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martes, 21 de mayo de 2024

COMO CANGREJOS

 Todavía se usa la palabra en países de la periferia: se supone que deben lograr el desarrollo, o que están "en vías de desarrollo". Contra lo que suele creerse, esta palabra, destinada a los países del otrora Tercer Mundo, tiene su origen en Estados Unidos, y el primero en usarla fue el presidente estadounidense Harry S. Truman (1945-1953), quien habló también de subdesarrollo. En principio., los países recién liberados del colonialismo debían emprender la "senda del desarrollo". De desarrollo se habló en especial en América Latina en la segunda posguerra, con la creación de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), al grado de que se acuñara otra palabra, "desarrollismo". Hasta hoy, algunas personas -lo ha hecho la candidata oficialista Claudia Sheinbaum en México- afirman que el crecimiento debe acompañarse de "desarrollo", entendido a grandes rasgos como salida del estado actual de cosas en el "Sur global".

       Alcanzado el desarrollo, un país alguna vez subdesarrollado podría equipararse con uno desarrollado, se entiende que en general en nivel de vida de la población. Es lo que queda, aunque desarrollo quiso decir alguna vez otra cosa: en particular, realización de reformas agrarias y despegue de la industrialización, a la larga con capacidad para generar "industrias industrializantes" (la expresión era de Gérard de Bernis), es decir, industria pesada o de fabricación de maquinaria. Desarrollo suponía también una base científico-tecnológica propia y la erradicación de males propios del subdesarrollo, como la miseria extendida, lo más visible. Hoy, desarrollo ya no se asocia con las medidas mencionadas, ni con cierto proteccionismo necesario para garantizar el despegue industrial nacional, lo que se fue acabando desde los '80 (por ejemplo, en México, con la entrada al GATT, antecedente de la Organización Mundial de Comercio- OMC). El desarrollo debía ser nacional: puede decirse que era, en buena medida, la traducción a la economía de la soberanía política, puesto que los países desarrollados tienden a tener un desarrollo "endógeno", con bases propias, y es erróneo que nada más dependan de lo extraído del Sur. En la idea de desarrollo está la de "valerse por sí mismo", como sujeto nacional, con un buen grado de autosuficiencia. Si es así, pese a la mención de la palabra, el ideal del desarrollo ha sido dejado a un lado en el Sur global, donde se compite en grande por atraer recursos del exterior. Varios gobiernos progresistas no tienen nada de "en vías de desarrollo": en Brasil, por ejemplo, Luiz Inácio Lula da Silva se las ingenió en su primer mandato para contribuir a liquidar la industria nacional. "Desarrollo" remite a duras penas a dinero circulando y algo de redistribución, ahora, a diferencia de antaño, sin tocar casi las condiciones de producción (se pasa más por las esferas de la circulación y la distribución), y sin siquiera otra cosa de ayer, la idea de "Estado rector", así sea en una "economía mixta".

        Ya no se trata entonces de desarrollo como "valerse por sí mismo" en términos económicos, y ni siquiera de mayor "cooperación para el desarrollo", afición de países como los escandinavos, Japón o Canadá, ni, pese a la esperanzas de algunos, de "ayuda al desarrollo" al estilo de la Alianza para el Progreso de John F. Kennedy, que cautiva a los creyentes del Estado de Bienestar, traducción del Welfare State de posguerra. Mucho menos de un "plan Marshall" (que nunca fue entendido, como lo ha demostrado recientemente la historiadora Annie Lacroix-Riz) para el Sur. En vez de voltear a mirar hacia dentro, lo desatado, como se ha dicho, es la carrera por atraer recursos del exterior, que llegan a los llamados "mercados emergentes" o, si se atienden correctamente las estadísticas, a casi todos los BRICS (Brasil, India, China, Sudáfrica, menos Rusia), desde Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, en busca de consumidores, recursos naturales y mano de obra barata. Habiendo perdido todo poder de negociación, el Sur no tiene las condiciones para el desarrollo que se reclamaban todavía a principios de los '70, por ejemplo a través del México del presidente Luis Echeverría con la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, que ponía ciertas condiciones a la entrada de inversión extranjera y pedía por una base propia científico-tecnológica, salvo que no se sepa cuándo fue creado el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología en México, o incluso para qué creó el presidente mexicano Lázaro Cárdenas el Instituto Politécnico Nacional). Apenas dos países han intentado la senda del desarrollo capitalista en América Latina -con un objetivo de "buen vivir"- en tiempos recientes: Ecuador, hundido luego de la salida del presidente Rafael Correa, y Bolivia, ahora en dificultades. La gracia de los BRICS, un grupo ideado por Goldman Sachs, es que gigantes como China e India se abran o permanezcan abiertos a los países centrales: abrir mercados al Este, en China y al Sur, lo que puede dar una ilusión de bonanza sin que cambie la estructura distorsionada de los países del Sur, justamente por falta de desarrollo y porque, más allá de pugnas intestinas, no se está más que en qué se agarra del exterior y cómo se encuentra acomodo a directrices de organismos internacionales que ya se olvidaron del desarrollo (OCDE -Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, por ejemplo, lo que sirve para trucar sistemáticamente las estadísticas).

        América Latina, sin pasar de la esfera de la circulación/distribución, dió en el desarrollismo y su crítica limitada, el dependentismo, que como sea demostró que abriéndose a todo lo que da a economías fuertes lo que se logra es "el desarrollo del subdesarrollo", según una expresión del estudioso André Gunder Frank. No es con el "folclore de la filosofía" del "agarra lo que puedas" que se arregla nada, ni con lo que antaño se enseñaba como "efecto demostración" o "efecto imitación", la creencia añeja de que todo lo de afuera es por fuerza mejor, mientras lo de adentro se reduce a "pueblos sin Historia", es decir, a "grandezas culturales" para terminar de vender. Alguna vez se llamaron "ilusiones del progreso". Es puro asunto de cantidad, reproducción de un estado de cosas y repetición sin ningún atisbo de nada cualitativamente nuevo ni de humanamente mejor (da click en el botón de reproducción).



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