Al parecer, algunos intelectuales, al unísono con los Demócratas estadounidenses, se han estado preparando para dictaminar qué es democrático y qué no lo es. Así lo hizo en estos días el mexicano Roger Bartra dejando por fin ver la sonrisa de la más refinada mala fe que lo caracteriza desde hace tiempo, y que alguna vez motivó que el señor Pablo González Casanova lo acusara de practicar la deshonestidad polémica.
En efecto, en conferencia reciente, Bartra quiso preparar el camino para hablar del actual gobierno mexicano como de "posdemocracia", algo arriesgado si se diera por sentado que aquél debe ser derrocado como sea para volver al "régimen menos malo que conocemos", la democracia. Bartra volvió sobre uno de sus temas preferidos: el lópezobradorismo ni más ni menos que como "restauración del antiguo régimen" (entiéndase que el del Partido Revolucionario Institucional, PRI), e incluso "restauración del PRI primero", que entonces aludiría en un completo sinsentido al periodo del presidente Miguel Alemán Valdés (1946-1952). Contra lo que dice Wikipedia, el PRI no se fundó en 1929 con el nombre de PNR (Partido Nacional Revolucionario): no fue a la sombra del ex presidente Plutarco Elías Calles (1924-1928), bajo tierra cuando se fundó el PRI (1946), que se consolidó el presidencialismo ni la típica corporativización de las masas (ambos, "logros" del "zorro con sayal franciscano", Lázaro Cárdenas, entre otras cosas con el Partido de la Revolución Mexicana). Está corporativizacion, cercana en algunos aspectos a la de los fascismos y sólo formalmente parecida a la de los regímenes socialistas, caracteriza a los populismos y se pasa hoy por alto para tildar a cualquiera de "populista", aunque sólo sea por el hecho de ser demagógico, algo que no le falta al mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador. Este podrá sin duda tener alguna nostalgia de un "milagro mexicano" que no conoció mayormente, de Antonio Ortiz Mena, explícitamente (uno de los artífices de ese supuesto "milagro"), o de cualquier cosa que haga caer en el mito del pasado del "Estado de bienestar", pero hay dos cosas que simple y llanamente no se pueden hacer a la vez: buscar erradicar la corrupción en el Estado (tema sistemáticamente eludido por la oposición) y convertirla en un auténtico deporte abierto al público en general. La oposición o Loretito podrán armar los escándalos que quieran, pero deberían ser llamados a dos cosas: 1) a probar que el gobierno actual ha robado, y 2) a probar que nunca intuyeron siquiera que los gobiernos anteriores se dedicaban a robar de lo lindo. Vale para Pepe Woldenberg ( puesto que se trató de Pepe y Roger), quien sugirió alegremente y sin pruebas que las fallas administrativas descubiertas por la Auditoría Superior de la Federacion serían “ posibles raterías” y no fallas administrativas ( lo que no sería de extrañar en el relajo actual).
Bartra quiso volver sobre un supuesto "nacionalismo" del lópezobradorismo que no es tal, aunque sea porque el actual gobierno mexicano ratificó el acuerdo de libre comercio que deja a México en pésimas condiciones -casi de Estado Libre Asociado- ante Estados Unidos (T-MEC, Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá). Cabe recordar que bajo los gobiernos del PRI, al menos hasta cierto periodo, estaba prohibido comerciar en más de un 50 % con un solo país. La "base popular" que por lo demás le atribuye Bartra al lópezobradorismo es incierta, salvo en lo que toca al reparto de algunas ayudas sociales. El actual mandatario mexicano llegó a la presidencia en plena contradicción, ya sin "sólo el pueblo puede salvar al pueblo" o incluso sin demasiada "honestidad valiente" , y más con "amor y paz”: López Obrador obtuvo sus mejores resultados entre la gente de más ingresos (64 %) y con escolaridad de universidad o más (65 % votaron por el actual mandatario).Parametría publicó hace mucho que quien eligió al actual presidente de México fue la clase media y no exactamente "el pueblo". El cuento del "populismo" sale sobrando, y es el partido populista por excelencia, el PRI, el que en las elecciones de 2018 se granjeó a los más pobres y a la gente sin estudios o apenas con primaria. El populismo fue en su momento un movimiento del "pueblo" contra la "oligarquía", pero el lópezobradorismo tampoco se metió con la "oligarquía", sino con la "mafia del poder", es decir, con los políticos corruptos, no con oligarcas. El populismo parece haber sido en cambio en el pasado una auténtica fábrica de políticos corruptos. Los rasgos "dictatoriales" que Bartra le atribuyó al gobierno mexicano actual son ridículos, salvo que se hable sin asegurarse primero de que uno tiene las neuronas conectadas: no hay toques de queda ni por la Covid 19, ni persecusión contra opositores que pueden decir del gobierno actual absolutamente cualquier cosa, insultos incluidos, sin que les ocurra nada. ¿Y los exiliados o los políticos opositores torturados, etcétera? En verdad, es hacer pasar por seria cualquier frivolidad.
Lo más llamativo en la conferencia del experto en la deshonestidad polémica fue la cantinela de que la Guía ética para la transformación de México del actual gobierno es "religiosa", cuando si de algo peca es de libertaria y sesentaiochera, aunque no deje de tener aciertos, y no pocos. Después de todo, no deja de resultar curioso que la más refinada mala fe vea en ciertos preceptos de moral universal una "jaula": era lo propio del antiguo régimen, que fue mezclando -hasta suicidarse como clase política- "la corrupción somos todos" con el relativismo moral ("a mi nadie me dicta ninguna moral") propio del autodenominado "neoliberalismo", que fue a caer en el fomento de la conducta apenas disimuladamente antisocial. Roger Bartra prefirió por lo visto quedarse en la amoralidad. No está de más hacer notar el mutis de la oposición cada vez que salen a relucir escándalos de corrupción de gobiernos anteriores, así los maneje sin suficiente firmeza el fiscal Alejandro Gertz Manero: como se trata de amoralidad, no hay que hacerse responsables de nada, más allá de entelequias, es decir, no hay que responder de nada ante nadie, y para lo demás nos arreglamos entre cuates que nunca faltan para salir del agua sin mojarnos.
Queda el asunto del autoritarismo. Sin duda, el lópezobradorismo peca de ser justamente ésto, lo que indica una fuerte y excesiva dependencia de una sola persona y la tendencia a esperar que los asuntos se compongan desde arriba, así se diga que fueron ganados desde abajo (aunque no es exactamente lo que indica el origen social de la votación para el mandatario mexicano). Pero autoritarismo falta, al grado de que cualquiera se siente libre de hacer y decir lo que le venga en gana sin que se pueda instaurar siquiera un mínimo civismo (y ni siquiera se puede pretender ya formar ciudadanos porque se arriesga una embestida del relativismo de la "diversidad"). Es tal el arraigo de décadas del llamado "neoliberalismo" que el presidente mexicano o la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, no se atreven al enforcement (a la aplicación) de nada, y mucho está en veremos. El hecho es que en rigor, discursos como el de Roger Bartra no significan en realidad gran cosa (lo que se llama realmente significar), aunque contribuyan a la contaminación ideológica y la completa toxicidad de los medios de comunicación masiva que no debieran inmiscuirse así en la vida de la universidad pública. Vaciar el debate académico de sustancia no es cualquier cosa, ni dejarlo a la buena del tráfico de favores. (foto: el tipo en cuestión).