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domingo, 21 de abril de 2024

¿EL MAL MAYOR, UN MAL MENOR?

 Ningún comportamiento humano está exento de errores, aunque el clientelismo frecuente en América Latina presenta dos problemas: el temor a reconocer el error, más aún en público, por ser tomado como potencial vulnerabilidad y "flanco débil" del que pueda aprovecharse la maniobra de otro, más si es enemigo; y el hábito de confundir lealtad e incondicionalidad y de no señalar los errores del amigo, arriesgándolo a no verlos y a caerse. Así, en la izquierda se ha impuesto la creencia riesgosa de que no deben ventilarse los errores porque debe prevalecer "la unidad", y por lo mismo, de que es tabú señalar la contradicción no infrecuente entre los valores pregonados y los vividos personalmente, cercanos a los oligárquicos, por clientelismo, favoritismos extraños a la meritocracia y "familismo", reforzado por el debilitamiento de los lazos públicos. Privatización, particularismos han querido decir también vuelta sobre valores arcaicos, entre por protección y por "movilidad social ascendente". No es algo que la gente no vea, para preguntarse por qué se habla de "pueblo" y se utiliza la causa o la adhesión ideológica para trepar, al grado de que no falte quien critique a la burocracia soviética o diga que "no es nuestra historia" y reproduzca entre sus familiares hábitos de "aparato", de colocaciones en familia y de oportunismo político galopante. Desde los años '90, si no es que desde antes, aunque de manera más embozada, se ha utilizado el "carril izquierdo para rebasar" y hacerse de dos cosas: una supuesta "trascendencia" y modos de vida cómodos y algo alejados de la "honrada medianía" juarista. El arte particular consiste en hacer pasar ciertos privilegios como algo "debido" por la "justeza de la causa" o por las dificultades experimentadas: la "piñata" nicaraguense en su momento, los hábitos de no pocos exiliados en México, sobre todo a partir del ultracorruptor sexenio de José López Portillo (1976-1982), el refugio español convertido en renta, etcétera...

       El gobierno mexicano saliente no logró superar este problema. Algunos repartos se quedaron "en familia": sin profesionalismo o mérito en más de un caso, con ostentaciones innecesarias, con presencias repetidas una y otra vez sin sentido del límite, con el presidente, la candidata oficial y la candidata al gobierno de la Ciudad de México, por ejemplo. Está el caso de la esposa de un jefe de gobierno catapultada sin ninguna razón a un programa televisivo (que de tan malo tuvo que salir del aire). O el caso de la señora del escritor del que dice la candidata que "ojalá repita" antes mismo de ser evaluado o de rendir cuentas. El de un ex jefe delegacional que no hizo nada por su delegación, pero es de un "grupo". El del intelectual "cardenista" o algo parecido que está en todo, con su bolsillo incluido; los casos de algunos apellidos tal vez no exentos de méritos, pero que no debieron repetirse; las "viudas de la cancillería" como concesión a la señora, que se permite además ser "corriente" (¿también se va al rancho?); el del hijo de un periodista de renombre que parece pertrecharse en este mismo para hacer negocios turbios; los poderosos 4T provenientes del poder Judicial que no tomaron en cuenta mandatos constitucionales y no se recortaron privilegios exorbitantes. Cierto, rara vez han existido ilegalidades y en más de una ocasión la oposición ha querido sembrar lo inexistente. Tampoco se trata de llevar una vida franciscana. Pero lo que no faltó tanto fue el hábito de clientela por encima del meritocrático, y no es, a fin de cuentas, sino el mismo mal de la oposición, ya sin los "equilibrios de grupo" de antaño, rotos entre 1988 y 1994 por ambición desmedida. Entonces se está en el viejo defecto que no se justifica con el "90% honestidad, 10 % capacidad": el de ir de una instancia a otra con "mi gente", que es lo que tiene por ejemplo al ex ministro Arturo Zaldívar en la mira. Es la pugna de intereses particulares por encima del interés público y de institución. Nadie podrá decir que el gobierno de López Obrador fue institucional, menos en el sentido de "equilibrar intereses", aunque el problema de antaño haya sido con frecuencia no salir del clientelismo. Así, en el sexenio que termina a veces el líder colocó no al de más mérito, sino a "su gente", cuando no a la gente de la señora. Lo que se entiende por polarización, aunque empujada por el encono de la derecha, no es ajeno a la comprensión de la adhesión como clientelista: "los Ocean" en Acción Nacional, pero también pifias evidentes y graves como la selección de Juan Ramón de la Fuente, "chapulín" consagrado, porque "la doctora" debe creer que un ex rector es "su gente", como universitario, y sin mayores méritos, por decir lo menos (un pésimo papel en Naciones Unidas, por ejemplo, y otra vez cero evaluación ni rendición de cuentas). Brugada repite y se lleva a "su gente", con apariencia de un giro a "lo popular", pero, atención, sin verdadera promoción meritocrática de gente desde abajo, salvo excepciones no tomadas en cuenta (Adán Augusto López y Andrea Chávez, por ejemplo); no, abundan los casos de "mi gente" decidida desde arriba, que no estuvo exenta de copar y que no hizo nada por impulsar una verdadera participación desde abajo, por lo que, como ha dicho el muy buen historiador Enrique Semo, es "modernización pasiva". Más de uno cayó "desde arriba", por no mencionar en la Ciudad de México "mi gente" de mi época estudiantil. Ha seguido contando no lo que sabes, sino quien ya sabes, y con más de una falta a la honrada medianía. La del hijo del periodista tal vez no sea, parafraseando a Hernán Gómez Bruera, la única "traición en Palacio". No puede tenerse al mismo tiempo clientelismo y meritocracia, y debería llamar la atención lo confundida que está la autodenominada "4T", en la que no faltan quienes creen que meritocracia es cosa del "neoliberalismo". Dicho de otra manera, y a reserva de comparar ciertos sueldos con los de la mayoría de la población mexicana, también es posible tener gente muy honestamente incompetente. 90 % honestidad, 10 % de incompetencia. Es el rumbo de la nueva señora que no parece entender cómo se contradice con frecuencia sin siquiera darse cuenta.

       Parte del problema de clientelismo en el sexenio que termina pasó por los complejos de López Obrador ante ciertos figurones. Como lo sugirió Hernán Gómez Bruera, cuyo número de testimonios es suficiente para pensar en una investigación seria (Traición en Palacio), ser hijo de -como Julio Scherer Ibarra- no es garantía de nada, a reserva de que haya que revisar otras cosas; tampoco ser hijo de Quijano, hijas de Selser, hijo de Dussel, hijos de Pierre-Charles o hijos de Pablo Sandoval.

      El gobierno de López Obrador y el de Claudia Sheinbaum en la capital mexicana jalaron a "su gente" del CEU (Consejo Estudiantil Universitario); la cancillería presionada jaló de la señora a "su gente", las "viudas de la cancillería"; una que otra familia colocó a "su gente" en ocasiones de manera totalmente extraña, como la señora del actual jefe de gobierno de la Ciudad de México; una familia guerrerense heredera de un sindicalista se colocó en el aparato gubernamental y universitario -además de intentarlo en una gubernatura- con privilegios ajenos al mérito real en el trabajo. En el límite, otra familia, aunque no exenta eso sí de méritos, encontró a sus hijas "chapulineando", pues no se puede pasar de cierta secretaría a otra o de un instituto electoral a uno de salud. El familiar de un intelectual simpatizante se hizo de una secretaría. La esposa del escritor se volvió experta en "cultura" como parte de que el primero colocara a "su gente" -hija en ciernes- desde el proyecto de país hasta el de capital. No hubo en todos los casos garantía de trabajo profesional, salvo excepciones, aunque sí "adhesión" no desligada de vínculos personales.

     Si ya está descrita la "mafia" judicial, tal vez alguien se anime a decir algo sobre la "mafia" intelectual, y contra la creencia de que un científico o un académico no pueden ser corruptos, como tampoco un escritor. La creencia de que "una doctora" es garantía de progreso no está probada, y menos que sea "tiempo de mujeres". Si se actuó en el caso Segalmex, en el de Scherer Ibarra ha sido distinto. El problema no está en la adhesión ideológica "de principio", sino en la no erradicación de prácticas clientelistas, de facción y personalistas (para "hacer Historia" y ser retribuido en consecuencia), si bien la "4T" no es "la facción de López Obrador". No está resuelto el problema del uso de dicha adhesión como "pegamento" para las prácticas descritas, y no puede estarlo si la base de la "selección" no es el trabajo bien hecho y el mérito en él, y no lo que se entiende -mal- por "política"., salvo que se crea que ésta es de lealtades muy personales La nueva señora ya está en lo mismo, en más de un aspecto, y encima mandando a gente profesional (como Omar García Harfuch o Ernestina Godoy) a "hacer política". Igual se sigue cojeando del mismo pie porque se lo cree parte de "la idiosincracia" local, en éso de acordarse de los amigos, así sea con cierta frecuencia amistad instrumental. Tampoco hubo quien le dijera al presidente que ser maestra no es garantía de saber de gobierno, como lo muestran Delfina Gómez en el estado de México o Leticia Ramírez en Educación Pública. Cultura brilló por su ausencia en un gobierno con algo de "Atlántida". Por cierto que la oposición ni se inmutó, más preocupada por quitarle lo frontal al presidente y meterse a la mala con su familia. No es "polarización": son políticas de facción sin los equilibrios que a través del Estado garantizaba el antiguo régimen (da click en el botón de reproducción).



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