Cada país de América Latina hace como puede con su herencia colonial. Durante la Colonia, a falta de metales preciosos, el Ecuador tenía fama de ser lugar de "conquistadorcillos amotinados por falta de botín", es decir, sin mucho esplendor, pero con pretensiones bravas.
Hace poco, el presidente ecuatoriano, Daniel Noboa, estuvo de viaje por España. El rey de este país le prestó su coche y Noboa se fue a un restaurante japonés en Madrid, con escolta y amigos. A la salida, apareció el señorito que más de un ecuatoriano pretende ser, así que Noboa, magnánime, empezó el escándalo lanzando billetes al aire y prosiguió con un estrenduoso "llévenme de farra, llévenme de farra" (parranda), en estado etílico, que duró hasta altas horas de la madrugada, ante la mirada atónita de los escoltas españoles. Noboa el magnánime, el de la compra de voluntades, el del reparto, se creyó así con licencia y autorizado a hacer "lo que le diera la gana", clásica reivindicación del señorito en su modo de entender el libre albedrío.
Como resultado, el Ministerio de Exteriores español protestó ante la embajada ecuatoriana en España, pero el escándalo se tapó. Nada impropio de un señorito (no ajeno al histrionismo costeño), pero sí ajeno a la etiqueta diplomática. Pareciera que Noboa se sintió con investidura de virrey de Audiencia y sacó el típico comportamiento de indiano perulero. Nada más le faltó terminar haciéndose estafar por alguna dama madrileña. Por si se cree que Noboa no es un magnate improvisado, sacó el abolengo del indiano en la Corte.
Al poco tiempo, como si fuera parte del chuchaqui (cruda, en el argot ecuatoriano), el magnánime que lanzaba billetes al aire en Madrid pasó a justificar una conducta miserable, pero también otra licencia o autorización: no nada más de entrar en la sede diplomática mexicana, sino de secuestrar en ella al ex vicepresidente Jorge Glas, ya para ese momento asilado, para rebajarlo como al peor de los delincuentes, o más, siendo que Glas es inocente y se puede probar. Era necesario autorizarse otra de hacendado -humillar a quien no la debe- y darse la licencia de ostentarse con derecho al trato más miserable, puesto que de humillar se trataba. Otra vez la gran altura y la bajeza: "majestad y pobreza", hubiera dicho el escritor ecuatoriano Jorge Icaza. Bajeza porque quien quiera ver puede enterarse de que Glas no se ha llevado ni un quinto, así que era necesario demostrarse y demostrar que, como dijera algún personaje de "la oposición silenciosa", "nada bueno queda sin castigo", puesto que, supuestamente, en el lodo estamos todos. ¿No acaba de estarlo el presidente en Madrid? Para ésto se bebe en el Ecuador, como se "echa relajo" en México pasado cierto límite: para que, en la farra, no quede alma libre de corrupción. ¿Nobleza del pueblo ecuatoriano?¿En los chaquiñanes (a la vereda del camino)?¿Con los indios votando por Noboa y llevando al señorito al triunfo? Más de un servil tiene que mostrar que, quiéralo o no, "todo el mundo" está forzado a serlo. Siervo perulero del rey de España, siervo de Noboa. Es así que se recita que Glas es "obviamente" corrupto: todo el mundo lo es, pero hay unos con más malicia que otros para salir del agua sin mojarse, impunes, y agua es mucho decir. Para que lo sepa el lector, el ecuatoriano promedio tiene pésima fama cuando va en busca de mejor vida a otro país: detrás de una aparente timidez o del silencio, acecha el conquistadorcillo listo a permitirse alguna bajeza creyendo que, porque se la autoriza, es "alguien", y de altura.
Este es, eso sí, el decorado. El resto lo arreglan un par de ministras con "la embajada" en el norte de Quito, capital ecuatoriana, como la fiscal 10/20 se complace en fotografiarse con "el embajador". (da click en el botón de reproducción).