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jueves, 1 de abril de 2021

MEXICO: UN MITO CAIDO

El finado Luis González de Alba fue probablemente quien dejó el mejor testimonio sobre el movimiento estudiantil mexicano de 1968 en Los días y los años, y quien se acercó al supuesto enigma de lo ocurrido el 2 de octubre de ese año en otro texto, Tlatelolco. Aquella tarde. Con todo, llama la atención que a partir de cierto momento, teniendo todos los elementos para hacerlo, habida cuenta de la apertura de archivos, ninguno de los líderes haya querido pronunciarse sobre el conjunto de lo acontecido, ni sobre hallazgos de primera importancia como los conseguidos y descritos por la historiadora Angeles Magdaleno Cárdenas. Los intelectuales que sacaron la renta del 68, como el populachero (antes que popular) Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, cuya deshonestidad intelectual y soberbia fueron descritas como tales por González de Alba, no quisieron reconstituir los hechos cuando ya era posible tener elementos suficientes para hacerlo con mayor objetividad. Unos se llevaron las palmas, y no fueron quienes hicieron el trabajo más valioso (tampoco se incluye aquí al académico Sergio Aguayo, quien como el líder estudiantil Raúl Alvarez Garín optó contra las evidencias por seguir con la persecusión al ex presidente Luis Echeverría). Es tal maraña que quien quiera informarse de manera simple ni siquiera puede contar con los sesgos de distintas entradas de Wikipedia sobre el tema.

     Ya se ha dicho que el presidente mexicano en 1968, Gustavo Díaz Ordaz, tanteó al general Marcelino García Barragán, para entonces encargado de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), sobre la posibilidad de suspender las garantías constitucionales, es decir, sobre un golpe de Estado. Díaz Ordaz no fue el único. El embajador de Estados Unidos en México en aquella época, Fulton Freeman, le hizo la misma propuesta a García Barragán, y fue rechazado tajantemente. Dicho sea de paso, los expedientes del Archivo General de la Nación muestran cómo los militares mexicanos se opusieron durante la presidencia de Miguel Alemán Valdés a la instalación de bases militares estadounidenses en Cozumel y La Paz y luego a integrarse a un cuerpo armado "multinacional" contra el "comunismo" en América Latina.

     García Barragán pidió el 2 de octubre de 1968 capturar "sin muertos ni heridos" a los líderes estudiantiles presentes en Tlatelolco. El ejército se fue acercando a la plaza de las Tres Culturas con magnavoz para llamar a la gente a dispersarse pacíficamente, y no hubo cerco, al grado que simple y llanamente la parte de atrás del edificio Chihuahua quedó descubierta, por lo que muchos escaparon por este lado una vez iniciada la balacera. El asunto dista mucho de acabar en el hecho de que el jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza, a espaldas de García Barragán, colocó a una decena de francotiradores que dispararon contra la multitud. Curiosamente, en páginas oficiales el actual gobierno de México no ha querido pasar de este hecho. No es lo mismo colocar a diez francotiradores que a cerca de 300, que fueron los puestos por un grupo paramilitar del Departamento del Distrito Federal (DDF) el 2 de octubre de 1968 en varios edificios de Tlatelolco. El autor intelectual de la intensa balacera, que dejó 43 muertos (12 de ellos estudiantes), y resultó básicamente contra el ejército, fue el jefe del DDF, el general Alfonso Corona del Rosal.

      Desde que comenzó el movimiento estudiantil de 1968 hubo choques fomentados por provocadores. No faltó la infiltración de grupos priistas (del Partido Revolucionario Institucional, PRI) en los centros de educación superior y para azuzar conflictos, con tal de sacar alguna ventaja, metieron las manos incluso gobernadores, como el de Sinaloa, Leopoldo Sánchez Celis, cuyo hijo formó un grupo de porros y pistoleros ("Grupo Sinaloa") que ya en 1966 obligó a renunciar al rector universitario Ignacio Chávez. La Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS) de la Secretaría de Gobernación, a cargo de Luis Echeverría, sabía de estos grupos de choque (uno de ellos lo fomentaba Manuel Bartlett Díaz), pero desconocía lo que ocurría en el DDF de Corona del Rosal. Es la Dirección Federal de Seguridad (DFS) la que pudo dar con rastros del grupo paramilitar De la Lux auspiciado por Corona del Rosal (incluyendo la pista del provocador Sergio Mario Romero Ramírez, El Fish, ligado a la caída de Chávez y muy pronto presente en 1968).

     Con la sucesión presidencial cercana, para 1969, Corona del Rosal buscaba desplazar a sus posibles contrincantes, entre ellos Echeverría, quien, según pruebas documentales, era mal visto por Estados Unidos, a diferencia del primero. Desde un principio, Corona del Rosal, quien controlaba por ejemplo organizaciones de estudiantes en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), estuvo echándole leña al fuego del problema estudiantil.

     Es posible pensar que lo ocurrido haya llegado hasta conocimiento de García Barragán, quien alcanzó a tener un agrio intercambio con Corona del Rosal, acusándolo de no soltar toda la verdad.

     La imagen -porque no es idea- que tiene el lópezobradorismo del 68 está completamente deformada, sin contar con el hecho penoso de que, en algún momento, la intelectualidad favorable al actual presidente de México parecía pasar por Monsiváis y Poniatowska. Lo que se hereda a las nuevas generaciones es una imagen distorsionada del régimen priista, del movimiento estudiantil de 1968, de algunas personalidades como Luis Echeverría y de las contradicciones de la historia mexicana reciente, para privilegiar la mitomanía y la caricatura. Basta con ver lo que dice la página oficial de la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, quien a juzgar por su testimonio (tenía seis años en 1968) creció en esa mitomanía -de la mano de líderes como Raúl Alvarez Garín y Félix Hernández Gamundi- y la total simplificación del juicio de realidad. Por cierto, el mandatario Andrés Manuel López Obrador, de quien se puede reiterar que la cultura no es para nada su fuerte, dijo de Monsiváis que era "el intelectual más consistente de todos los tiempos". Pues tal vez, pero sin ninguna honestidad valiente. (En la foto, la Poni)


 


 


    

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