No sería la primera vez que sucede en México: una historia que aparece como radical y empujada desde abajo se ve truncada en gran medida por la fuerza de intereses creados en un sistema político repleto de inercias y de malas voluntades. No es un secreto que el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, era más radical hasta 2006. Después tuvo que "moderarse", así le costara hacerlo y probablemente autoengañarse, para granjearse el apoyo de la clase media, que luego le dió la espalda por lo menos en la Ciudad de México, aunque dicha clase está dispuesta a aceptar algún otro candidato oficialista si ofrece conservar e incluso mejorar el cuadro "puertorriqueño" que se creó desde finales de los años '80 y principios de los '90. Ahora que le vino a dar el espaldarazo el muy moderado, histriónico y favorito de algunos "demócratas liberales" (lo dijo en su momento Jorge G. Castañeda, por ejemplo), Luiz Inácio Lula da Silva, el "gobernador" de México, López Obrador, volvió sobre su "idea" -es una pura creencia en el aire- de crear una América unida para todo el continente americano, al estilo de la Unión Europea (UE). Al parecer, no hay nadie para decirle al mandatario mexicano que se trata de castillos en el aire, si la "idea" no salió por lo demás de una hábil cancillería de México en plena candidatura, y que está haciendo las veces del "puente" que Estados Unidos necesita.
López Obrador no se propuso cambiar de sistema socio-económico. Tuvo la intuición certera de que la gente en un país como México detesta más el robo que la explotación, y se lanzó a la llamada "austeridad republicana" para ahorrar en el gobierno de tal manera que hubiera más recursos disponibles para ayudas sociales. Es probable que se esté logrando, aunque es lamentable que gente como la actual senadora y ex ministra de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, se haya negado a que los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) se bajen el sueldo como debido, como le tocaba hacerlo también a Lorenzo Córdova y otros en el oneroso Instituto Nacional Electoral (INE). Las ayudas sociales son apenas un parche: no resuelven ningún problema de fondo y no es seguro que remplacen la necesidad de buenos empleos y salarios.
Lo segundo es que se elevó la corrupción a rango de delito grave, aunque en los casos de enriquecimiento ilícito y de ejercicio abusivo de funciones. Falta que se denuncie, se persiga y se castigue en un país acostumbrado a resolver al margen de la ley. No queda claro si las estructuras gubernamentales intermedias saben qué están haciendo, o si "acatan pero no cumplen". No hay evaluación clara: ha existido un diagnóstico general, pero en todo caso poca divulgación de los resultados, que debieran conocerse mediante una Comisión de Evaluación, por ley. No es el tipo de cosas que se le exijan al gobierno, cuando lo óptimo sería la mejor rendición de cuentas en este terreno y la aclaración de toda suerte de irregularidades. El gobierno mexicano actual no divulga suficientemente sus resultados y no puede limitarse a las "mañaneras" que refuerzan un inveterado presidencialismo. Quedará por evaluar la política petrolera (refinería de Dos Bocas) y de infraestructura (Tren Maya y Corredor Interoceánico), pensada en buena medida para cerrar en algo la brecha entre norte y sur del país. De los pendientes que quedan, está la suerte de una importante Reforma Eléctrica. La Reforma Laboral es positiva, pero fue en cierta medida inducida por Estados Unidos como condición del TMEC (Tratado México-Estados Unidos-Canadá) Hasta aquí, en general, lo positivo.
Un problema desde el principio fue apostarle a un gabinete, "el mejor de la Historia" (!), que fue una concesión completa al estilo Demócrata estadounidense: "equilibrios" entre jóvenes y viejos y entre mujeres y hombres al margen de sus aptitudes profesionales, y luego, durante la crisis sanitaria, enfeudamiento a Estados Unidos -otra vez- con el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell. López Obrador se entrampó entre "lealtades" políticas -mal entendidas- y la necesidad de gente profesional y apta para gobernar: queda la impresión de que ni el propio presidente pudo en su persona con esta contradicción. No es lo mismo ser "luchador social" o "activista" que estar apto para el trabajo profesional de gobernar y resolver problemas de Estado. Así es como se le "tomó la medida" a quien renunció a la razón de Estado, por creerla autoritaria. La autoridad moral no bastó.
Segundo problema: sabiéndolo el presidente, no parece que haya logrado impulsar la "revolución de las conciencias" ni difundir la orientación ética para el cambio. El "elefante reumático" de abajo no se ha movido y la supuesta "Cuarta Transformación" es un fracaso total, desde este punto de vista como desde el intelectual, en el cual se empuja al estilo Demócrata estadounidense, también. Las formas de degradación capitalista -no sirve de mayor cosa ponerles la hoja de parra del llamado "neoliberalismo"- siguen presentes en la inseguridad muy mal atendida y otras violencias, incluyendo las de una parte del pueblo lumpenizado.
Tercer problema: sin considerar las experiencias de otros países latinoamericanos, se ha dejado que el "estado de opinión" se instale sobre uno de Derecho totalmente endeble, al grado de que cualquier delincuente, textoservidor o intelectual abajofirmante se crea con el derecho de erigirse en tribunal del presidente, colocándose éste para colmo en el papel de acusado, y siguiendo la coyuntura marcada por los medios de comunicación masiva y su poco disimulada preferencia de polkos por todo lo que se acerque a la anexión o protectorado. El asunto es tan increíble que se puede grabar en vídeo transacciones de Pío López Obrador o grabar al fiscal Alejandro Gertz Manero en audio sin que se castigue a quienes cometen estos actos ilegales y los difunden, como el pseudoperiodista Carlos Loret de Mola. Pese a las promesas y reformas promovidas entre otros por Arturo Zaldívar en el Poder Judicial, no parece que la Justicia funcione en México: no se han resuelto casos tan elementales como los de Brenda Quevedo Cruz o Israel Vallarta, ni como el de la nefasta Isabel Miranda de Wallace. A mediados de sexenio, Gertz no había hecho avanzar seriamente los casos de Emilio Lozoya y Rosario Robles.
En las condiciones descritas, el gobierno no consiguió consolidar sus logros y se afianzó en cambio el remplazo del débil o casi inexistente Estado de Derecho por el estado de opinión. El grave problema de inseguridad ha persistido, descuidado como siempre por el laxismo de la izquierda, que incluso tolera tranquilamente la infiltración de marchas feministas destinada a agredir gravemente a una policía femenil desprotegida.
La oposición ha querido dar a entender que no hay más que cambio de clientela. En cierta medida, así es, pero también hay diferencias sustanciales. La oposición de derecha (Acción Nacional) está completamente lumpenizada, como en gran medida la de Movimiento Ciudadano (MC), con un gobernador, el de Jalisco, Enrique Alfaro, que puede eludir la Justicia, aún con fuertes vínculos con el crimen organizado. Es lastimoso el suicidio del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Por lo visto, lo que se ha dado en llamar "neoliberalismo" -el capitalismo financierizado- resultó más fuerte de lo que podía creerse con la "ola progresista" latinoamericana. El problema sigue estando en la capacidad del Estado nacional para sobrevivir como tal frente a dicho capitalismo. Probablemente López Obrador salga del gobierno con los claroscuros con los que salió de la jefatura del Distrito Federal, cuando tampoco consiguió un equipo profesional a la altura. Con una fuerte violencia, sin estado de Derecho, sin que se superen los hábitos de clientela, con el peor de los "estados de opinión", con medidas paliativas y no de fondo, salvo excepciones, sin estadistas de verdad (no lo han sido desde hace rato muchos presidentes de México), con anhelos anexionistas apenas disimulados en sectores no desdeñables de la población, México no acaba de pagar lo que para muchos es lo más deseable: es una ley que la integración de un país subdesarrollado con uno desarrollado genere lo que alguien llamó alguna vez "el desarrollo del subdesarrollo". Se puede persistir en el ánimo sesentaiochero y, creyendo ser realista, pedir lo imposible. La autodenominada "Cuarta Transformación" es una contradicción viviente. El histriónico de Lula con su espaldarazo no cambia mayor cosa (foto). Repetir una y mil veces la palabra "bienestar" no constituye un proyecto integral de Estado nacional.