Una de las coas peor hechas por intelectuales de izquierda en los últimos tiempos es haberse sumado a la campaña de linchamiento contra el presidente Republicano Donald Trump para lanzarse luego a los brazos del actual mandatario Demócrata Joseph Biden, aunque desde luego que con un hartante "pensamiento crítico".
El estudioso argentino Atilio Borón, muy cercano a Cuba y Venezuela, se lanzó hace poco a decir que Biden estaba reciclando ni más ni menos que al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt. "Claramente hay un regreso al New Deal de Roosevelt", escribió Borón en ese periódico argentino de mala leche que es Página 12, para seguir con que los anuncios iniciales de Biden eran un alegato "a favor de una vigorosa reafirmación del Estado como redistribuidor de riqueza y rentas, como inversionista en grandes emprendimientos de infraestructura y nuevas tecnologías y como garante del fortalecimiento de las capas medias, a su vez hijas del activismo sindical". Lo primero que habría que hacer, en algo que toca también al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, es desmistificar a Roosevelt, cuyo New Deal fue mucho menos eficaz de lo que se cree. A finales de los años '30, el grave problema del desempleo no estaba resuelto en Estados Unidos y fue sólo con la segunda Guerra Mundial que la súperpotencia salió de aprietos. Igual resulta que lo máximo concebible para los "operadores" reales del progresismo es algo así como un keynesianismo redivivo.
La "radicalidad del capitalismo colectivo" que creyó ver Borón, a partir por lo demás de información falsa sobre los resultados económicos de Trump, muy buenos hasta antes de la epidemia, ya había tropezado cuando no se aprobó el aumento prometido al salario mínimo, pero también cuando el "grandioso" plan de Biden fue a estrellarse entre otros no sólo contra los Republicanos, sino contra los verdaderos dueños del partido Demócrata, que rebajaron los "millones de millones" del presidente estadounidense a "miles de millones" y sobre todo a unas buenas ayudas para un gran capital que en su corporate greenwashing ni siquiera se toma la molestia de informar sobre lo caro de su reconversión a la ecología y las nuevas energías. Tampoco queda claro cierto silencio del progretariado latinoamericano parte de la Internacional Progresista mientras Bernard Sanders le susurra al oído a Biden y cree estar en una "era progresista sin precedentes". ¿Lo dice por la decisión del actual presidente estadounidense de subir aún más, no de bajar, el gigantesco presupuesto militar? Desde un principio, y como lo reconoció un funcionario de su equipo, John Kerry, Biden decidió en realidad fomentar los intereses expresados en el Foro Económico Mundial de Davos, lo que no excluye aventarles algo de dinero a los más vulnerables - en "dinero de helicóptero"- o ponerles tenues impuestos a las multinacionales para evitar protestas sociales, porque es en estos términos que lo planteó el líder de dicho Foro, Klaus Schwab. Lo que ha traído en mente Biden es todo un proceso de reconversión económica que favorezca al gran capital, así sea al precio de dañar a los trabajadores. El tema es tabú, como lo es hablar de la manera fraudulenta en que los Demócratas ganaron las últimas elecciones, porque lo más hermoso está en que sean los defraudadores quienes decidan dónde está la verdad y qué son en cambio fake news. Como sea, la moda está al anatema.
Borón no puede a veces distanciarse de la tendencia actual al new speak, que practican alegremente los autodenominados "demócratas liberales" al grado de una de dos cosas: o convencer o verdaderamente enfermar a quien los lea o los oiga, porque sólo les falta echar espuma por la boca. El bloqueo a Cuba es condenable, pero no es "genocida", aunque sea porque Estados Unidos no es Pol Pot en este asunto y no hay cubanos muriéndose por miles o millones. De lo que se trata es de otra cosa diferente al "genocidio". De la misma manera, es una pena, pero contra lo que escribe Borón, Israel no es un Estado "neonazi", por deplorable que sea la política israelí hacia los palestinos. Es igualmente falso que la derecha no pueda ser democrática, la derecha no es un monolito, a reserva de lo que ocurre en gran parte de América Latina. Y por lo demás, el medio está duro: ya no se puede hablar sin declararse antipatriarcal -otra asunto tabú- y se debe presumir que uno se colocó cualquier vacuna sin medir las consecuencias, como lo hizo Borón con AstraZeneca, para su suerte sin trombosis, miocarditis, etcétera. En este mismo orden de cosas, da pena ajena ver cómo ostentan su ignorancia, con tal de hacer política, los incondicionales de López Obrador promoviendo cualquier vacuna, la que sea, desde Lorenzo Meyer hasta Pedro Miguel pasando por Héctor Díaz Polanco, por cierto que en un tipo de negligencia no muy diferente de la de los "demócratas liberales". Los medios de comunicación masiva ganaron la partida: para mantener el rating, hay que arriesgarse a comenzar a vender discursos adulterados, como se puede hacer en los pueblos con el aguardiente, pero que pueden "impresionar" por el uso de palabrotas. Ni Israel es neonazi, ni el bloqueo a Cuba es genocida, ni cualquier vacuna es buena, ni, desde luego, Biden es Franklin D. Roosevelt ni nada parecido. No es a ver quién dice más palabrotas ni cosa de arroparse en el glorioso pasado -sea el antifascista o el de Roosevelt- para comprender lo que cambia y está en juego. Por cierto: lo del "negacionismo de la pandemia" por parte del presidente brasileño Jair Bolsonaro es falso y no es la causa de más de 500 mil muertes por la covid 19 en el país sudamericano.
¿Qué está sucediendo? Que en primer lugar, los medios de comunicación masiva y las redes sociales dan a cualquiera el derecho de hablar sin saber de qué habla, ni del significado de las palabras, ni, más aún, de la necesidad de asumir la responsabilidad por lo que se escribe o se dice. El anonimato es tan buen escudo como el protagonismo desaforado que permite "vender la idea" y encima encontrarse con "compradores". Ante este fenómeno, quienes pudieran aportar desde otro ángulo, el del saber (por ejemplo desde el hábito de investigación en una muy depreciada academia), rara vez asumen su autonomía y se ponen al contrario también a la búsqueda de popularidad al precio de perder el oficio. Algo debe haber en este tipo de personas que prefieren perder los dedos antes que los anillos. No es probablemente el caso de Borón, pero algunos de sus deslices son lamentables. Heroico no es. Ni tiene por qué serlo. ¿Alguien puede explicar por qué uno de estos cantantes estuvo a punto de ser premiado en Cuba, o es que más allá de las sempiternas dificultades hay cierta descomposición social? (da click en el botón de reproducción).