de atrincherarse con Alfonso Corona del Rosal en el Departamento del Distrito Federal (DDF, que dirigió el mismo militar y funcionario entre 1966 y 1970). De la Lux fue creado entre Corona del Rosal, a la sombra de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) del PRI y Alfonso Martínez Domínguez, regente del DF entre 1970 y 1971, año cuando ocurrió el "halconazo" del 10 de junio. Hay indicios de provocaciones desde el DDF, a través del servicio de Limpia, que habrían llegado a cobrar más fuerza en 1968 durante las tomas del Zócalo a finales de agosto y luego del Instituto Politécnico Nacional y la Vocacional 7. Se trataba de llevar al movimiento estudiantil a un enfrentamiento más frontal para utilizarlo como "masa de maniobra" en recambios en el poder priísta que favorecieran a Estados Unidos. El hecho es que fueron francotiradores de Corona del Rosal, no pocos (a diferencia de los del Estado Mayor Presidencial de Luis Gutiérrez Oropeza), los que provocaron la tragedia del 2 de octubre, lo que se puede reconstituir con varias pruebas: desde testimonios de periodistas de El Universal a quienes la tarde del 2 de octubre se les dijo que "ahora sí cae Díaz Ordaz", por boca de los francotiradores en cuestión, hasta testimonios apenas escondidos de la salida de aquellos en masa de Tlatelolco en la madrugada del 3 de octubre, sin ser molestados. El papel del ejército (contra el que iban dirigidas algunas acciones de los francotiradores) y del Batallón Olimpia (destinado a capturar a los líderes del movimiento estudiantil) no es clave en el desencadenamiento de la matanza, según lo sugiere por lo demás no sin desazón Tlatelolco. Aquella tarde.
Ni el movimiento estudiantil fue "estudiantil-popular" , ni Luis Echeverría, secretario de Gobernación en 1968, estaba al servicio de la Central de Inteligencia Americana (CIA, como lo demostró el ex agente de ésta, Philip Agee), pese a los contactos establecidos bajo el código LITEMPO. Echeverría, ya siendo presidente, destituyó a Martínez Domínguez después del "halconazo" del 10 de junio. Es muy poco probable que Fernando Gutiérrez Barrios, titular de los servicios de inteligencia en 1968, haya sido lo que retrata la serie "Un extraño enemigo" (de 2018, Televisa/Amazon Prime Video). Llama en cambio la atención que se haya silenciado por completo la enorme culpabilidad de Corona del Rosal, en particular, para privilegiar la coincidencia política entre la derecha empresarial y el izquierdismo infantil "libertario" en el ánimo de linchar a Echeverría. A éste, en efecto, el Comité 68 y gente como Alvarez Garín, gran amigo de Elena Poniatowska, buscaron incluso inculparlo de un inexistente genocidio. El genocidio es "la aniquilación o el exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos y religiosos". La balacera bruta del 2 de octubre de 1968 fue deliberada, pero no para aniquilar o exterminar a los estudiantes como "grupo social" (???), siendo que había por lo demás en la plaza desde vecinos del lugar hasta curiosos y gente de paso. La plaza quedó despejada en poquísimos minutos, pero la balacera siguió y se repitió luego en altas horas de la noche, con un objetivo de provocación al ejército y no de aniquilación o exterminio de gente que simplemente no estaba en el lugar. Se puede agregar que en tiempos de Echeverría no faltaron las quejas de la derecha empresarial, al grado de atribuirle al mandatario la muerte del empresario Eugenio Garza Sada, a reserva de que la Dirección Federal de Seguridad haya cometido errores. No fue un crimen de Estado, sobre todo que no fue gente del gobierno la que ejecutó al hombre de negocios.
¿Por qué la izquierda mexicana no difundió los hallazgos sobre el 2 de octubre de 1968? Tal vez porque se acababa la renta política. Como sea, quedó impedido así un análisis de las contradicciones del régimen priísta, que distó mucho de ser un "monolito autoritario". Lo que hacen los medios de comunicación masiva son cada vez más caricaturas, que vuelven a la gente incapaz de reconstituir cualquier complejidad y de conceptualizar las cosas. Se puede agregar que el manejo sobre el caso Colosio, que la actual secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, dió por cerrado, es igualmente incapaz -también gracias a gente de los medios de comunicación masiva- de dar con algún atisbo de verdad, como si no debiera caerse en ésta más que por error. Con la venia de Héctor Aguilar Camín, el último fiscal del caso, Luis Raúl González Pérez, se las ingenió para no ver ciertas evidencias pese a haber abierto más de una veintena de líneas de investigación. Hay evidencias que fueron dejadas libres, así, sin tantita pena, como Alfonso Corona del Rosal por los grandes adalides de las Comisiones de la Verdad. Música, maestro (da click en el botón de reproducción).