Contra la imagen que creaba antes, como otros países andinos, Bolivia tiene hoy bastante estabilidad. Han pasado los tiempos en que, como decía la broma, el turista extranjero que llegaba a La Paz, capital política boliviana, pedía en el hotel un cuarto "con vista al golpe de Estado". Por las asonadas militares, Bolivia llegó a ser considerado el país más inestable del mundo. Hay que decir que la izquierda en el gobierno ha contribuido en mucho a la estabilidad, y los instigadores del golpe fraudulento de 2019 contra la presidencia de Evo Morales -Jeanine Añez (Beni), Marco Pumari (Potosí), Luis Fernando Camacho (Santa Cruz) y algunos militares -están tras las rejas. La oposición se encuentra fragmentada y debilitada, salvo que los medios de comunicación masiva tienen la capacidad de hacerle la vida de cuadritos a la izquierda boliviana.
Luego de lo ocurrido en 2019, el gobernante Movimiento al Socialismo (MAS) escogió al actual presidente Luis Arce, quien avanzó hacia una separación entre el movimiento social y el aparato de Estado. No se consigue resolver un añejo problema, pese a que hay líderes del MAS conscientes: el del patrimonialismo o, si se quiere, el de la llegada a liderazgos o cargos más por influencias y favores que por méritos en el trabajo, pese a una larga experiencia boliviana sindical. El asunto ha derivado en una muy fuerte disputa entre "evistas" y "arcistas", que se han lanzado de todo, en medio de cierto estancamiento económico. Morales ha acusado de corruptos a ciertos funcionarios de Arce, quien le ha replicado que hay que saber retirarse a tiempo. Si Arce promueve la industrialización por sustitución de importaciones, Morales pone más el acento en el control de recursos como el litio. El debate es sano, pero por momentos es irrespetuoso. El ex vicepresidente Alvaro García Linera, partidario de zanjar apelando al "sujeto indígena", ya se llevó lo suyo al ser atacado por Morales. Sería de esperar que haya relevos y mayor claridad sobre las necesidades de mantener a la vez un partido fuerte y organizado y un aparato de Estado eficiente, en ambos casos lejos del patrimonialismo o el reparto de prebendas (prebendalismo). Por suerte, el gobierno boliviano no tiene el aparato Judicial en contra.
Morales se equivocó al buscar un resquicio legal dudoso para reelegirse, luego de ser presidente de 2006 a 2019, casi 15 años (ya había sido candidato en 2002). También es cierto que los medios de comunicación habían enturbiado el referéndum sobre la reelección (2016), al convertirlo en asunto de saber si Morales tenía amante y de qué calibre en un supuesto "tráfico de influencias". Morales, como quiera, había perdido la consulta. Fue en cierto modo el punto de arranque para el golpe de 2019. El ex presidente no ha aclarado si piensa volver a postularse para el 2025, pero lo deseable en los progresismos es que encuentren renovación generacional y formas de institucionalización clara del Estado. Es de suponerse, como sea, que el MAS está consciente de que dividirse sería lo que García Linera ha llamado un "suicidio político".
Bolivia es un país marcado por distintas divisiones, y es posible que Arce, con moderación, esté buscando alianzas, por ejemplo dividiendo a las beligerantes clases altas cruceñas, etcétera, pese a una política económica "ortodoxa". Morales tiene su parte de razón si quiere evitar un exceso de concesiones, pero no cabe no estar consciente de los riesgos de un exceso de personalización. Lo deseable probablemente sea una clara distinción entre la necesidad de efectividad del servicio público, para todos, y la de la capacidad del MAS para persuadir. Lo que no se vale es la carrera en el partido como medio de acceso a cargos públicos y para el reparto según influencias y tráficos de favores. Ojalá que quienes son conscientes del problema, sean "arcistas" o "evistas", consigan salir de estos hábitos sociales. Gente dispuesta la hay (da click en el botón de reproducción).