Los "demócratas liberales", hoy aferrados al presidente estadounidense Joseph Biden, y parte de la izquierda, en particular la progresista (aunque no se puede excluir a los ultraizquierdistas, contrarios a todo extractivismo), sin duda coinciden en llevar adelante la agenda 2030 de la Organización de Naciones Unidas (ONU), una agenda destinada a lograr pronto el "desarrollo sostenible".
Las metas de la agenda suenan entre simpáticas y utópicas, pero lo cierto es que en junio de 2019, de manera poco difundida, se alcanzó un acuerdo entre la ONU y el Foro Económico Mundial (FEM) de Davos para "acelerar el cumplimiento de la '2030'". Así las cosas, alcanzar el "desarrollo sostenible" no es algo que dependería fundamentalmente de la acción de los Estados. Pasaría a depender de las grandes corporaciones transnacionales. En otros términos, habría que evitar fiarse de lo que es retratado, como lo fue en su momento la "globalización", como el "bien de la Humanidad" a la sombra del "progreso" y de la "técnica", o de lo que algunos pseudomarxistas malinterpretan como "desarrollo de las fuerzas productivas". La "globalización" no es tan natural como la lluvia y el sol. El "desarrollo sostenible" no es tampoco un objetivo natural ni el modo obligado de "salvar al planeta" sólo porque el diseño parece venir de lo más alto, Naciones Unidas. El acuerdo mencionado más arriba significa, ante todo, hacer pasar por lo más natural los intereses particulares de las grandes corporaciones transnacionales, y desde luego que hay gente dispuesta a creérselo.
El acuerdo de asociación estratégica entre la ONU y el FEM otorga a las empresas transnacionales un acceso preferente al sistema de Naciones Unidas. Esto implica, de entrada, que no se le piden responsabilidades al sector privado, sino que éste va "piloteando" las decisiones de los Estados. Los líderes empresariales se convierten en "consejeros en la sombra" de las presidencias de los departamentos de la ONU. Dicho de otra manera, son representantes de empresas transnacionales los que se ubican como asesores claves de los jefes de departamento de Naciones Unidas. Las empresas son parte de los mecanismos de gobierno. Por lo visto, ahora está de moda hasta lo más alto la "asociación público-privada". Insistamos, ahora no estará de más preguntarse qué interés empresarial está detrás de lo que se hace pasar por la "salvación de la Humanidad", y no faltará desde luego quien diga que este objetivo requiere de la movilización de cantidades gigantescas de "dinero", como si se estuviera hablando de "dinero" y no de "lucro". O dicho también así: se pierde la garantía de que las corporaciones transnacionales no vayan a lucrar con los grandes problemas de la Humanidad, presentándose incluso como la "única garantía" de salir adelante . Ya está visto con el accionar de los grandes negocios farmaceúticos con la epidemia de SARS-Cov-2, al precio de "formatear" la reacción de cantidades importantes de población gracias al apoyo de los medios de comunicación masiva. Por si fuera poco, se crea algo así como un "fascismo inverso" en nombre del "antifascismo": cualquiera que ponga en duda esta forma de operar la agenda 2030 está contra el "interés común", en nombre de alguna "teoría de la conspiración".
Precisemos que no se trata de ninguna "conspiración", sino simplemente del hecho de que los negocios están hechos para hacer negocios, de la misma manera en que las vacas están hechas para ser ordeñadas (si no, pruebe el lector a ordeñar a su vecino o a algún familiar), los coches para rodar (pruebe a rodar en vaca) y sí, la lluvia para mojar (pruebe a cantar bajo el aguacero sin empaparse). Esta es la ley, no la tontería dicha alguna vez por el líder sudafricano Nelson Mandela en el sentido de que no se puede negar la globalización como no se puede negar la lluvia y el sol. En este caso, no se trata más que de un llamado a "adaptarse y sacar provecho", que es lo mismo que hace el FEM con la agenda 2030. De ahora en adelante, puede saberse que son objeto de negocio: la pobreza (más consumidores para las empresas); el hambre y la seguridad alimentaria (en manos de la agroindustria); la salud (para Big Pharma); la energía (como negocio del corporate greenwashing); el crecimiento económico (que traduce la acumulación de capital); la infraestructura (gubernamental para el sector privado); el cambio climático (otro "nicho" para William Gates); los océanos y los bosques, la desertificación y la diversidad biológica ("sustentablemente negociables", porque el capital también necesita reproducirse y no es tan suicida como parece); la paz, la justicia y las instituciones (manejados como empresas), las ciudades y comunidades sostenibles (internet para todos y para los beneficiarios de "democratizarlo" ampliando el mercado), el trabajo decente (desde casa para negocio de la high tech), la reducción de las desigualdades (para crear más mercados), la educación de calidad (venta empresarial de "competencias"), etcétera. Al momento del acuerdo, el FEM priorizó algunos "focos": cambio climático, salud, cooperación digital, igualdad de género y empoderamiento de las mujeres, educación y "competencias"...Lo anterior no excluye el financiamiento a la Agenda 2030 en su conjunto.
En fin, la idea, o más bien la creencia, es que no hay aspecto alguno de la vida en el planeta que no sea "negociable", es decir, que pueda quedar al margen del chantaje del negocio, en este caso de las grandes corporaciones transnacionales. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, fue advertido por centenares de organizaciones sobre el peligro de esta "captura corporativa" del organismo. Por lo demás, seguramente más de uno no se dé cuenta de que busca la solución entre quienes crean los problemas. La enajenación también existe. (En la foto, Guterres al momento de la firma con el líder del FEM, Klaus Schwab).