El desplome de la Unión Soviética en 1991 llevó a más de uno a dejar de creer en una Historia "lineal", aunque ni Marx ni Engels la consideraban así. Se abundó en que la Historia "no es teleológica", es decir, que no está orientada a un fin. Para más señas, Marx decía que "la Historia" no hace nada si los hombres no le dan un sentido. Así, es perfectamente posible ir a la deriva y sin sentido, aunque cabe preguntarse si es algo deseable o humano, y no más bien un riesgo de barbarie específica. Como el mismo Marx decía que los Hombres sólo se plantean los problemas que pueden resolver, no cabe mayormente preguntarse si estamos o no ante el fin del mundo por alguna decisión "del Universo". En su Dialéctica de la naturaleza, Engels decía que la Tierra tarde o temprano se acabaría, pero no es el tipo de problema que esté en manos del Hombre abordar. La teleología es en todo caso un asunto de metafísica, propio de sistemas precapitalistas.
Gran parte de la izquierda no está orientada a un fin claro y, lo que es más, tampoco al socialismo como forma de superar el capitalismo. Lo último, el "socialismo del siglo XXI", fue abandonado ya por Venezuela y también por el ex presidente ecuatoriano Rafael Correa. Sin que sea explícito, se tiene más bien en mente algo así como un "capitalismo inclusivo", sin mucho más, a falta de teoría, porque prácticamente no la hay. Para decirlo de otra manera, a diferencia de los llamados "demócratas liberales", convencidos de un fin (el "fin de la Historia"), la izquierda anda extraviada.
Ciertamente, no puede anticiparse cómo tendrá lugar el futuro. En su Historia del siglo XX, el historiador Eric Hobsbawm, británico, decía hace pocas décadas: "no sabemos a dónde vamos, sino tan sólo que la historia nos ha llevado hasta este punto y por qué". Siempre hay modo de arrojar nueva luz sobre el pasado, pero en todo caso Hobsbawm expresaba tal vez cierta desazón, escribiendo luego del desplome soviético. Otros se aferraron a una formulación parecida, de un medievalista inglés, Chris Wickham: "el desarrollo histórico no va a ninguna parte, sino que, al contrario, procede de algún sitio". Es algo distinto de lo dicho por Hobsbawm. Si "el desarrollo histórico no va a ninguna parte", se corre el riesgo que actualmente tiene lugar: ir adaptándose de coyuntura en coyuntura para "sacar algo", sin propósito claro. Es una visión totalmente desligada del mundo del trabajo, puesto que quien trabaja se forma una conciencia, puede abstraer (por ejemplo, diseñar lo que quiere hacer, sea una máquina, un edificio o la cosecha del campo) y proponerse claramente un fin (crear un objeto, cosechar algo, etcétera). De la misma manera, al menos que crea en algún "orden espontáneo del mercado", el ser en sociedad puede plantearse metas para ésta y los medios para llegar a ella, evaluando si se cumplen o no y, sobre la base de un aprendizaje, corrigiendo lo que sea necesario. Efectivamente, "el desarrollo histórico no va a ninguna parte", suponiendo que haya "desarrollo", lo que habría que precisar. Dejadas las cosas así, las sociedades no van a ninguna parte. Con todo, el ser humano que se basa en el trabajo puede buscar encauzar el desarrollo histórico hacia algún lado: es al menos lo que trata de hacer más de un capitalista, al buscar por ejemplo encauzar el "desarrollo histórico" hacia las energías renovables o el "capitalismo de partes interesadas". Dicho de otro modo, los capitalistas suelen tratar de llevar "el desarrollo histórico" por el rumbo más conveniente para los negocios. No quiere decir que haya un "complot", sino simplemente que siguen sus intereses. Expectorar desde la izquierda que "el desarrollo histórico no va a ninguna parte" es renunciar al trabajo, es decir, a la organización para conseguir un fin, una meta, y justificar la deriva, instalándose en ella, aunque, claro, sin sacarlo en las torneos electorales, en los que no puede decirse "voten por mí, para que no vayamos a ninguna parte". En cambio, se hacen promesas coyunturales que responden al darwinismo: "adaptarse o perecer", y al conformismo. Se trata ya no de trabajar y tomar de sí para ir en una dirección, sin excluir azares, sino de consumir la última directriz de algún organismo internacional o del Foro Económico Mundial, que sí van a alguna parte. Esta manera de consumir directrices sin trabajo propio de orientación es parasitario. Para lo demás, se trata de "folclore de la filosofía": sabe el Hombre dónde nace y no dónde va a morir, desde luego, pero también es sujeto y, como tal, y pese a que no puede eliminar el azar, puede buscar darle un sentido a su historia, al menos que no sea más que una manera aventura sin rumbo. Desde luego, la metafísica ahorra el trabajo -trabajo, otra vez- de pensar qué ocurrió en 1991, a qué pudo deberse y qué consecuencias tiene, salvo que "no pase nada" porque "no sabemos a dónde vamos". En estas "circunstancias", tal vez deba entenderse que tampoco hay responsables de nada (da click en el botón de reproducción).