Bien informado (alguna vez entrevistó para un libro a Fernando Gutiérrez Barrios, encargado por mucho tiempo de la Seguridad en México), el periodista mexicano Gregorio Ortega Molina, autor del elucidante libro Crimen de Estado, que muestra el pacto entre el narcotráfico y el oficialismo en México en los '80, presentó hace un par de años a sus lectores la información recibida sobre el asesinato del candidato priista (del PRI, Partido Revolucionario Institucional), Luis Donaldo Colosio, el 23 de marzo de 1994. Este asesinato fue una manera de "refrescarle la memoria" al mandatario Carlos Salinas de Gortari, quien se estaba yendo "por la libre" y rompiendo un pacto de tiempos de Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda y Crédito Público en los años '60, en los sexenios de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz. ¿El pacto? Tener un férreo control financiero sobre México, con la anuencia de los organismos internacionales para el caso. A Ortega le compartieron que en el asesinato de Colosio hubo una "complicidad generalizada de todo el país", acusando al candidato de ser un "traidor futuro", seguramente que al pacto financiero, y tal vez a la prometida entrada al Primer Mundo que pervirtió a México. Debían hacerse las exequias de la Revolución Mexicana. La "técnica" del asesinato fue la de "la cobija": "ensarapada" la víctima, todos apuñalan a una para que todos queden involucrados...sin que nadie resulte responsable. Salvo el que no alcance a apuñalar.
De hecho, desde tiempo atrás los presidenciables salían de la secretaría de Hacienda o de Programación y Presupuesto y eran coordinadores de campaña de sus antecesores. José López Portillo había sido secretario de Hacienda del presidente Luis Echeverría. Miguel de la Madrid, ya con estudios en Harvard, estuvo en Programación y Presupuesto, y también Salinas de Gortari (Harvard). El turno era para Ernesto Zedillo (Yale), así que hubo que "corregir a Salinas"cuando nombró a Colosio. No está de más recordar que ya desde esa época coincidían "demócratas liberales" y gente de izquierda. Elena Poniatowska se había quedado esperando explícitamente a que el elegido fuera el de Hacienda, Pedro Aspe, mientras Pedro Miguel (Arce Montoya), periodista del rotativo de izquierda La Jornada, lamentaba que Salinas hubiera escogido a alguien que bien podía haber sido el carnicero de la esquina. En un texto de Letras Libres, "Los idus de marzo", Enrique Krauze no dejó en su momento de lamentar cierta "falta de gusto" de Colosio y sugirió que la bondad y la ternura no se avienen con el poder (Colosio era “ demasiado bueno, tal vez”).El candidato no daba el ancho. Krauze le insinuó a Colosio que se hiciera a un lado. Hubo más: "Scherer y yo convinimos, dice el texto de Krauze, en un plan para el regreso (de un viaje del autor a España): nos reuniríamos con Colosio y procuraríamos convencerlo de retirar su candidatura". Los "demócratas liberales" y la izquierda coincidían en más: el texto de Krauze admitió que éste se inclinaba por Manuel Camacho Solís, como lo hacía sin tapujos aquélla, por lo demás con la idea de que se mantuviera a Aspe, a partir de una idea simplista, pero que buscaba que el "reparto" se ampliara. Como Porfirio Díaz -y era algo que se decía abiertamente-, Salinas supuestamente había sido un gran impulsor de la economía, pero faltaba la "reforma política", tal vez para que cupieran más en la aparente abundancia. Gregorio Ortega tiene el buen tino de saber que el asesinato de Colosio no fue un asunto de pleito entre viejas, con perdón de la expresión, sino algo en lo que intervino la razón de Estado. Como lo tituló en el periódico El Heraldo el mismo periodista y escritor, "Colosio debía morir".
Desde 1987, un año antes de que Salinas de Gortari se hiciera de la presidencia y al salirse del PRI, el político Porfirio Muñoz Ledo había dicho a la revista Proceso lo mismo sugerido por Ortega. A la sombra de Ortiz Mena, primero desde puestos administrativos subordinados y luego como agente indispensable de las decisiones económicas, el "grupo financiero" dio un golpe de partido, tomó por asalto el PRI y luego dio algo así como un golpe de Estado silencioso. Se llegó a la simbiosis entre el gobierno y el grupo financiero que pretendió perpetuarse en el poder. Raúl Salinas Lozano, padre de Salinas de Gortari y cuya hermana, Patricia Salinas Lozano, era la esposa de Ortiz Mena, habría dicho en octubre de 1987, "destapado" el candidato (Salinas de Gortari): "lo logramos, nos tardamos 20 años pero llegamos". Tenían por lo demás la intención de quedarse por décadas, 25 años según Aspe. Alguien había acompañado el ascenso: entre 1981 y 1982, Salinas de Gortari, director del IEPES (Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales) del PRI, durante la campaña de De la Madrid, se llevó consigo a José María (Joseph Marie) Córdoba Montoya. Este mismo fue asesor de la campaña de Salinas de Gortari y luego jefe de la Oficina de la Presidencia, copiada del Chief of Staff estadounidense. Córdoba Montoya también fue asesor de Salinas de Gortari en los años en que estuvo en Programación y Presupuesto. Zedillo le dedicó su tesis de doctorado a Córdoba. Por lo demás, Luis Téllez Kuenzler, jefe de la Oficina de la Presidencia con Zedillo, fue luego asesorado como presidente de la Bolsa Mexicana de Valores por Córdoba. Está claro que se "corregía" a Salinas, acusado por el mismo Téllez de haberse robado "la mitad de la partida secreta". La misma acusación la hizo De la Madrid para ser rápidamente callado.
Con el gobierno actual de Andrés Manuel López Obrador se logró la desclasificación del expediente Colosio. En su momento, la Fiscalía Especial para el caso Colosio interrogó, entre otros, a Zedillo, Córdoba, Salinas, Manlio Fabio Beltrones (quien dijo haber sabido que se preparaba un atentado contra Colosio), Camacho y Echeverría. Pareciera que no se investigan las declaraciones contradictorias: lo son la de Salinas y Echeverría y la de Camacho y Córdoba. En un careo en 1997 con Cuauhtémoc Cárdenas, Córdoba Montoya negó tener la influencia que se le atribuyó con Salinas. Córdoba pudo contradecirse sin mayor consecuencia: adujo no haber ocupado cargos para los cuales requiriera la nacionalidad mexicana (se nacionalizó en 1985), reconoció no ser "doctor" por la universidad de Stanford durante buena parte del tiempo que se le atribuyó el título, no le dio mayor importancia a su relación íntima con la narcopolicía Marcela Bodenstedt Perlick -pese a todo lo que se reveló después y sus alcances- ni con el prófugo secretario particular de Salinas, Justo Ceja, etcétera...
La actual secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, prácticamente negó que se pueda reabrir el caso Colosio, salvo "pruebas supervinientes", y terminó de agregarle folclore al asunto: habría sido tan bien llevado por el fiscal Luis Raúl González Pérez que se sabría incluso gracias a especialistas universitarios "la manera en cómo estaba el sol y cómo se movía". Así pues, ninguna pista condujo a nada, más que a un asesinato sin mayor móvil. Curiosamente, la fiscal Olga Islas había dejado abiertas 14 líneas de investigación, con dos que llevaban una al grupo Omega (parte del equipo de seguridad de Colosio y nunca interrogado) encabezado por Fernando de la Sota (ex agente de espionaje estadounidense) y otra a Jorge Antonio Sánchez Ortega, integrante del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN). De la Sota y Sánchez Ortega mintieron en sus declaraciones, pero tampoco fueron mayormente incomodados. Como se sabe, en un crimen la pregunta no es "¿quién se beneficia?", sino "¿de qué manera estuvo el sol y cómo se movía?". El fragmento de abajo de Colosio, fragmento poco conocido, muestra cómo el candidato aspiraba a recuperar desde abajo el legado de la Revolución Mexicana. No se necesita ser brujo para entender que circulaba en sentido contrario al del "grupo compacto" de tecnócratas que habían dado el golpe desde el sexenio de Miguel de la Madrid, cuando el programa económico fue hecho por Salinas y los juniors tomaron las calles, incluso literalmente con el Mundial de Fútbol de 1986(da click en el botón de reproducción).