Ante el conflicto en Ucrania, Occidente ha seguido los guiones preestablecidos de casos previos, trátese de Yugoslavia, Irak o Libia, por mencionar los más sonados. Ya se ha dicho que tanto los "socios y aliados" como los dirigentes ucranianos están apegándose lo más que se pueda a las posibilidades de "yugoslavizar" Ucrania.
Hay un límite: Estados Unidos sabe que en caso de cruzar al terreno nuclear corre riesgos serios, mientras que, de otra manera, puede tratar de atizar el fuego quemándose lo menos posible, por no decir que nada. Sucede que desde hace algunos años, sin que "socios y aliados" hayan querido enterarse, Rusia es una potencia militar superior a Estados Unidos, lo que limita cierto tipo de escalada.
Lo que se decidió desde los años '90 en Estados Unidos es "reventar" de mil y un maneras a la Federación Rusa, lo que no excluye -así lo dispuso por ejemplo la corporación estadounidense RAND- poner aquella a correr de un lado a otro a "apagar fuegos" para dispersar fuerzas en la periferia: se trató de hacer en Nagorno Karabaj, en una disputa entre Azerbaiyán y Armenia empujada por los turcos y en Kazajistán, donde una intervención relámpago de la Organización para el Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) impidió que las cosas pasaran a mayores. Desde hace tiempo que se hace en Ucrania, que vino no sólo reforzando los lazos militares con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), sino incluso -entre las gotas que derramaron el vaso- amenazando, por boca del presidente Volodímir Zelenski, con salirse del Memorándum de Budapest de 1994, que le prohíbe a los ucranianos dotarse del arma nuclear.
Se puede estar indignado y con razón por la segunda violación de la integridad territorial de Ucrania, luego del asunto de Crimea, pero la dizque "opinión pública" occidental, incluyendo a la izquierda y algunos comunistas, estuvo ausente de cualquier indignación ante un avance de la OTAN y otras fuerzas (desde Afganistán, por ejemplo, y hasta la actualidad, como lo demostraron los disturbios en Kazajistán) destinado a poner en entredicho la existencia misma del Estado ruso. Las cosas cambian. Es el tema principal, puesto que fue el dictado por la política exterior Demócrata desde los años '90, con el presidente William Clinton. Está en el libro de mediados de los años 90 del fallecido halcón Demócrata Zbigniew Brzezinski, El gran tablero mundial: apoderarse de Ucrania, pero también dividir a Rusia en tres. Seguramente no moleste mientras el ataque no caiga del lado de algún "socio o aliado".
No hay que omitir la dimensión circense, puesto que Zelenski es cómico de profesión: la petición de zona de exclusión aérea, a sabiendas de que es poner a Rusia y la OTAN y Estados Unidos frente a frente; la difusión de que "la soldadesca rusa viola a cuanta mujer ucraniana encuentra a su paso" (versión libia del asunto: seguramente Rusia distribuye Viagra entre sus tropas); la "catástrofe humanitaria que amenaza a Europa con hordas de refugiados" (versión siria del asunto: la culpa será del régime, Putin o Bashar); el espectáculo de las "centrales nucleares en peligro" (!cuidado, otro Chernóbil!: versión soviética del asunto); los supuestos ataques a "civiles indefensos, incluyendo a niños" (versión irakí del asunto: Putin, otro Sadam), etcétera. Los guiones se parecen y no se necesita mucha materia gris para pensar que se ensayó previamente en otras partes lo que finalmente habría de llegar a Rusia. Está claro que no se trata de ayudar a Ucrania, sino de hacer colapsar a Rusia.
Todo está hecho para el siguiente propósito: endurecer de tal forma las sanciones de todo tipo contra Rusia que se le pueda apostar al colapso de este país. No indigna a nadie aunque sea en un clima incluso peor que el de la Guerra Fría, con sanciones por lo demás ajenas al Derecho comercial internacional. Para el caso, da igual que algunos se confundan (incluso dentro de Rusia) y deambulen entre la Unión Soviética y el chovinismo panruso o el imperio de los zares. La OTAN no se extendió por casualidad hacia las fronteras rusas, sino a la expectativa de algo que sólo puede ser alguna ganancia, puesto que el sistema capitalista se rige así: el beneficio de provocar y presionar también para obligar a Rusia a la carrera armamentista y a gastar recursos en ella a riesgo de no tener para otros sectores de la economía, y del descontento de la población.
El asunto no es de izquierda ni de derecha, pese a las risitas tontas de un lópezobradorista mexicano como Jorge Zepeda Patterson, que se suma al coro contra los supuestos "trasnochados" y sus "mezquinos argumentos ideológicos" (vaya necesidad de etiquetar...), o las otras risitas de Pedro Salmerón Sanjinés, lópezobradorista de Palacio, que "ni con Putin ni con Zelenski, menos aún con la OTAN". Desde 1989-1991, es al unísono: "!sobre todo no me vayan a confundir!". Y no me confundan con Noriega, ni con Milosevic, ni con Husein, ni con al-Asad, ni con Gadafi, ni con ninguna víctima de alguna agresión occidental. !Es que "algo habrán hecho"!
Pongamos las cosas de otra manera, puesto que no se está en un partido de futbol. Nadie dijo nada ante lo que se anunciaba como un cerco a Rusia, desde hace tres décadas, tal vez porque se cree con frecuencia en el mundo actual que, a fin de cuentas, nada tiene consecuencias. ¿Tiene el Estado ruso derecho a existir?¿O no es que no lo tenga o que sí, sino que el asunto nos tiene sin el menor cuidado, mientras no le caiga una bomba nuclear a Estados Unidos, o salvo que nos permita seguir maniobrando entre potencias para sacar nuestra renta de posición? Desde luego, hay más, y de fondo: ¿se puede negar toda la historia soviética y el debate sobre la misma creyendo que "socios y aliados" no se regocijarán con la manera de reescribir la Historia?
Estados Unidos piensa hacer su agosto: vendiendo armas, desde luego, y jugando sobre los precios de los energéticos, en particular para ganarles a los rusos el mercado europeo de gas natural licuado. No hay que olvidarlo: "los rusos fuera; los alemanes abajo". Desde que era vicepresidente estadounidense, con la presidencia de Barack Obama, el actual mandatario Joseph Biden había anunciado que "algo muy fuerte" iba a ocurrir con Rusia. Para quien quisiera saberlo, estaba más o menos claro desde la primera guerra del Golfo, en 1991: poner a prueba el armamento soviético de Husein, como poner luego a prueba a los rusos en Siria, creando una amenaza islámica fanática capaz de infiltrarse por el Caúcaso y por Asia Central; controlar el Mediterráneo, dejando a Libia fuera de la "jugada", para adentrarse a provocar, por lo demás ilegalmente, en el Mar Negro, lo que va contra la Convención de Montreux (que invocó Turquía para bloquear a buques rusos en el estrecho del Bósforo), sin que a nadie se le ocurra defender soberanía alguna; intentar y con frecuencia lograr "revoluciones de colores" en la periferia ex soviética; inmiscuir a Japón y Corea del Sur en el escudo antimisiles contra Rusia. ¿Nadie se dió cuenta de que la OTAN mentía al instalar escudos antimisiles en Polonia y Rumania pretextando que era contra Irán y, en el colmo, contra Corea del Norte, desafiando todas las leyes de la balística?¿Por qué no se quiso tomar en serio el argumento de que la guerra en los Balcanes era para liquidar al último ejército de Europa Oriental, el yugoslavo, capaz de estorbar el avance de la OTAN hacia Rusia? Los misiles iraníes Shahab no son de largo alcance y no podían llegar más allá de partes muy limitadas del sur de Europa. ¿Para qué meter a los países del Báltico a la OTAN y ofrecer la adhesión a Suecia y sobre todo Finlandia?¿Y las provocaciones hasta en el Artico?
Se puede condenar la violación de la soberanía territorial ucraniana si se condenan las guerras ya mencionadas, lo que no se hizo, o el golpe de Estado del Maidán en 2014 en Ucrania, sobre lo que se calló, pese a que fue depuesto un presidente legítima y legalmente electo: incluso para la izquierda, que no entendía nada, había que repetir a coro contra Husein, Gadafi, Milosevic, Bashar al-Asad -o Viktor Yanukovich- y abrirle el camino a la guerra exigiendo al mismo tiempo "no violencia", como supo denunciarlo atinadamente el estudioso comunista italiano Domenico Losurdo. No vieron venir nada porque creyeron que la caída de la Unión Soviética no traería ninguna consecuencia. Si molesta la guerra, hay que condenarla por igual donde ocurra: no nada más cuando proviene de Rusia. Es como la gracejada del antitotalitarismo: a todo vapor contra el comunismo, calla cuando los émulos de Stepan Bandera, colaborador ucraniano de los nazis, toman el gobierno en Ucrania, o cuando los rusos acaban de vencer al batallón neonazi Aidar en la misma Ucrania, al sudeste, este 2 de marzo, mientras en Kíev, capital ucraniana, el alcalde y ex boxeador Vitali Klitschko arma a sus milicias con el código supremacista blanco C14. Ninguno de los perseguidores de los "crímenes de odio" se dió cuenta de lo que se dedicaron a hacer estas milicias neonazis: matar periodistas independientes, por ejemplo. Tampoco hubo la menor protesta por los más de 13 mil muertos en el Donbás ucraniano, muchos de ellos civiles y a manos de neonazis.
Algo no suena convincente en ciertos llamados a la pacificación (¿también quieren cascos azules?) y en el tipo de gárgaras, buches y expectoraciones de quienes, condenando a Rusia, se pasaron tres décadas o más encontrándole las coartadas a las agresiones occidentales -lo que incluye Panamá, Somalia y Yemen, como parte de una misma estrategia, sin que algunos panameños sean capaces de entender lo que firmaron a medias en 1977-.
Es la misma gente, coincidente entre la izquierda y la autodenominada "demócrata liberal", que se inclinó por los Demócratas -y sus aliados Republicanos del "Estado profundo"- contra el presidente Donald Trump , y gente como la hoy ex secretaria de Estado Hillary Clinton, partidaria de suministrar armas a los ucranianos para "crear un Afganistán"(lo dijo tal cual), el mismo Biden (con su hijo metido en escándalos de corrupción con gas ucraniano), el señor Bernie Sanders, convencido de que el lío lo armó Putin, y otros tantos. ¿Por qué la Justicia no ha perseguido al hijo de Biden, Hunter, siendo que estaba en los negocios más turbios en Ucrania y que el actual presidente intervino para frenar al procurador ucraniano?¿Por qué no se le dió seguimiento al caso, que trató de rastrear Trump?
Si los occidentales y los ucranianos quiebran todas las leyes, es que están con algo de "chispa" esta noche; si el mandatario ruso lanza una operación militar de control en Ucrania, es que está "perdido de borracho" y es un ebrio de peligro al que hay que meter al ministerio público más cercano. Así funcionan las cosas entre la gente de dinero: se perdona todo. Para quien no es parte de esta gente VIP, se aplica el rigor de la ley. Es en esta perspectiva totalmente mundana que se ubican los medios de comunicación masiva occidentales y sus textoservidores o, en inglés, presstitutes, parafraseando al estadounidense Paul Craig Roberts.
Alguien que se tome la molestia de ver un mapa de las operaciones militares podrá ver que no hay invasión alguna de Ucrania, sino una operación limitada con objetivos muy precisos. No se trata de justificarla, pero también hay algo de sentido común: es de suponer que si el vecino, además de organizar fiestas ruidosas a altas horas de la noche, de repente amenaza con venir a romperme el hocico porque "le caigo mal" y dice que a la siguiente vendrá pistola en mano, mientras el número de emergencias no contesta, estoy en el derecho de tomar las medidas apropiadas para mi defensa propia. Si nadie hace valer la ley de condóminos y tengo la oportunidad de ir a casa del vecino para quitarle el arma, tal vez deba hacerlo. Lo chistoso es que todo el mundo festeje al vecino porque "invita a sus fiestas" y "cae bien" al margen de lo que hace. El nivel occidental de opiniones sobre el enfrentamiento entre Rusia y Ucrania parece confundir la explicación y el argumento. Es decir: se justifica, pero no tiene argumentos sólidos. Si los tuviera, no censuraría al oponente. Ani Lorak, desde Ucrania, pero en ruso (da click en el botón de reproducción).