Después de los chicos de Podemos, el de la coleta Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero, derrotados estrepitosamente en Madrid, capital española, el turno de estrellarse parece estarse acercando del líder de La Francia Insumisa (LFI), Jean-Luc Mélenchon, que entre 2017 y ahora ha perdido apoyo en la población, lo que no le impide ser considerado un aliado favorito del progresismo latinoamericano, al grado de ser llamado "hermano" por el presidente de Bolivia, Luis Arce Catacora, conocido en la cosa nostra americana como "Lucho".
La caída de Mélenchon se debe a que ha abandonado a las clases populares y en particular a los obreros, que han ido a buscar del lado de la derecha, en Francia, con el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, a estas alturas bastante moderada. La gente de LFI y Mélenchon han preferido los asuntos identitarios, de inmigrantes y no muy lejos de lo que llega de Estados Unidos. Mélenchon se deshizo en su partido de gente partidaria de la república y el laicismo, como Georges Kuzmanovic y Francois Cocq. El señor Mélenchon está más interesado en las marchas contra la islamofobia, en el coqueteo con el decolonial y antirracista partido Indígenas de la República, que está en la reivindicación de Frantz Fanon y Malcolm X, o en asistir a veneraciones de la Pachamama en Bolivia. Mélenchon no ha dudado en codearse con el islam político, que pone en duda los valores republicanos, o con revanchismos -que no implican justicia- como los de Indígenas. De acuerdo con Kuzmanovic, lo que le interesa sobre todo a Mélenchon es el electoralismo. De lo que se trataría, al igual que entre los Verdes y el Partido Socialista, sería de ganarle a Le Pen reclutando entre los inmigrantes. Hace rato que es posible detectar más de un punto en común entre esta deriva y la del presidente Emmanuel Macron, dedicado a abandonar el Estado nación francés a su suerte por creer que es la fuente de sabrá Dios qué males.
Como, al igual que muchos de los negros estadounidenses, los inmigrantes más recientes en Francia no siempre tienen un comportamiento digno de elogio, han multiplicado los actos de delincuencia y sobre todo de agresión contra la policía, que ya no puede entrar en ciertos barrios, copados por inmigrantes y crimen organizado que se mezclan. Recientemente, Mélenchon no tuvo nada mejor que acusar de "sediciosos" a unos 10 mil agentes del orden que se pronunciaron abiertamente contra el hecho de que el Estado no pareciera apoyarlos en sus funciones de mantener la ley. Melenchon ni siquiera conoce la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1879: la seguridad es un derecho imprescriptible, no la “criminalización de la protesta social”, salvo que se reserve el acto represivo en exclusiva para los “chalecos amarillos”.
Mientras la izquierda socialista y proveniente del socialismo, como LFI, se pone al ritmo identitario estadounidense, el Partido Comunista francés (PCF) ha decidido tomar otro rumbo. No es por cierto "la izquierda de la izquierda", como se ha querido decir desde ya para colocar a los comunistas en algún "extremo político" y llevar, para variar, las cosas hacia la disputa entre el centro y "extremos" entre los cuales supuestamente estaría el dizque "fascismo" de Marine Le Pen, de acuerdo con el fantasma que enseñó a jugar sistemáticamente el presidente socialista francés Francois Mitterrand. Lo que no quiere el PCF es la deriva identitaria. Fabien Roussel, secretario general del PCF, estuvo el 19 de mayo en una manifestación de apoyo a la labor de los policías frente a sus agresores en los barrios más humildes. La cuestión de la seguridad no debiera ser un supuesto "tema de la derecha". Por cierto, la única agrupación que no apoyó el reclamo de los policías fue LFI, que tal vez considere "racista" denunciar las reiteradas agresiones con arma blanca o peor contra las fuerzas del orden, impedidas de replicar. Según Roussel, "la seguridad es un derecho fundamental" y, por lo demás, se deben retomar las cuestiones sociales más allá de las luchas de sexo, religión, raza y parecidas que ha adoptado Mélenchon. A diferencia de Estados Unidos, hay rechazo en Francia a convertir el país en una yuxtaposición de ghettos. En principio, la discusión no debería ser sobre si los hombres pueden tener regla o sobre el "racismo sistémico", ni hay por qué adoptar la visión de un mundo en "guerra cultural" como la propuesta por los estadounidenses, al estilo descabellado de un portal como Project Syndicate.
Mélenchon no tardó en reaccionar contra Roussel: al parecer, lo que suceda con el obrero, el agricultor, el funcionario, el maestro de escuela o el artista no es de la incumbencia de LFI, cuando con tal de agarrar votos se prefiere negar la infiltración incluso del crimen organizado a través de la inmigración más reciente y a la sombra del europeísmo (ahí está como muestra la familia delincuente de Assa Traoré controlando no sólo a los vecinos temerosos del barrio, sino también a los medios de comunicación felices de la patronal). Según Ian Brossat, portavoz del PCF, la verdad de Mélenchon, por lo demás alguien henchido de vanidad y altanero, es que "no se interesa por los problemas de las categorías populares y se enreda en debates que no interesan a nadie". Salvo a ciertas minorías, cabría agregar. No deja de resultar curiosa la alianza progresista latinoamericana con Mélenchon, mientras los autodenominados "demócratas liberales" se aferran a Macron, el cosmopolita que no duda en despotricar contra Francia a cada ocasión que se le presenta.
(Foto: Mélenchon por todas partes)