Fernando Haddad fue alguna vez candidato a la presidencia de Brasil, y no ganó. Hoy es ministro de Hacienda en el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva y, como alguno que otro gobierno progresista (incluído el de México), ha hecho de la austeridad un fetiche. Así, llega el momento en que hay que contener el gasto público así existan recursos. Haddad ha estado llegando a presionar para echar atrás estipulaciones constitucionales sobre el porcentaje de lo que debe ir a educación y salud. Dadas las condiciones en las que llegó al gobierno, Lula no ha podido hacer mucho, como tampoco en el plano internacional, aunque no por ello se despierten críticas.
La falta de apoyo público, dada la austeridad, hace que los hogares tengan que voltear al sector privado. No se explica muy bien por qué países del Sur siguen recetas que no aplican los centrales: el Estado brasileño invierte cuatro por ciento del producto interno bruto en salud, contra 11,1 % de Alemania, 10,4 % de Francia y 10,3 % del Reino Unido. Una cosa es tener finanzas sanas. Otra cosa es apretar el gasto "porque sí" -ya se ha dicho, por fetichismo-, por lo que el equipo de Haddad considera que la inversión pública en salud y educación debe seguir bajando pese a que, como se ha dicho, hay recursos. Esto quiere decir tal vez que es un gasto que se está entendiendo meramente como tal y no como una inversión a largo plazo. Los perjudicados están en la mayoría de brasileños que recurren a servicios públicos. Como lo explicara alguna vez el ex presidente ecuatoriano Rafael Correa, el camino de reducir el gasto público "porque sí" es el contrario de los países desarrollados, pero en cambio una buena manera de acercarse a Sudán del Sur. La nueva "idea" es que l gasto público crezca un 30 % menos que la recaudación fiscal cada año. No es ajeno a más de un gobierno progresista que no quiere tocar en lo más mínimo a los más ricos, gravando los dividendos de los accionistas, las grandes fortunas o a las transnacionales, o evitando las fugas a paraísos fiscales. No hay modo de hacer una reforma fiscal para una redistribución más justa, por lo que cabe preguntarse si ya cundió la creencia de que la riqueza la crean las inversiones o, dicho de otro modo, que "la riqueza la crean los ricos". Pareciera que alcanza más para subsidiar ya a la iniciativa privada, por ejemplo con toda suerte de infraestructuras. Es más atractivo que atender la salud y la educación.
El resultado: en un año, el número de multimillonarios brasileños pasó de 51 a 69, según la revista Forbes y el portal Rebelión. Los brasileños más ricos tienen la mitad de la riqueza del país y 122 veces más que todo el 50 % más pobre, según lo recuerda Rebelión. ¿Es realmente una sorpresa? Si bien en otros tiempos Lula redistribuyó más, no dejó de ser de gran ayuda para los ricos, mediante las tasas de interés. Entretanto, se puede mandar una que otra limosna a pueblos originarios y activistas de los "derechos emergentes" (!), seguramente de tercera generación (para personas vulnerables). Lo dicho, junto a la potencial destrucción de las obligaciones ("pisos constitucionales") en materia de educación y salud.
El esperado regreso de Lula ha estado envuelto en el silencio. Y no es un problema que se le pueda cargar al hoy ex presidente Jair Bolsonaro, que no es quien hace los actuales Marcos Fiscales ni negocia con el Centrao para no caerse y "tener el poder" -si es que no lo tiene en realidad la aristocracia financiera brasileña y extranjera. No es tan nuevo: se trata de tener bajo parálisis a la gente de trabajo y de entregar el país al rentismo local y a la inversión extranjera. Para algunos, las cosas van siempre de prisa; para otros, muy, muy despacito (da click en el botón de reproducción).