No es una novedad: los grandes medios de comunicación masiva occidentales no se orientan por las necesidades reales del público, sino por el rating y grandes intereses económicos. No es nuevo con Ucrania: cada vez que hay intereses occidentales de por medio, la guerra se convierte en espectáculo y en ocasión para muchos montajes. Baste recordar lo que se hizo con Yugoslavia, sin que nadie saliera en su defensa, y mucho menos la izquierda. Era más sencillo demonizar a los serbios.
El problema se complica cuando, por distintos motivos, hay líderes que se pronuncian sobre la base de montajes. Tres días antes de un ataque -que efectivamente ocurrió- contra un hospital materno-infantil en la ciudad costera ucraniana de Mariúpol, los rusos, nótese bien, informaron a Naciones Unidas (que jamás cumplió su papel) que el hospital en cuestión había sido desalojado y tomado por neonazis, que luego del bombardeo agregaron algunas escenas de actuación, probadas como tales. El griterío armado por la manera de transmitir en Occidente este ataque fue llamado por Serguei Lavrov, canciller ruso, un conjunto de "chillidos patéticos". El problema está en que entretanto, el Papa Francisco alzó la voz: "!En nombre de Dios, pido que detengan esta masacre!", dijo,, y se refirió a la "ciudad mártir" de Mariúpol, que lleva el nombre de la Virgen María. Cualquiera que haya seguido mínimamente las noticias con fuentes diversas y contrastables podía saber que Rusia estaba tratando de evacuar al mayor número posible de civiles de la ciudad, lo que finalmente se logró, mientras los ucronazis lo impedían. Lo que cabe preguntarse es qué número de personas encargadas de decisiones importantes está informado o se deja en cambio guiar por montajes de los medios. El Papa no es especialmente inmundo, aunque tienda a la demagogia: tal vez realmente indignado por lo que nunca tuvo lugar, puesto que no había pacientes en el hospital materno-infantil, el señor Sumo Pontífice se condujo como un vulgar cazador de rating. No sería grave si no estuviera un poquito en su "espíritu", por decirlo de la manera más religiosa posible.
Hace pocos días, misiles rusos se impactaron contra una localidad del oeste ucraniano (Yaroviv) a pocos kilómetros de la frontera con Polonia, país miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La reacción fue otra vez inmediata: si los rusos se pasaran de unos pocos kilómetros, se supone que la OTAN tendría que entrar en acción. Desde luego, no importa que los ucranianos disparen tan mal que sus bombas caen en territorio de Belarús. Lo que tampoco se dijo es que el lugar cercano a la frontera polaca bombardeado por los rusos era un centro de entrenamiento militar de la OTAN, en pleno territorio ucraniano, en especial con instructores estadounidenses y canadienses. Llegaron mucho antes del ataque ruso. ¿Sería posible saber para qué?¿Para entrenar a Ucrania para qué?
Dejemos de lado un grado de desorientación que lleva a que muchos no puedan hacerse preguntas elementales, si acaso interesara. Estados Unidos advirtió de inmediato a Rusia de un ataque contra cualquier miembro de la OTAN. Sin embargo, la mayoría de los medios de comunicación masiva occidentales adulteraron las declaraciones del presidente estadounidense Joseph Biden al respecto. Biden no sólo no amenazó con la Tercera Guerra Mundial, sino que declaró que había que evitarla a toda costa. No amenazó con un ataque nuclear contra Rusia. No queda claro, en estas circunstancias, por qué hay bastantes medios que se pusieron más que a especular: a calcular las posibilidades de una guerra nuclear, al grado escandaloso de que un periódico como el mexicano El Financiero entrevistó incluso a alguien de la universidad pública para saber si la radioactividad podría llegar a México. No queda claro si todas las invitaciones a un conflicto nuclear que Estados Unidos no quiere tienen que ver con morbo, y la creencia de que alguien podrá decir después del hongo atómico: "!yo estuve aquí!", tomándose una selfie. O es una manera de salir del aburrimiento que es parte de lo que vende el sistema capitalista junto con la oferta del apocalipsis, porque el kit incluye todo ("!nada más tienes que apretar el botón y gánate un viaje a Disneylandia!").
Estados Unidos no puede decirles a todos sus empleados y admiradores que la primera potencia militar del mundo, y más si se habla en términos nucleares, es Rusia. En caso de guerra nuclear, morirían cientos de millones de personas y los sobrevivientes, seguramente hoy partidarios de luchar contra el cambio climático, tendrían que soportar el llamado "invierno nuclear" y hambrunas. Europa se llevaría la peor parte y volaría el 25 % del hemisferio norte. Para quienes promueven la bomba atómica desde México, es probable que se les dificultarían sus vacaciones de esquí en Aspen, de playa en Miami o de shopping en Nueva York. En algún otro escenario, la Federación Rusa, sirviéndose de su superioridad militar nuclear y en armas hipersónicas, tendría la manera de hacerle entender a Estados Unidos que no es invulnerable y que incluso podría salir perdiendo. Lo que ocurre es que, a diferencia del Pentágono, que sabe calcular (hasta el último europeo), algunos no han retenido de lo ocurrido en 1989-1991 más que un sentido tal de omnipotencia que creen poder transgredir todos los límites sin que haya ninguna consecuencia. Si prefieren una intentona nuclear a pagar consecuencias, adelante: lo único es que alguien les avise a estos señores de los medios y quienes los repiten que Rusia es la primera potencia militar del mundo, no la segunda.
Dicho sea de paso, hay quienes quieren inmiscuir a China en los golpes, pese al proverbial oportunismo chino. No es la voluntad del patrón, ni de los chinos, que después de todo no dejan de calcular la posibilidad de un condominio hegemónico con Estados Unidos sobre el resto del mundo. Más de un especialista chino en relaciones internacionales lo sabe muy bien. No habría que esperar a que el boss se confunda aún más: de por sí confunde a los ucranianos con los iraníes y dice en declaraciones de prensa que el mandatario ruso Vladimir Putin "invadió Rusia". No es él quien manda. No cabe esperar que Occidente y sus aliados japonesitos entiendan, porque no comprenden y han renunciado a hacerlo, salvo excepciones. Están calculando costo/beneficio de tal forma que es necesario elevarles el costo lo suficiente para que desistan de ciertas aventuras, aunque han decidido esta vez apostarle con todo al colapso de Rusia.
Es de esperar que quede claro que si Rusia no ha terminado ya de hacer polvo a Ucrania, es porque le interesa a la primera, a diferencia de los ucronazis y sus aliados occidentales, no hacer una carnicería con la población civil. Agreguemos que el cálculo costo/beneficio es muy útil para hacer ganancias, que es lo que esperan Estados Unidos y sus "socios y aliados", pero no por ello la gente se hace responsable. Rusia asumió la responsabilidad por su sobrevivencia como Estado y por el carácter de la operación militar de control en Ucrania. Esto no excluye eleva el "costo" a los "socios y aliados". Es dudoso que se note la diferencia. Con tal de ganar algo, aunque sea su pellejo, alguien como el presidente ucraniano Volodímir Zelenski está listo a las peores irresponsabilidades. Biden también, sólo que como no es un barón feudal, entiende de costos.
Estados Unidos, luego de intentar amarrar a China, que entendió muy bien y salió con el eterno lenguaje florido, va por mucho, sino por todo. Rusia no piensa seguir retrocediendo. En estas circunstancias, hay mucho aprendizaje de por medio, para quienes se creen omnipotentes en Occidente, y por si los rusos todavía no conectan entre su manera de renunciar a su pasado y la de ser objeto de arremetidas sistemáticas de los "socios y aliados" No es de inmediato que la problemática se va a resolver, pero en todo caso no es de espectáculo que se trata.