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miércoles, 2 de noviembre de 2022

TODO ES ARMONÍA. LA VIDA ES BELLA.

 Es curioso hurgar en la muy larga lista de quienes felicitaron a Luiz Inácio Lula da Silva por su muy apretada victoria en las elecciones brasileñas, contra el derechista Jair Bolsonaro.

     Desde luego, corrieron a la felicitación todos los progresistas de izquierda de América Latina y de más allá, como Jean-Luc Mélenchon en Francia. Se incluye a los presidentes de Cuba, Venezuela y Nicaragua. También estuvieron otros, a cual más grandilocuente, desde el ex mandatario boliviano Evo Morales hasta el poco discreto presidente argentino Alberto Fernández o la mandataria de Honduras, Xiomara Castro. El boy scout que encabeza la presidencia chilena, Gabriel Boric, tuiteó "!Alegría!", mientras que el presidente peruano, Pedro Castillo, se mostró desorientado al recordar el pasado obrero y sindicalista de Lula. El presidente colombiano, Gustavo Petro, hizo su parte en el concierto, a coro. Es de suponer que ha regresado "la Patria Grande", la esperanza, la liberación de los pueblos y, nunca dicho explícitamente, "nuestro turno", para quien se quiera sentir parte de la fiesta. Desde México, ya algo henchido de vanidad y mientras se sabe que trabaja poco, el presidente Andrés Manuel López Obrador tomó el teléfono para hablar con el vencedor en Brasil, todo en plan de "grandes viejos amigos", sin mayor protocolo. Festejaron también los aspirantes a la presidencia mexicana Claudia Sheinbaum, jefe de gobierno de la Ciudad de México, y el canciller Marcelo Ebrard. De manera particular, pareciera haber sido un bálsamo para los "duros" del Movimiento de Regeneración Nacional (MoReNa). Pocos se acordaron de la visita de Lula a México en tiempos del presidente priísta Enrique Peña Nieto y de Rosario Robles.

     La izquierda se comportó de manera deshonesta. Ningún "fascista" hubiera permitido que Lula saliera de la cárcel ni que compitiera hasta ganar, a diferencia de Bolsonaro. Este no cometió tampoco ningún "genocidio" en su manera de lidiar con la Covid-19. Tampoco era necesario que Lula se pronunciara tan abiertamente a favor del presidente Joseph Biden en Estados Unidos, con el argumento de que había ganado "la democracia". Petro dijo que Lula venció al "fascismo", banalizando la palabra para hacer lo mismo que los medios de comunicación masiva dominantes...o Bolsonaro a su modo.

     ¿Quién está gobernando? Pasemos sobre el alud de felicitaciones internacionales a Lula. En México, se alegraron sobremanera de este triunfo celebridades como Enrique Krauze y su vástago León, pero también como Héctor Aguilar Camín, hasta periodistas como Jorge Fernández Menéndez, quien habló de lo "fascinante" de Lula. Dicho de otro modo, también hubo fiesta entre los autodenominados "demócratas liberales". Hay líderes de izquierda con esta capacidad para hacer de adeptos en prácticamente todo el espectro político, como el uruguayo de "autoayuda" José Mujica. Desde luego que no se habló en lo más mínimo de algún programa de Lula, sino de la "resurrección", a juzgar por el lenguaje sobre "Cristo" empleado por el periódico mexicano La Jornada. No parece un fenómeno muy laico que digamos. En todo caso, una precisión: el socialismo nunca ha aspirado a la conciliación de clases, sino, al contrario, desde una perspectiva de los comunistas, a la "lucha de clases". En cambio, populismo y fascismo han sido adalides de dicha conciliación. No deja de ser para muchos la gran aspiración en democracia y el ideal de parte de la "clase media". Dados los resultados de la votación en Brasil (y en muchos otros lugares, como Ecuador, Perú, Chile, Colombia, Argentina u Honduras, por no citar por ejemplo a Francia), los "factores de la producción" están cada vez menos en plan armónico y la división es cada vez más vistosa, por más que un demagógico Lula apele a la "unidad nacional" y diga querer gobernar "para todos los brasileños", algo que no justifica ya, a diferencia de antaño, ningún antiimperialismo, que fue lo que no se le perdonó al venezolano Hugo Chávez, así fuera un merolico. La "unidad nacional" se perdona menos en Cuba o Nicaragua. El problema está en saber el por qué de la gran coincidencia entre una izquierda variopinta y los "demócratas liberales": o se está ante un fabuloso frente antifascista, o se está ante otra cosa que no dice su nombre, pero que aglutina o parece hacerlo a "todos", o casi. Alguien podría decir que es pre-fascismo conductual. Y no más. Al menos en la medida en que apela a una suerte de "armonía" y no a ninguna "lucha de clases".

     En México, un articulista del periódico El Independiente, Carlos Ramírez, escribió: "la procedencia sindicalista de Lula siempre fue una coartada para ocultar su falta de militancia socialista-marxista, al grado que su gran propuesta de gobierno no fue la redistribución de la riqueza por la vía revolucionaria, sino el uso del dinero público para disminuir los niveles de hambre en Brasil", el tipo de cosas, agreguemos, que le encantan a organismos como el Banco Mundial. "La nueva victoria de Lula fue personal -prosigue Ramírez- y no de proyecto". En realidad, como lo recuerda el articulista, Brasil no salió de la pobreza entre 2006 y 2011. "La figura de Lula -escribe- se convirtió más en un mito político que en una propuesta ideológica de reconstrucción de la izquierda socialista que representó en su momento el Partido del Trabajo". Es por lo demás comprobable que, como lo indica Ramírez, Lula "tampoco se salió de los espacios geopolíticos de los intereses estadounidenses en la región". Lula está para "administrar la crisis de estabilidad", concluye Ramírez. Son todos rasgos tal vez no de populismo, pero sí de una demagogia que no remedia en nada la descomposición social brasileña, aunque beneficie a un sector del capital que se encuentra muy bien representado en el entorno de Lula. Es, como lo diría el sudcoreano Byung-Chul Han, otro paliativo para un espacio que quiere ser "indoloro", aún a riesgo de que las cosas sigan pudriéndose. Si "Brasil está de vuelta", como lo dice, Lula debería decir... a dónde. La derecha ha logrado incrustarse más en el mundo popular y, como lo señala Oleg Yasinsky en RT en español, “ una democracia basada sólo en la votación cada cierto tiempo y que no esté comprometida con la participación ciudadana diaria como parte de la cultura civil general no es sostenible y siempre será frágil y reversible”.



LO QUE HAY QUE TENER (THE RIGHT STUFF)

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