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jueves, 23 de mayo de 2024

MENOS BIEN, NO MENOS MAL

 El día 1o de mayo era una fecha de celebrar cuando importaba más el trabajo que consumir. Con todo, no cabe idealizar esa celebración: era muy oficial en el sovietismo y, en los países populistas como México, era un día de acarreo a cambio de una torta, una playera o una gorra, con suerte. Como sea, hasta la segunda posguerra se consideraba asunto no menor el sindicato. Había sindicalización con distintas corrientes, desde comunistas hasta católicos. Algunos sectores, como el minero, tenían fuerte experiencia sindical en varias partes del mundo (la Central Obrera Boliviana, por ejemplo). Era relevante que los trabajadores aquilataran organizarse para defender sus derechos. Ahora pasan cosas como la siguiente: una reforma a la ley laboral en México, a favor de los sindicatos, no mueve a una mayor organización y en cambio el "pueblo" está a la espera de que le caigan desde arriba sus derechos como dádivas. Decirlo le costó la excomunión a la dirigencia del PCV (Partido Comunista de Venezuela), puesto que si algo tiene el gobierno venezolano es cierta afición por el anticomunismo. Decía el PCV que antes daban placer las cosas conquistadas, ganadas en la lucha, en vez de lo que hay ahora, "regalitos" desde arriba para crear, hay que decirlo, conformismo, por más ayuda que se reciba.- Todavía hasta los '80, las marchas callejeras de sindicatos no eran poca cosa en varios países, México incluido, tratándose de sindicatos independientes, de universitarios, de trabajadores de la industria nuclear o de electricistas, por ejemplo.

       Se considera que fue en los '80 que se empezó a ver con malos ojos la organización sindical: la primera ministra británica, Margaret Thatcher, golpeó a los mineros, y en Estados Unidos fue por bastante tiempo la última huelga la de controladores aéreos que el presidente Ronald Reagan atacó con dureza. A la vuelta de los años, y habiendo más trabajadores, por lo demás, los sindicatos se fueron abajo, cayéndose la capacidad de organización desde abajo para la defensa de los derechos laborales. Las tasas de sindicalización entre los trabajadores se fueron a pique. Sorprende que ningún trabajador haya salido a defender el régimen soviético en 1991, y las huelgas previas -en minas, con frecuencia- no tuvieron gran eco, además de estar influidas por el extranjero.

    Algo de mencionar fue el apoyo en los '80 al sindicato Solidaridad, polaco, de Lech Walesa, nacido en astilleros (Gdansk), y que, además de recibir generosos financiamientos extranjeros (está comprobado, y al mismo tiempo que había un Papa Polaco, Juan Pablo II), sirvió de ariete para desgastar al gobierno socialista en Polonia. Se trató de un punto de inflexión. El derrumbe del bloque soviético y la apertura de China al capitalismo, ya ha habido ocasión de mencionarlo, pusieron a los trabajadores de esos países a competir con los occidentales, del Norte como del Sur, con su "made in China", por ejemplo, de tal modo que el capital quedó libre de moverse y de ampliar sus mercados y los trabajadores, en cambio, con barreras nacionales y fragmentados (desde los '80 se agudizó el problema en México, parte de Centroamérica y del Caribe con la industria maquiladora). El llamado "neoliberalismo" vendió la idea de que un sindicato es una "distorsión en el mercado". Esto es arte de la creencia de que, a fin de cuentas, cualquier forma de organización es un potencial "monopolio" en el que, además, no faltará el líder que quiera aprovecharse para fines personales (salvo Lech Walesa, quien acabó por cierto en el desprestigio total y como amigo del presidente mexicano Vicente Fox). El Estado es, también, un riesgo monopólico, una fábrica de vivales y en "ente" que debe "dar un paso al costado". Es así que la candidata oficialista mexicana, Claudia Sheinbaum, cree en buena medida, como lo dictan los empresarios, que los aumentos salariales pueden ser un riesgo inflacionario. Decirlo es gracioso porque los aumentos salariales se evaporan ante una inflación que, como lo han demostrado por ejemplo estudios del portal Sin permiso, se debe a la voracidad empresarial y no a asuntos como "la guerra en Ucrania" o "el efecto de la pandemia". Cualquier cosa es buena para que quienes trabajan no se organicen y acepten sin chistar, al mismo tiempo que, en vez de luchar por sus intereses, se ponen a luchar entre sí, como ocurre en tantos ambientes de trabajo y con tanta mezquindad. Pese a una que otra huelga (Amazon en Estados Unidos, o Zara y GAP en los textiles en Bangladesh), la organización de los trabajadores ya no dice mucho, y menos aún la sindicalización, ante el chantaje de "los mercados" que reclaman "confianza": la que da la mano de obra dócil. Ni siquiera se trata ya del "equilibrio de los factores de la producción": Sheinbaum, por ejemplo, parece creer que es asunto de "responsabilidad social de la empresa". Empieza como rechazo a la organización del trabajo, pero al rato con imposibilidad de organizar mayor cosa -ni los partidos políticos lo hacen ya seriamente, aunque hay excepciones- frente al "dinero que va y viene" y en lo que de lo que se trata es de competir, todos contra todos, que es en parte el envite de la disputa en México por quedarse con "el dinero" del nearshoring, con dos variantes en la "clase media" -dividida- para repartirse o repartir la riqueza creada por el trabajo, no por redistribución del gobierno ni por "espontaneidad del mercado" para premiar a quien empiece vendiendo gelatinas. Una parte de la riqueza que ellos creen les regresará a los trabajadores bajo forma de dádiva para "acompletar"; si no, es el viejo "empléate tú, empléate a tí mismo", recibe unos centavos y "hazle como puedas", porque hasta el presidente francés Emmanuel Macron propala que nada más es cosa de querer, como si hubiera oportunidades para todo el que lo desee y despierte al "empresario que lleva dentro". De derechos del trabajo, ya no se trata, porque "la confianza de los mercados" son nada más los derechos de las grandes empresas (da click en el botón de reproducción).








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